LECTURA DE EL CAPITAL
Libro II




METAMORFOSIS DEL CAPITAL

IV. EL CICLO DEL CAPITAL – MERCANCÍA


En el capítulo 3 aborda Marx el ciclo del capital mercancía, la tercera forma del capital, la menos deslumbrante. Si el producto le aporta la substancia y la densidad, y el dinero la gracia y la seguridad, la mercancía parece tener un papel más discreto en esta representación, prestando su cuerpo para que el viaje el valor, aportándole la movilidad necesaria para hacer ese recorrido que constituye su modo de ser, pues sólo en el recorrido se valoriza, sólo en el recorrido llega a ser capital. Por eso, aunque el ciclo de la mercancía se aborde al final, cuando ya el circuito se ha transitado de diversas maneras, cuando incluso la mercancía ha estado tan presente que nos es bien conocida, vale la pena seguir ahora su curso, pues aún tiene secretos que revelarnos.


1. Peculiaridades de la “forma III” y de su ciclo.

Sorprende el empeño de Marx en fijar diferencias entre las tres formas del capital y sus respectivos ciclos; como no da puntada sin hilo, nos inclinamos a pensar que, bajo estas sofisticadas comparaciones, por momentos un tanto esotéricas, se esconden motivaciones prácticas relevantes. Podremos comprenderlo teniendo presente que El Capital es antes que nada “crítica de la economía política”, es decir, tarea de desmitificación y desvelamiento de todo tipo de fetichismo y de sus efectos prácticos. Marx estaba convencido de que el fetichismo, y cuando lo posibilita y fomenta, especialmente las ontologías espontáneas que alumbran los discursos, es uno de los mejores aliados de la dominación, que la forma social dominante se encarga de regar. Y lo que intenta en esta sección es fundamentalmente, partiendo de la positividad del capital, de los fenómenos, traspasar la superficie, acceder a su lógica y desvelar los efectos fetichistas de sus representaciones en la ciencia económica.


1.1. Ya vimos cómo Marx en el Libro I, al pasar de la producción a la reproducción (Sección VII, Capítulo XXII), insistía en que el cambio de perspectiva, el cambio de enfoque de la producción a la reproducción, ayudaba a superar algunas ilusiones del análisis. Pues bien, aquí Marx retoma el problema de una manera particular, en coherencia con su posición metodológica, que podemos describir sintéticamente como sigue. El ciclo ha sido una creación del análisis, una representación abstracta, parcial y sincrónica, necesaria en el camino de acceso al conocimiento de la realidad, siempre compleja y en movimiento. Cuando el análisis avanza, la perspectiva adoptada, y la abstracción que siempre arrastra consigo, que hasta ese momento se ha mostrado útil, comienza a dar muestras de su inevitable envejecimiento, de que deviene estrecha y deformadora, anunciando a gritos que hay que ir permitiendo la entrada a representaciones más concretas, incluyendo elementos que antes quedaban en los márgenes; y que esta mayor concreción no se consigue ya multiplicando miradas abstractas, sino que exige la reunión de las imágenes conseguidas, la gesticulación de los análisis parciales. Todo ello poco a poco, con la consciencia de que aun así todo sigue siendo provisional, pues el avance del análisis siempre es lento y abstracto, incluso en sus fases de sintetización, y el mejor criterio es el de asumir su infinitud, su condición penelopeana.

Con esa posición metodológica, el cambio que Marx insinúa ahora consiste en ampliar su universo, en romper algunos límites del análisis del ciclo aislado que hasta ahora ha constituido su referente, pasando a contemplarlo como elemento de una cadena de ciclos sucesivos cuyo comienzo y final está determinado por los otros; en rigor, pensar el ciclo sin comienzo y final, como eslabón de un proceso subsumido en una totalidad que lo sobredetermina. Por tanto, pensar el principio y el final como efectos analíticos, determinados exteriormente por factores subjetivos o pragmático, pero en ningún caso como determinaciones inmanentes al proceso productivo y mucho menos como límites constituyentes de la unidad del ciclo.

Esta mayor concreción, esta presentación del ciclo en un universo de relaciones con los otros, que lo determinan desde el pasado y el futuro, supone admitir que en sus límites y en su función está afectado de determinaciones que le vienen de su exterior, de sus correlaciones con los otros, de su posición en un proceso global, complejo y combinado. De este modo, la mayor concreción sólo persigue ampliar nuestra representación del ciclo, hacerla un poco más real y un poco menos objeto de laboratorio.Se trata de abandonar la imagen estática, de foto fija, y pasar a contemplarlo de manera dinámica, en su movimiento cinematográfico. Todo, como digo, de manera cauta y discreta, ya llegará el momento de dar saltos.

Con este ligero cambio de perspectiva, exigido por la necesidad de captar las cosas en su realidad, en sus relaciones y movimientos, Marx da un paso más. Si tras analizar las fases pasó a representarse el ciclo global del capital, y de aquí pasó a ver la totalidad desde la forma del dinero y del producto, dos visiones de la totalidad del ciclo del capital pero desde la abstracción de considerarlo en un casos bajo la forma dinero y en el otro bajo la forma producto, ahora le llega el turno a la tercera figura, la mercancía. Así cerrará los análisis “parciales”, abstractos, de los ciclos completos del capital bajo cada una de sus formas tópicas, D, P y M. Sólo al final, se estará en condiciones de llevar a cabo una nueva síntesis, de adoptar una perspectiva más concreta de con junto que vincule las tres representaciones conseguidas en el análisis, y así seguir avanzando en esa tarea infinita de producir la realidad en idea, como exige la ontología marxiana.

Ahora toca a la forma M, que será la protagonista de este viaje por el ciclo del capital. Ya previamente, en los ciclos del D y del P, la M tuvo que aparecer para poder comprenderlos; recordemos de nuevo ese principio de la “presencia mínima necesaria” de las categorías ausentadas por la abstracción analítica, sin las cuales, aunque sea en su débil estado de desarrollo, en su “confusión”, que decía Spinoza, es imposible avanzar en la representación de las partes. Sí, M hizo acto de presencia, y ya tenemos una cierta idea de ella; entre otras cosas constatamos su importancia, su papel destacado, fundamental, en la figura o modo M´. Pues bien, en cuanto sacamos el ciclo de su aislamiento y lo situamos en un escenario de representación en que aparece inmerso en un proceso continuo, como eslabón de mero giro en el incansable baile derviche del capital, la mercancía sale de su humilde subordinación y se presenta con credenciales nobles de aspirante a la hegemonía.Como he dicho en otras ocasiones, el punto de vista de la producción como proceso continuo sin solución de continuidad en cierto modo desacraliza la jerarquía, tal que las posiciones de sus figuras ganan autonomía y aspiran a que les sea reconocida su diferencia. La , la figura del capital mercancía, que atrae ahora nuestra atención, gana dimensión, reivindica distinción y presencia. A medida que vayamos profundizando la reflexión constataremos que el ciclo del capital-mercancía gana relevancia y hegemonía respecto a los otros dos. Veamos esto con algún detalle.

Recordad que, de forma efectista y un tanto provocadora, en su día calificamos como la mula del plusvalor. Expresábamos así que la mercancía es el mejor transporte del valor, que viaja a sus espaldas, con el plusvalor clandestino invisibilizado en su interior. Figura discreta, al ser considera como mero dispositivo de transporte, que sólo pone su cuerpo al servicio del proyecto general, nos ha pasado muy desapercibida; el transportista del valor no puede competir en imagen con el creador del mismo. Por eso ha permanecido retraída en los márgenes del festival del capital.

Ahora bien, a poco que nos detengamos en su función constataremos que, si el capital es valor que se valoriza y para valorizarse ha de recorrer eternamente el ciclo general, el humilde medio de transporte acaba siendo su posibilidad de existencia; de él depende el viaje, y el éxito y la comodidad del mismo. Sin el transporte el valor es tan estéril como el sol sin Zaratustra, su águila y su serpiente, a quienes cada mañana alumbra y calienta; tan inútil como un dios sin criaturas que lo admiren y adoren. Metáforas que nos sirven para apuntar la ontología marxiana, en la que el ser no está donde la ilusión óptica, lógica o transcendental nos hace verlo, sino en lo otro y los otros, aunque ocupen los lugares de la insignificancia. La mercancía, lugar donde la creación de valor está ausente, es la condición de posibilidad de su existencia, no sólo en tanto que cuerpo, en tanto que medio más eficiente y estable, -es mejor cuerpo que P y le disputa su dignidad a D, más móvil y danzarín pero más vacío de ser-; lo es también en tanto transporte del valor allí donde se decide su ser, donde se certifica que esreal, que no está desnudo.

Efectivamente, si observáis con detenimiento podréis percibir que la mercancía está presente en muchos de los momentos relevantes del ciclo del capital; para ser precisos, momentos siempre dentro del espacio del mercado, de la circulación, pues en el dominio de la fábrica, en la esfera de la producción, le está prohibida la entrada. Pero, aún así, aun no entrando en el reino de la producción, está en los dos puntos más importantes de la frontera, los dos puertos de comunicación entre ambos territorios, las dos aduanas donde tienen lugar profundas transubstanciaciones; por una pasan las vías por donde entran las mercancías de las que se alimenta P (consumo productivo) y por la otra las que permiten el paso del producto cargado de plusvalor. En la primera M está presente y su transubstanciación en Mp y Ft hace posible cruzar la frontera y alimentar el proceso productivo, y en la segunda está igualmente presente haciendo que el producto se transmute en mercancía y pueda circular por el Mercado. O sea, en ambos casos M hace posible la continuidad del movimiento; la discreta función de la mercancía, siempre ajena a la creación de valor, reivindica así la nobleza de su función, sirviendo de cuerpo para que el capital lleve a cabo sus metamorfosis y transfiguraciones y de vehículo de transporte en el viaje circular y eterno del valor.


1.2. Vamos al texto de este capítulo 3, donde Marx nos dice de entrada que la fórmula general del ciclo del capital-mercancía es M' – D' – M ... P ... M' [1]. El símbolo protagonista es , que está en el origen y en el final del ciclo. Como estamos en el supuesto de reproducción simple, el símbolo es el mismo, ; en cambio, “si lo que se tiene es reproducción a escala ampliada, entonces la M' final es mayor que la M' inicial, por lo que aquí se indicará mediante M" [2].

Si nos fijamos en este ciclo de la mercancía (capital-mercancía), veremos que hace su aparición en el Mercado como metamorfosis del producto que regresa al mercado, como mercancía recién producida y autentificada en la frontera, procedente de la Fábrica, con su genealogía y sus raíces en P. Pero si centramos la mirada en el ciclo global del capital, que recordemos se formula D – M [=Mp + Ft] – … P … M´ – D´, vemos que también se revela al mismo tiempo como presupuesto de los otros dos ciclos del capital, el del dinero y el del producto. Tanto en el ciclo del capital-dinero, D … D´, como en el del capital-productivo, P … P, en ambos está presente , que de este modo se nos revela como fuente de todo y destino y sentido de todo P.

Este hecho anuncia la importancia especial de esta figura del capital-mercancía, la discreta mercancía , cuya especial función se manifiesta en la fase tercera del ciclo (la segunda de la circulación general de mercancías), en la mencionada función de alimentar el proceso de producción. Ahora bien, si gana hegemonía es porque el ciclo capital-mercancía gana preponderancia en el juego de los ciclos, y esto debemos ilustrarlo.

Si comparamos las fórmulas de los tres ciclos comprobaremos algunas peculiaridades del de la forma mercancía, la forma III. De momento, fijémonos en la siguiente, remarcada por Marx:

“La diferencia entre la forma tercera y las dos primeras se muestra, primero, en que aquí la circulación total abre el ciclo con sus dos fases contrapuestas, mientras que en la forma I la circulación queda interrumpida por el proceso de producción, y en la forma II la circulación total, con sus dos fases complementarias la una de la otra, aparece sólo como mediación del proceso de reproducción y, consiguientemente, constituye el elemento mediador de P ... P [3].

Marx nos dice, de un modo que hasta ahora no hemos valorado suficientemente, que nos fijemos en la forma de la circulación en los tres ciclos. En la primera forma, la del ciclo del capital-dinero, D … D´, la representación simbólica de la circulación es D – M ... M' – D' (en su forma abstracta D – M – D); se aprecia que la producción interrumpe la circulación, la divide en dos fases. En la segunda, P ... P, la del capital-producto, la representación de la circulación es la inversa, M' – D', D – M (en su forma abstracta M – D – M), y con sus dos fases propias y complementarias entre sí actúa de mediación del proceso de producción. La de la mercancía, podemos verlo en M' ... M', coincide en su representación esta última la del producto, pero se diferencia de las dos anteriores, tanto la del producto como la del dinero -tal y como nos revela su fórmula, M' – D' – M ... P ... M'– en que aquí “se abre el ciclo con sus dos fases contrapuestas”, o sea, con M´– D´, D – M. En consecuencia, el ciclo del dinero es interrumpido y separadas sus dos fases por el ciclo del producto; en cambio, el de la mercancía no sufre la interrupción. Por otra parte, aunque la forma de circulación en abstracto es la misma en el ciclo del producto y en el de la mercancía, como acabo de decir, en aquel la unidad de ambas fases hace de mediación y en el de la mercancía ambas aparecen contrapuestas. Así las cosas, parece obvio que se nos vengan a la cabeza algunas preguntas.

Tengamos en cuenta, antes de hacer las preguntas, que la circulación es el reino de la mercancía mientras que la producción es un territorio en que ella está ausente, donde no puede entrar; la mercancía, decíamos días pasados, vive de día, no lleva vida nocturna; le gustan los lugares transparentes no los lóbregos y los misterioso; no le gusta ni el ruido ni los olores de las fábricas. Por otro lado, la mercancía siempre hace de transporte, de vagón de carga del valor, indiferente al recorrido y al destino; en cambio el producto refiere siempre al proceso de producción, disputándose la hegemonía entre ambos, como se la disputa la presa y la caza en la subjetividad del cazador.


1.3. Hagámonos ya las preguntas. ¿Por qué en un caso Marx habla de “interrupción” de la circulación por la producción y en el otro de “mediación” de la circulación en la producción? ¿No podríamos, con las mismas credenciales que se esgrimen para afirmar que la producción interrumpe la circulación, decir que la circulación interrumpe la producción? O, por decirlo a la inversa y en positivo, ¿no nos está permitido decir que la producción da continuidad o sirve de mediación a la circulación, con argumentos similares a los que usamos para sostener que la circulación prolonga la producción?

La verdad es que no es fácil detectar los motivos por los que Marx fija esa diferencia entre los dos recorridos de un mismo circuito, viendo uno como interrupción del otro y a éste como prolongación y mediación del primero. No es fácil, en absoluto, y tampoco podemos permitirnos trivializar la concepción de los dos momentos del proceso del capital asignándole a uno una función de ruptura y al otro de mediación; no podemos relativizar el problema porque, por un lado, equivaldría a rebajar la exigencia de los dispositivos conceptuales, y por otro, menospreciaríamos los efectos prácticos que sin duda están en juego. Cualquier planteamiento que afecte a la relación entre los dos circuitos nos enfrenta a una de las cuestiones tóricas más vibrantes en el debate histórico sobre el marxismo y el movimiento obrero, el del lugar donde se genera el valor. Por tanto, no podemos obviar esta sugerencia de ver la producción como una interrupción y la circulación como una mediación o prolongación.Y, aunque fuera sólo por eso, el ciclo de la mercancía gana presencia en nuestra lectura, pues es en su función y movimiento donde hay que decidir la relación entre los dos recorridos del capital.

En el plano fenoménico vemos que, efectivamente, la circulación se interrumpe con la producción, el proceso se corta, pues las mercancías salen del mercado e interrumpen su juego de intercambios. El mercado acaba allí la vida pública de la mercancía tiene allí su frontera. La mercancía ha llevado y transportado el valor en su cuerpo, pero desaparece en cuanto se entra en el túnel del consumo, en este caso del consumo productivo, de la producción, en cuyas sombras no se sabe qué ocurre. Lo único que se sabe es que allí acaba el baile del mercado, que el intercambio democrático de las metamorfosis ha encontrado su límite, ha quedado interrumpido.

Nótese que esa interrupción se manifiesta como salida de mercancías del mercado, como el abandono de un modo de ser y la desaparición de las figuras que existían bajo aquellas determinaciones; a los efectos inmediatos sería indiferente que el consumo que pone su límite sea el productivo o el individual, pues lo relevante es que ahí acaba el baile del mercado. Ahora bien, si se tratará de entrar en la vía muerta del consumo individual, el destino de la mercancía habría acabado ahí; sería su muerte absoluta. En cambio, cuando se entra en el túnel del consumo productivo, la mercancía sólo interrumpe su vida en la circulación, con la esperanza de regresar a ella; muere qua mercancía concreta, pero transubstanciada reaparece en otro cuerpo con otro valor de uso, en otra mercancía apta para vivir una viuda nueva en el mercado. En este caso, que es el que nos ocupa, no hay destino final, sólo interrupción.

De momento fijémonos en la interrupción de la circulación; ahí, en la aduana de la frontera, la mercancía ha de cambiar de ciudadanía y de identidad. Se trata del abandono de una forma de existencia, de un cambio radical a otro modo de ser, una transubstanciación a figuras ajenas y distintas, que existen bajo otras determinaciones y funciones; en general, ese nuevo modo de ser es el de los objetos o medios de consumo, que viajan en otra órbita, que parecen haberse liberado de su pasado y asumir sin resistencia su destino, su muerte en el consumo. Respecto al modo de ser de la mercancía, es como he ducho indiferente si su nuevo circuito es de consumo individual o productivo, pues lo cierto y relevante es que se trata de un circuito sin retorno, ya que las mercancías que entran en esa deriva caminan hacia su desaparición. El consumo siempre es un secuestro de las mercancías, una especie de suicidio inducido que amenaza la población del mercado.Sí, es una interrupción tout court de la vida de las mercancías; mueren como mercancías. La diferencia entre uno y otro es que, en el consumo productivo, hay esperanza de resurrección.

Si lo pensamos bien, con humildad, amordazando un poco nuestro subjetivismo, las mercancías no nacieron para morir, aunque nos guste pensarlo así desde nuestra consciencia inevitablemente antropomórfica; nacieron para vivir en el mercado, para jugar al travestismo eterno, pasar de comerciante en comerciante, cambiarse sucesivamente unas por otras, sirviendo sus cuerpos de base en un eterno proceso de metempsicosis. En rigor, como todo ser vivo, como todo ser, su destino ontológico es el de perseverar en el ser. Recordemos una vez más la Proposisión VII de la Parte 3ª de la Ética, en que Spinoza nos dice que esa es la esencia misma de las cosas; sin ese principio el mundo se vuelve ininteligible, nos da la espalda y nos deja abandonados y condenados a nuestro cálido ensimismamiento postmoderno.

Las mercancías no nacieron para morir, decimos. Claro, luego viene el depredador de turno y, con su discurso ad hoc de que todo es finito, de que “no nacimos pa semilla”, nos barren de la vida. Pero eso es efecto de la contingencia, siempre exterior, por definición nunca natural. Una prueba empírica, en fase de confirmación, nos la ofrecen los veganos, estas figuras personales de nuestro tiempo que de momento defienden que los animales no nacieron para ser nuestra comida. Cierto, nada merece nacer para comida de otro; nadie nace para que otro viva; en clave más universal, nada nace para morir. Pero se muere. Tampoco el capital nació para morir, y esperemos que aquí la contingencia no nos defraude.

Volviendo a lo nuestro. Contra sus sagrados derechos ontológicos, comunes a todos los seres, las mercancías son aniquiladas; su existencia es interrumpida. Ciertamente, el mercado sigue vivo, pues llegan otros pobladores; pero no son los mismos. En la circulación siempre hay recambio; por eso siempre decimos que tiene lugar en la superficie. Spinoza atribuía la perseveración en el ser a la esencia de las cosas, ahí está la gracia; de las cosas mismas, no de sus especies universales, que sólo nos consuela cuando ya estamos vencidos y necesitamos la ilusión de otras formas de existencia que nos prolongue la vida. Fijaos bien, que sirva para burlar la interrupción, para convertirla en una transustanciación de cualquier tipo, aunque sea imaginaria.

Sí, la producción interrumpe la circulación. Veamos ahora el regreso. Lo que ocurre en la esfera de la producción es siempre misterioso, y en todo caso distinto al juego gay del intercambio. Aquí lo propio no es cambiar de pareja, sino producir valor, y producirlo inyectándolo en el cuerpo de los productos, de los objetos del trabajo. Se produce el valor al mismo tiempo que los objetos que le servirán de cuerpo, de condiciones materiales de existencia. En el mundo de la producción capitalista solo hay creación de valor y de objetos-soportes del mismo, productos con valor de uso, condición para llegar a ser mercancía, que en otros modelos de sociedad son el fin de la producción y en el capitalismo son el instrumento del valor: hacen de contenedores y de trasporte del mismo, con procedimientos sutiles que iremos desvelando. Baste aquí decir que la forma mercancía será el medio por el cual el producto i saldrá de su túnel y llegará, cargado de valor, al mercado. Esa es una de las funciones de la humilde M que intentamos glosar.

El problema de la producción es que el valor es invisible y siempre queda la duda de si realmente está o no, si se ha cargado sobre los objetos producidos o éstos están vacíos, son meros simulacros del valor. Hay que añadir que el problema del conocimiento de la existencia del valor consiste en que no se deja ver en el producto, no hay manera empírica de detectar y constatar su presencia; sólo se deja ver cuando ha llegado al mercado, y de manera muy peculiar, pues no se nos presenta en sí, con su substancia, sino metamorfoseado en otra figura, la de valor de cambio, máscara no confundible ontológicamente con el valor, cuya diferencia le costó a Marx mucho trabajo establecer y que aún hoy muchos estudiosos confunden.

Por consiguiente, como el valor ha de regresar al mercado, a la circulación, para dejarse ver y ser reconocido, para realizarse, ésta no puede ser considerada interrupción de la valorización; podríamos considerarla interrupción de la función concreta y estricta de producir valor, que tiene lugar en la producción en sentido estricto y restringido, pero no de la creación de valor en general, que tiene lugar en el proceso completo de la producción en sentido amplio, incluyendo la circulación. Del mismo modo que, en otros contextos, hemos de recurrir a esos dos sentidos de la producción, aquí también conviene hacerlo, distinguir entre la producción inmediata, que sí es interrumpida con la circulación, y la producción general o mediata, que incluye los dos circuitos; en ella la circulación no interrumpe, sino que media, hace posible el proceso; la circulación se nos revela así como fase de la producción, como continuación de la misma, como trayecto del recorrido del valor para llegar a ser. Sólo en la realización del valor en la circulación el capital se presenta y se constituye como capital, sólo en ese momento consigues sus credenciales ontológicas.

Además, si la circulación se presenta en este enfoque como el medio para finalizar el recorrido, como condición de posibilidad de que el capital devenga de iure capital mediante su autovalorización, hay otro argumento de igual si no de mayor calado. Como enseguida veremos, la circulación es el mecanismo de mediación para el retorno del capital a la producción; ésta necesita alimentarse, pues no es otra cosa que consumo productivo, y esta alimentación es base de mercancías, transustanciadas en Mp y Fp. La circulación, por tanto, es el mecanismo que permite mantener el ciclo activo, hace posible la no interrupción de la producción, la continuidad de la función productiva que, como ya sabemos, es el modo de ser del capital. Por tanto, lejos de interrumpir la producción, la circulación la hace posible, la mantiene viva.

La continuidad de la valorización, esencia del capital, exige que el valor haga su recorrido por la circulación. Para ello el producto P ha de regresar al mercado, para lo cual ha de travestirse en mercancía, P – M´, y luego metamorfosearse a , para poder regresar a M, ahora como mercancías particulares, Mp y Ft, necesarias para el consumo productivo que requiere el mantenimiento de la actividad constante de la Fábrica. Como ya sabemos, estas mercancías productivas especiales, dejan en la aduana de la frontera el pasaporte y el vestuario del mercado, su identidad, para pasar a ser medios de producción, figuras aceptadas en el territorio de la fábrica, dando continuidad al movimiento del valor que, como ya sabemos, no puede parar, pues salir del ciclo es su muerte como capital, es renegar de su concepto.

En ese tránsito al siguiente ciclo, en el supuesto de reproducción ampliada, se ha acumulado el plusvalor generado en el anterior, todo o parte. Esos incrementos de valor se intuyen en la magnitud del producto, P, y mejor o peor se aprecian en la mercancía ; pero sobre todo se visibilizan y miden en el dinero, y a través de éste en la mercancía productiva M -medios de producción y fuerza productiva- donde se concreta la acumulación de valor. Por tanto, la producción en sí misma, sin el regreso al mercado, interrumpiría la vida del capital, y eso no le está permitido. La circulación siempre es necesaria para la producción, y a la inversa. Esa regla es válida incluso para el capitalismo, que tiene la peculiaridad de producir valor, y que es contradictorio con la función general de la circulación, ajena a la producción de valor. Sólo queda comprometida con el valor en tanto queda subsumida bajo el capital y pasa a estar instrumentalizada y subordinada a su forma, a funcionar a su servicio, o sea, a hacer posible la valorización. En cambio, la producción del valor incluye como condición de existencia el paso por la circulación, la mediación de ésta en las formas que acabo de insinuar y en otras que iremos desvelando.

Insisto una poco más en esta idea de la circulación como mediación. Cumplida la producción del valor, hay que extraerlo de los objetos, como el metal de la ganga. Y para ello el producto ha de transformarse en mercancía y ésta de nuevo en dinero, conforme al recorrido conocido, P – M´– D´. Aquí no hay interrupción, a no ser por determinaciones externas; no conviene que la haya, pues en tal caso el trabajo no tendría sentido para el capitalista, al no producirse valor; y si bien es cierto que el capitalismo produce bienes de uso, riqueza, como otros modos de producción, lo hace sólo para, y en tanto que, lo necesita como instrumento de producción del valor, como el cuerpo para la existencia material del valor. Si alguien aún quiere seguir pensando de forma esencialista y se aferra a que el valor se produce en el trabajo, se venda o no el producto, que queda allí ad maiorem gloriam del capital, como restos inútiles de un naufragio, el efecto es el mismo: la interrupción ha sido forzada, contingente. El objeto ha sido producido para continuar su viaje; se han consumido mercancías y creado otras para hacer posible la continuidad del viaje; llegar a la frontera, cambiar de forma P – M´, y seguir el recorrido de la circulación de mercancías es una determinación objetiva que está en la esencia del producto. En consecuencia, la circulación no interrumpe, sino que prolonga la producción para consumar su función. Marx tenía buenas razones para distinguir las respuestas a las preguntas que antes formulamos.

1.4. Acabamos de decir que el capital-producto necesita prolongarse, continuarse, regresando al mercado; necesita regresar a la forma mercancía. En consecuencia, la prolongación se lleva a cabo en la tercera fase, la del capital-mercancía. Vistos ya los ciclos del capital dinero y del capital producto, nos queda por ver de cerca el ciclo del capital mercancía, la tercera forma del capital. Aunque, no podía ser de otra manera, la manera que tiene Marx de abordarlo es por la constante comparación con los ciclos de las otras formas, lo cual afecta a las excesivas repeticiones del texto, que así resultan inevitables. A pesar de ello, a su favor hemos de señalar que siempre saca algún elemento nuevo de estas comparaciones, de los constantes cambios de perspectiva.

Marx nos invita a mirar las representaciones simbólicas y observar en ellas las distintas posiciones de las figuras del capital y el significado de las mismas. Llama la atención sobre el hecho curioso de que los respectivos ciclos del dinero y del producto se representen siempre, de forma general, como D – D' y P – P'.

“En la repetición de los ciclos I y II, aunque los puntos conclusivos D' y P' constituyen los puntos iniciales del nuevo ciclo, desaparece la forma en la que se produjeron. D' = D + d y P' = P + p empiezan el nuevo proceso en condición de D y P. En cambio, en la forma III el punto de partida M se tiene que llamar M' incluso cuando el ciclo se renueva a la misma escala, y ello por la siguiente razón. En la forma I, en cuanto que D' como tal inaugura un nuevo ciclo, funciona como capital-dinero, D, adelanto en forma de dinero del valor-capital que se va a valorizar. La magnitud del capital adelantado, acrecido por la acumulación consumada en el primer ciclo, ha aumentado. Pero el que la magnitud del capital adelantado sea de 422 libras o de 500 libras no altera en nada el hecho de que ese capital aparece como mero valor capital. D' no existe en ese momento ya como capital valorizado, como capital preñado de plusvalía, como relación de capital” [4].

Puede apreciarse, en consecuencia, que tanto el capital dinero como el capital producto, en las posiciones finales de su correspondiente ciclo, aparecen siempre representados como y , es decir, que se representan como cargados de plusvalor. En cambio, al representar el siguiente ciclo, desaparecen como y y reaparecen en su periódicamente renovada posición inicial como D y P; siempre inician el nuevo ciclo como D y P, como limpios de plusvalor. Es como si al pasar de un ciclo a otro se hubieran descargados del plusvalor que habían acumulado en el ciclo anterior; como si hubieran lavado sus pecados, y entraran vírgenes. Virginidad que resulta realmente extraña, pedro que Marx exige de forma contundente: D' no existe en ese momento ya como capital valorizado, como capital preñado de plusvalía, como relación de capital”. Subrayemos esta última expresión: aparece necesariamente como D y, en ese acto de encubrimiento de su genealogía se oculta la relación de capital, en definitiva, el carácter de clase de la producción capitalista.

Aunque sabemos que al final de un ciclo acumulan valor, D = D + d y P´ = P + p, resulta que en el siguiente ciclo desaparecen d y p, pues el nuevo ciclo ha de comenzar sí o sí con D y P. ¿Por qué ha de ser así, por qué han de empezar de nuevo representados sin carga, sin los efectos de su depredación?

Marx nos explica el funcionamiento de estas figuras en las representaciones de la Economía Política; mejor, nos explica la lógica que subyace a las mismas; pero no toma distancia crítica, tal que parece que las acepte como determinaciones del capital. Describe lo que se ve, que en la forma simbólicadel capital dinero, el que cierra un ciclo y ha de abrir el siguiente para inaugurar el segundo ciclo, pasa a funcionar como capital dinero virgen, D, como mero capital adelantado, sin expresar que lleva dentro plusvalía; no aparece como capital valorizado, sino como capital-dinero a valorizar, que no esconde en su interior ningún secreto; ya no lleva nada oculto porque ya ha sido “legalizada” la carga que llevaba dentro, ha salido a la luz, circula como d, confundida con D. Cruzada la aduana, la unidad se rompe y las partes se independizan; lo que era distinción conceptual pasa a ser diversidad empírica y existencial.Por tanto, aunque es sin duda capital valorizado, al comienzo de un nuevo ciclo aparece como capital adelantado a valorizar; aparece como D, dejando en la cuneta su magnitud.

En su paso por la forma dinero, ha dejado un instante en suspenso su esencia de capital para ser mero dinero virtual, y qua dinero virtual se ha borrado en su seno la diferencia entre valor adelantado y plusvalor, y se ha unificado en una nueva cantidad; de este modo, al regresar a su modo de ser funcional, como capital-dinero, han desaparecido las huellas de su historia y puede presentarse como nuevo inicio, como el capital adelantado de nuevo.Es capital-dinero reconocido, legal, blanqueado, regularizado en el mercado; con sus papeles en regla, no importa su origen, no lleva dentro plusvalor oculto, no encubre nada clandestino. Marx dice que

no existe en ese momento ya como capital valorizado, como capital preñado de plusvalía, como relación de capital. De lo que se trata es precisamente de que se valorice en el proceso” [5].

Lo mismo pasa con el ciclo del producto, expresado en la forma P ... P', que ha de seguir funcionando como P, como neutro “valor capital que ha de producir plusvalía para renovar el ciclo”. Es obvio que en el ciclo siguiente P’ tiene que seguir funcionando, y lo hará crecido, engordado, en el supuesto de la reproducción ampliada; pero al comenzar este segundo ciclo también aparecerá como simple P, como capital-producto, como mero valor capital que ha de producir plusvalía, para renovar el ciclo. En cada origen, la figura del ciclo anterior, el producto que ha acumulado valor, y que ha pasado por las metamorfosis de y , en las que se ha blanqueado, en las que ha borrado las huellas de su crecimiento, puede reaparecer de nuevo como capital virgen, como simple valor que se valoriza.

Eso es lo ocurre en los ciclos de D y de P, dice Marx. En cambio, eso que ocurre en los ciclos de las formas dinero y producto no ocurre en el ciclo del capital-mercancía, M – M'. En los circuitos que acabamos de ver del dinero y del producto, el segundo recorrido o recorrido siguiente empieza con valor-capital inicial o adelantado, haciendo abstracción de su origen, ocultando el plusvalor acumulado, tomando su magnitud actual como nueva y originaria referencia, como si partiéramos de cero; eso pasa en ambos ciclos. En cambio, el del capital-mercancía se inaugura siempre con, sin ocultar nada, sin esconder su carga anterior, sin disimular que es valor-capital aumentado de plusvalor en forma de mercancía.

“el ciclo del capital-mercancía no se inaugura con valor capital, sino con valor capital aumentado en forma de mercancía; por lo tanto, ese ciclo supone desde el principio la circulación no sólo del valor capital presente en forma de mercancía sino también la de la plusvalía. Por ello cuando lo que ocurre en esa forma es reproducción simple, se tiene una M' de la misma magnitud en el punto conclusivo que en el punto de partida. Si una parte de la plusvalía entra en el ciclo del capital, entonces, ciertamente, se tiene al final, en vez de M', una M' mayor, M"; pero el ciclo siguiente se inaugura con M', que es, simplemente, una M' mayor que en el ciclo anterior y con mayor valor capital acumulado, con lo que empieza su nuevo ciclo con una plusvalía nuevamente producida también y proporcionalmente mayor. En todos los casos M' inaugura el ciclo siempre como un capital-mercancía que es = valor capital + plusvalía” [6].

Así funcionan las cosas en la representación de la Economía Política; así funciona el capital, esa es su lógica nada inocente. Ahora bien, ¿persigue el análisis de Marx con esta descripción de los supuestos de la economía política revelar la ocultación del origen y función del plusvalor que lleva a cabo, su vocación mistificadora? ¿O, por el contrario, está exponiendo simple y llanamente que es la forma adecuada de representar el movimiento del capital por responder al movimiento de éste? Yo no tengo la menor duda de que la finalidad de Marx cubre ambas tareas, la de exponer esa forma rebuscada y esotérica de funcionamiento del capital y la de criticar que los economistas, lejos de revelar el sentido oculto de sus metamorfosis y transmutaciones, de sus simulaciones y disimulaciones, de sus ocultaciones y enmascaramientos, se limiten a la descripción positivista de lo que se ve y a la cuantificación de las magnitudes. Ambas tareas, pues, la de mostrar la neutral parcialidad de la ciencia económica y, sobre todo, la de revelarnos la esencia del capital, que siempre ha de ocultarse, que solo se revela como el ser de Heidegger, disfrazado e insinuándose. El capital es así y no puede cambiar su naturaleza; en tanto objeto de conocimiento sólo nos queda saber los mecanismos de interpretación de sus movimientos. Y en esta perspectiva es muy valioso que nos haya desvelado la diferencia que acabamos de describir entre los ciclos del capital-dinero y del capital-producto, formas ocultadoras del plusvalor, respecto al capital-mercancía, forma transparente que nos permite ver que en cada origen el capital adelantado aparece reproducido y aumentado.

Reconozco que es tan fácil constatar esta diferencia como difícil entender los fundamentos de la misma. Y tampoco es fácil de entender que en el circuito del capital mercancía, la M del origen, del punto de partida de cada ciclo, haya de llamarse, indicando que recoge el valor de su posición final, o sea, con el acumulado del ciclo anterior, “incluso cuando el ciclo se renueva a la misma escala”, como en la reproducción simple. Para acercarnos a su comprensión debemos tener en cuenta el sentido de esta “fórmula” marxianas, que no son fórmulas matemáticas que fijan relaciones cuantitativas precisas entre las variables, sino simbolizaciones que revelan las transformaciones ontológicas en el supuesto de validez de la teoría del valor; o sea, estas simbolizaciones son representaciones del movimiento del capital y de sus formas, y en esta perspectiva lo que importan son los conceptos, no las magnitudes. Por ejemplo, con se indica que el valor-capital en cada comienzo es resultado de la acumulación; y eso basta; con se simboliza que el valor capital ha sudado valor, y aunque siempre empiece por D siempre acaba en D´, confirmando así su esencia valorizadora; y con P se indica a la vez la función de producir, la función creadora de valor, y el resultado, el valor contenido en los objetos producidos. No sé si es posible una traducción de la teoría marxiana al lenguaje matemático convencional; y no sé si, aun siendo posible, obtendríamos muchas ventajas. Por suerte para nosotros no hemos de intervenir en esta cuestión, pues sólo pretendemos hacer una lectura de Marx, y hay que leer lo que escribe; y lo que escribe son estas curiosas representaciones simbólicas que sirven para lo que sirven.

La peculiaridad de cada forma en la simbolización proviene de la función de cada una en el ciclo. Respecto a la mercancía, que ahora nos ocupa,Marx nos dice que el ciclo de mercancía, que parte del momento en que ésta aparece en el mercado por transformación del producto, siempre se representará por para indicar que incluye inexorablemente el plusvalor generado en la producción, o sea, que incluye M y m. Partiendo de ahí se transmutará en dinero , que también expresa que carga plusvalor, o sea, que equivale a D + d, al dinero adelantado y al equivalente del plusvalor generado. Y una vez llegados a este punto del ciclo de la circulación, recorrido compartido por el capital y por las figuras mercantiles, se abre una alternativa: o d se retira de la circulación del capital y pasa a la mercantil, en cuyo caso el capital seguirá su camino con la metamorfosis D – M [= Mp + Ft], entrando en la reproducción simple, mientras d pasa a la circulación de mercancías, con su propia metamorfosis d – m, que el capitalista saca del mercado para su subsistencia; o bien una fracción x de d o su totalidad permanece en la ruta del capital, tal que éste sigue su recorrido [D + d/x] = [ M + m/x] = [Mp +Ft + Mp/x + Ft/x] pasando al siguiente en el modo de reproducción ampliada. Por tanto, en el ciclo siguiente, si se trata de una reproducción simple, se vuelve a partir de ; y si se trata de una reproducción ampliada, también se partirá de , que aquí representaría una M´´, una doblemente incrementada de valor a lo largo de dos ciclos; y en el límite, para simbolizar un número indeterminado de ciclos, una M´n incrementada por la historia de la producción.

Tal vez la mayor intriga no radique en la ocultación, sino en la diferencia al respecto entre las tres figuras. ¿Por qué no ocurre lo mismo en los tres ciclos? Según Marx, a la producción capitalista no le es esencial ni la cantidad de dinero adelantado ni el potencial productivo; no le es esencial el volumen de la producción; lo esencial es la creación de plusvalía en la producción de mercancía. Es decir, hay capitalismo en la medida en que se genera “plusvalor”. Además, éste sólo da muestras de existencia, sólo se insinúa, cuando llega a la forma mercancía, como si fuera su hábitat preferido.En P el plusvalor existe incierto, y en D inestable y fugaz; sólo la mercancía lo transporta y contiene protegido, por eso siempre M es en rigor M´. Es lo que hemos querido decir antes con la metáfora de la legalización o blanqueo del plusvalor: éste es siempre clandestino, y su regularización acaba con su ser clandestino y por tanto con su diferencia. Y la legalización tiene lugar en la aduana, cuando el producto deviene mercancía, cuando P deviene

Pero, ¿por qué son importantes estas cosas? No sé si interesan a los economistas, pero sí debieran interesarnos a los filósofos si realmente queremos comprender el ser de las cosas, lo que les hace ser lo que son, funcionar como funcionan. La crítica filosófica es eso, poner de manifiesto lo que ocurre en el otro lado del espejo, así como su necesaria reflexión en la cara buena, sus efectos de ocultación y encantamiento. La “crítica de la economía política” es deconstrucción de la imagen del lado bueno, de la imagen encantada con la que soportamos al mundo.


1.5. Fijémonos en el siguiente argumento de Marx, comentando la circulación D – M (= Mp + Ft), es decir, la compraventa de los medios de producción y la fuerza de trabajo. Dice que los elementos Mp y Ft se comportan “idénticamente” en tanto que mercancías en manos de sus respectivos vendedores; para el comprador, en cambio, si bien Mp y Ft funcionan como mercancías en el mercado, mientras aún no las ha comprado, en cuanto los compra, los retira del mercado y se los lleva a la fábrica, dejan de ser mercancías, y pasan a ser capital-productivo. En el proceso de cambio D – M (Mp + Ft) – P…, el paso por el modo de ser mercancía tanto de Mp como de Ft es fugaz; sólo mientras están en manos del vendedor; en el instante de la compra, al pasar al comprador devienen capital productivo; de hecho, subjetivamente, en cuanto les pone el ojo encima ya cambian imaginariamente de esencia.

Tras esta sutil distinción en que la mercancía ha pasado por esa fugaz existencia virtual {Mp} +{Ft} en la subjetividad, en la retina, del capitalista, mientras en la del comerciante y en el registro ontológico oficial del Mercado seguían siendo mercancías, Marx pasa a mostrarnos la diferencia entre Mp y Ft, que es también uno de sus objetivos teóricos y políticos. Nos dice que “en este punto” -es decir, en su funcionamiento en el paso de simples mercancías en las manos del vendedor a mercancías productivas en las del comprador- sólo hay entre ellas una diferencia:

Mp y Ft se distinguen en este punto sólo por el hecho de que en manos de su vendedor Mp puede ser M', o sea, capital, si Mp es forma mercancía de su capital, mientras que Ft no es nunca para el trabajador más que mercancía, y no se convierte en capital sino en manos del comprador, en cuanto elemento de P” [7].

Una diferencia que se afirma sin solución de continuidad con su identidad, que en la misma página es resaltada por Marx:

“En el hecho de circulación D – M [=Mp + Ft], Ft y Mp se comportan idénticamente en la medida en que son mercancías en manos de sus vendedores, que en un caso es el trabajador que vende su fuerza de trabajo y en el otro el poseedor de los medios de producción, que vende éstos [8]”.

Y es comprensible esta identidad abstracta, pues Mp y Ft tienen el mismo comportamiento, ya que objetivamente son mercancías que se intercambian por su valor; sus vendedores son el obrero y el comerciante, verdaderos propietarios de estas mercancías accidentalmente -pues stricto sensu no hay necesidad absoluta- nominadas “medios de producción. Cuando Marx dice “el poseedor de los medios de producción”, no se está refiriendo aquí al capitalista industrial, sino a al alguien, capitalista o no, que hace de comerciante, de vendedor; se refiere al poseedor efectivo en el mercado de esos objetos, que en tanto están en el mercado son aún mercancías y sólo mercancías. Basta pensar que podrían ser “materias primas”, subgrupo de los medios de producción, que pueden ser indistintamente compradas para consumo individual o para su elaboración en un proceso industrial. En todo caso, la expresión marxiana genera confusión, que se acentúan en la prolongación de la cita:

“Para el comprador, cuyo dinero funciona aquí como capital-dinero, Ft y Mp funcionan como mercancías sólo mientras no las ha comprado todavía, o sea, sólo mientras se enfrentan a su capital en forma de dinero como mercancías ajenas. Mp y Ft se distinguen en este punto sólo por el hecho de que en manos de su vendedor Mp puede ser = M', o sea, capital, si Mp es forma mercancía de su capital, mientras que Ft no es nunca para el trabajador más que mercancía, y no se convierte en capital sino en manos del comprador, en cuanto elemento de P [9].

Sorprende de nuevo que fije la diferencia entre Mp y Ft en que Mp puede ser “en manos de su vendedor”, lo que no ocurre nunca en manos del vendedor de la Ft, del obrero, donde será mercancía y sólo mercancía, hasta que pase a manos del comprador capitalista. A mi entender la confusión proviene de introducir una relación capitalista -si la mercancía es o puede devenir capital- en una meramente mercantil, entre comprador y vendedor. Creo que sería más claro plantear la relación en clave mercantil, pues tiene lugar en el mercado y ha de cumplir sus reglas. Por tanto, conviene distinguir entre el vendedor, que sea o no capitalista actúa de “comerciante”, que está en posesión de una mercancía y quiere venderla, “comerciante”, y el comprador, sea o no capitalista, pues tanto los Mp como la Ft pueden adquirirse para consumo. Piénsese, por ejemplo, en ciertas mercancías que pueden comprarse indistintamente para “materias primas” o para medios de consumo individual; o en la Ft que se compra para servicio doméstico.

Incluso si Marx opta por concretar los intercambios en un marco mercantil capitalista, lo cual tiene su lógica, no veo la necesidad de introducir la figura del vendedor capitalista, sea comercial sea un industrial que lleva sus mercancías directamente al mercado. Es incuestionable que el vendedor que interviene en una operación de intercambio concreta puede ser capitalista, comercial o industrial; y es obvio que esa condición puede ser relevante cuando se quieren analizar ciertas relaciones o aspectos del proceso; pero en el caso que no veo la relevancia de esa determinación, pues el escenario que el propio Marx nos describe es el de dos vendedores que cada uno vende su mercancía al mismo comprador. Aunque subjetivamente cada uno tenga su representación del intercambio, tanto en su fenomenología mercantil como en su esencia capitalista oculta, considero que corresponde más afirmar la identidad que la diferencia (que existe, sin duda, en otros planos de representación, en otras perspectivas ontológicas).

Es cierto que empíricamente es razonable pensar que los Mp pertenezcan a otro capitalista industrial, que los ha producido y llevado al mercado para su venta; o que el comerciante que los ha adquirido y los vende lo hace en un funcionamiento de capitalista especializado. Pero el comprador capitalista se relaciona con el vendedor, capitalista o no; su referente es la figura abstracta de vendedor en el mercado, y en esta perspectiva se difumina su diferencia respecto a la del obrero, que en el mercado no es obrero y no puede ser tratado como obrero, sino propietario de su Ft y vendedor de la misma. Al fin, tanto los Mp como la Ft sólo devienen capital-producto en manos del comprador capitalista. Las otras “diferencias” no son aquí relevantes, pues no están en cuestión.

Con estas aclaraciones pierde relevancia la propia cuestión, la problemática, de la distinción que establece Marx al decir que la mercancía M, que deviene Mp al salir de la circulación puede ser en manos del vendedor, es decir, capital-mercancía, si procede de un proceso de producción; o sea, si ese vendedor es un capitalista, que es lo más frecuente en el capitalismo desarrollado. Obviamente, puede serlo, y ello puede tener interés en otros contextos, pero no cuestiona la identidad de fondo de Mp y Ft en tanto mercancías en el mercado. Será oportuno sacar a la luz esa diferencia cuando el asunto lo requiera; y será conveniente saber que está ahí, que podemos echar mano de ella; pero honestamente creo que ésta no es una buena ocasión. Y ello, insisto, sin cuestionar lo más mínimo la evidencia de la tesis que Marx acaba por afirmar, según la cual la Ft nunca es capital en manos de su vendedor, el trabajador. Ella es siempre mera mercancía para su creador, sólo se vuelve capital en manos del comprador.

Dicho esto, podríamos cerrar el asunto y considerar que, simplemente, Marx ha echado mano de pasada de una diferencia que aquí no viene a cuento. No obstante, sigo sospechando en su insistencia; y como no suele dar puntada sin hilo, sigo preguntándome por su insistencia en esa distinción entre Mp y Ft en el mercado. Y me vienen a la cabeza algunas respuestas posiblemente razonables. Por decirlo de forma abrupta, sospecho que apunta a fijar una diferencia conceptual entre ambas mercancías que pueda entenderse fundada ontológicamente nada menos que la división en clases: capitalista y obrero ambos poseedores de mercancías, pero de mercancías muy diferentes, pues una de ellas lleva en su cuerpo el valor acumulado y el plusvalor escondido, que traspasará al producto por obra de la otra, la fuerza de trabajo, mientras ésta, limpia de historia, sin genealogía inconfesable, no sólo hace de partera del valor que esconde la mula sino que, generosa, carga al producto con un nuevo alijo. Dos mercancías muy diferentes qua mercancías porque una ya arrastra en su seno una genealogía inconfesable y la otra es transparente y ajena a toda culpa, al menos hasta que pase a manos del capitalista, hasta que devenga medio del capital. Si esta es su pretensión de fondo, se confirmaría nuestra idea de que tal diferenciación es útil en otros contextos teóricos; incluso empíricamente se comprendería que haya echado mano de ella en un escenario que no parece el apropiado: es una cuestión tan importante que hay que entrarla por la ventaba cuando las puertas están cerradas.

Esto es coherente con su insistencia en que la mercancía es siempre M, una mula del plusvalor, como decíamos antes; y no puede inaugurar nunca un ciclo en condición de mera M, “como mera forma mercancía del valor capital”, pues incluso como valor capital es jánica, dúplice: por su valor de uso, es un producto de la función de P, fabricado con Mp y Ft; por su valor, al contrario, es el valor-capital P más la plusvalía p engendrada en la función de P, en el proceso productivo. Ensiempre hay encerrada plusvalía, que para separarse con facilidad y elegancia requiere quepase a . Y, en esta perspectiva, se comprende la distinción entre Mp y Ft, si bien considero que aquí se trata ya de una diferencia ontológica y no funcional y mercantil. La diferencia emerge en otro plano, precisamente en ese plano que ha de ser disimulado en la forma de presencia mercantil de esos objetos distintos que se identifican en la forma mercancía disimulando sus determinaciones ontológicas. En todo caso, aclarado el problema, la oscura distinción marxiana gana profundidad, pues se alinea con el esfuerzo de conceptualización de la relación de capital, objetivo teórico y político siempre presente en Marx.


2. La jerarquía y hegemonía entre las formas.

Hemos comentado ya la importancia de diferenciar los ciclos; pero no sé si lo hemos hecho con suficiente énfasis, acercándonos al que Marx pone en escena. La verdad es que, como podremos ver enseguida, toda esta parte final del capítulo es una insistente comparación entre las tres figuras del capital, enfrentándolas como si se estuvieran jugando la jerarquía entre ellas y su ascendencia sobre el capital. Tanto es así que me ha venido a la memoria el cuento de El Conde de Tres Palacios, que me contaban de niño, y que me permitiréis esbozar, liberado de añoranzas, como mero símil de estas tres residencias del capital.


2.1. Tenía el señor Conde tres palacios, donde residía periódicamente, en riguroso orden adecuado al paso de las estaciones. Un palacio sobrio y austero en el campo, en el interior del país; otro bien comunicado con los pueblos del mundo frente al mar, en una apacible y luminosa bahía; el tercero, el más lujoso, colorista y laberíntico, en la ciudad, siempre lleno de amigos y visitantes. Cada palacio tenía un mayordomo y un equipo humano que se esforzaba en mantenerlo limpio, ordenado y funcional, como le gustaba al Conde, o como imaginaban le gustaba al Conde. Cada mayordomo y su equipo de sirvientes rivalizaba con los otros en ese empeño de hacer del señor un señor, de ayudarle a ser lo que es. Estaban convencidos de que ese era su destino, el de conseguir que cuando el Conde visitara su palacio pudiera vivir en él conforme a su naturaleza, y así pudiese prolongar la vida eternamente. Ese ideal común a los tres palacios daba sentido a la existencia de cada uno de ellos; y no iban desencaminados al pensar que sólo si conseguían ser como el Conde necesitaba que fuera podrían ellos subsistir. O sea, cada mayordomo intuía que el destino de su palacio estaba ligado al destino del Conde. Y no pensaban que el bien de su señor dependía de la magnificencia, el brillo social y el buen nombre de los tres palacios, no; cada uno estaba convencido de que en el suyo gozaba el Conde de mejor y más segura vida, de ahí que compitiera con los otros, pugnando porque el señor pasara más tiempo en el suyo… No se atrevían a pedirle que se quedara allí para siempre, que lo eligiera como residencia definitiva, pero en secreto alimentaban ese sueño, por amor al Conde y por amor a sí mismos, pues sabían que su vida desaparecería con la del señor. Y así hasta que un día…

Bueno, el cuento sigue, y es realmente bello y moralizante; pero no es este lugar para su relato. Nos basta abstraer el símil, para ver las tres formas del capital como los tres palacios del Conde. También entre ellas hay conexiones, y cierta coordinación, sin las cuales el señor correría riesgos y se vería obligado a poner orden; también entre ellas hay competencia, lucha por ser cada una lo que es y porque el señor la elija y prolongue en ella su estancia; lucha porque el señor use sus estandartes y enseñas, porque siga sus hábitos, porque se identifique con aquel modo de ser particular, porque abandone la pasión divina de existir en diversas personas, de aparecer en diversas máscaras,y opte por elegir una encarnación única para seguir siempre el mismo, en su inmensa y solitaria quietud.

Si ahora nosotros interpretamos estas luchas y enfrentamientos de la ficción literaria como contraposiciones o contradicciones reales entre esos modos de existencia del capital, o sea, como fuerzas que se enfrentan en la lucha por la existencia, y si esa combinación de fuerzas conflictivas la pensamos como una totalidad cuya unidad es puesta por la forma capital, tendremos una estructura de relaciones que llamamos de subsunción, que es a mi entender la que mejor define la ontología marxiana. Tenemos así un modelo que nos ayuda a comprender los dispositivos de los movimientos de las formas particulares y de la forma general.

Así podremos comprender mejor el sentido de estas contraposiciones, su lucha por la hegemonía, sus resistencias tanto a cada una de las otras como a la forma general que las subsume. Y así podremos pensar que la forma general, el ciclo del capital, usa las formas particulares, sus relaciones y grados de conflictividad como dispositivos para cumplir su objetivo de reproducción.

Por ejemplo, Marx nos va describiendo esa especie de competencia entre las formas del capital por hacer valer su propio ciclo como el más relevante o paradigmático del capital, en todo caso, como el que más aporta al ciclo general. Y aunque no con la claridad que nos gustaría, se aprecia que su posición viene a ser que, aunque cada forma barra para casa y se presente como la más indispensable o la más representativa, en rigor todas son necesarias, están combinadas y funcionan a un fin que las sobrepasa, hacer posible el ciclo del capital. Es el capital el que parece jugar con sus ensimismamientos, gestionar sus pasiones narcisistas y equilibrar sus instintos particulares, como forma subsuntiva que no pone el movimiento, éste nace en la contradicción, pero sí sus límites y su orientación final, en ello le va la existencia. El capital, como el Conde del cuento, conoce las relaciones contradictorias entre sus residencias, sabe de sus “pasiones”, que estimula, alimenta y controla convenientemente para beneficiarse de su celo por llegar a ser la única casa del señor, el lugar y el modo de vivir del señor; por eso discretamente y ayuda a que se equilibren las tensiones cuando amenaza tormenta, antes de llegar a la bellum omnis contra omnes. El señor, Conde o Kapital, sabe gestionar las contradicciones y dirigirlas en su beneficio, como según Kant la historia hace uso de la insociable sociabilidad para hacer avanzar el derecho y la moralidad. El señor es un artista de la subsunción, sabe que ésta ha de asumir lasresistencias y jugar con ellas; sabe que la realidad no la mueve la razón práctica, sino la voluntad de poder; o sea, sabe que el destino de sus palacios, de sus lugares de residencia y de sus modos de ser, en definitiva, de su ser, se decide en la lucha entre ellas; pero también sabe que interviniendo discretamente, siempre de perfil, con buena ingeniería social, suele lograr que su ciclo avance, que el conjunto tenga una resultante que apunte hacia la continuidad de su existencia, en forma de reproducción mediante la valoración.

Ese es el arte de la subsunción. Marx explícitamente no echa mano de este enfoque, perolo usa de manera práctica en su análisis, tanto al revelar las con frotaciones entre las figuras en su voluntad de monopolizar la forma del capital como en su constante énfasis en mostrar que todas son importantes, que unas dependen de otras; que todas colaboran en el proyecto del señor que las subsume, la forma capital; y que éste, como si anunciara su pretensión a la divinidad, está en todas partes y no tiene casa propia. Y para mostrar que las metáforas siempre tienen un límite, decir que Kapital no es humano como el Conde; éste no puede estar en los tres palacios al mismo tiempo, pero Kapital sí, como Marx nos revela al final, en el siguiente capítulo.

Pero en este se trata aún de mantener las tres figuras y seguir en su comparación cada vez más intensa, en su lucha por la hegemonía. Veremos algunas consecuencias que pueden extraerse de su comparación, especialmente las referidas a las diversas formas de enmascaramiento del juego del capital. Nos centraremos en ver la ocultación de la vida del plusvalor, a la que ya hemos hecho muchas referencias pero que siempre nos parecen pocas; no hay mayor enemigo de la filosofía que su pereza a enfrentarse al enmascaramiento y al simulacro.


2.2. El análisis de las tres fórmulas pone de relieve que cada tiene una función diferenciada, siendo las tres funciones necesarias para que el capital cumpla su destino. La forma dinero nos presenta el capital en la función de producción de valor, de valorización; la forma producto nos presenta el capital en su función de reproducción; en fin, la forma mercancía nos da fe del capital individual desglosándose en sus componentes y combinándose con los otros capitales, mostrando su necesidad de vivir unido a los otros. Comencemos por comentar en este apartado las dos primeras.

Marx concede mucha importancia a las dos posiciones del dinero en el circuito I, especialmente a la posición final; está convencido de que es ahí donde esta forma se hace sugestiva, donde hechiza y adquiere puntos en su supremacía; donde muestra su presunta superioridad sobre las otras, que lleva a muchos a identificar el ciclo del dinero con el del capital, la mayor expresión de su triunfo. Efectivamente, el ya muy conocido por nosotros ciclo del capital-dinero, D … D´, desplegado D – M … P … M´ – D´, nos indica que el proceso de producción está en el centro, interrumpiendo las dos fases, “complementarias y contrapuestas”, de la circulación. En el origen figura el D adelantado como capital, que enseguida pasa a mercancía y luego, ya en territorio productivo, a medios de producción; después se transforma en producto, de nuevo regresa a la forma mercancía y ésta, por fin, se metamorfosea de nuevo a dinero llegando a su destino como . Ciclo acabado. “Es un ciclo económico completo y terminado, cuyo resultado es dinero utilizable para cualquier cosa” [10]. Parece que el capital-dinero ha alcanzado una situación privilegiada, segura, confortable, que le ha sacado de la incertidumbre y le ha servido para certificar su ser capital, pues se ha valorizado; parece que el dinero ha devenido libre, incluso se ha emancipado de su determinación de capital, como si en ese momento no fuera capital-dinero en tanto puede elegir no serlo; sería dinero virtual {D}.

La aventura puede acabarse aquí, si el capitalista decide cambiar de negocio o abandonar la disciplina de Herr Kapital y reinstalarse en el apacible mundo de los ricos a gozar de sus riquezas, por ejemplo:

“El nuevo comienzo no está dado, de este modo, más que en su posibilidad. D ... P ... D' podría ser perfectamente el último ciclo que, por retirada de los negocios, concluyera la función de un capital individual, e igual podría ser primer ciclo de un capital que entrara por vez primera en funciones. El movimiento general es aquí D ... D', de dinero a más dinero” [11].

Pero no es fácil la deserción, por la seductora experiencia de ser capital y porque, como he insinuado, el dinero lleva en sus genes algo divino que le hace gozar del don de la ubicuidad, lo que le impide llegar unido y concentrado a la posición final, como veremos, lo que le dificulta la retirada.

Si ahora nos fijamos en el circuito de la forma II o del capital-producto, P … P´, desplegado P … M´– D´– M … P (P´), podremos ver que todo el proceso de circulación, con sus dos fases, sigue al primer P y precede al segundo; pero aquí el primero y el segundo P, que representan respectivamente al producto acabado y al acto de la producción, aparecen invertidos: es decir, la fórmula del ciclo al representar los dos símbolos del producto “procede en orden inverso respecto de la forma l”. Esto es importante, pues nos revela que la forma dinero tenía por objetivo la producción, lugar donde se decide la posibilidad de valoración, mientras la forma II no tiene por finalidad la producción, sino la reproducción; cada forma expresa en el orden de los símbolos su objetivo, el sentido de la misma. Por eso la del producto comienza con un producto P, comienza produciendo el producto; y su función no se satisface con la existencia finita del producto acabado, con la ejecución de la actividad productiva, sino que persigue que ésta sea infinita, inacabable. El capital, por mediación de su forma producto, muestra aquí su voluntad de eternidad. En consecuencia, puesto que la producción consume medios, necesita buscar el apoyo de la circulación para proveerse de ellos. Por eso va al mercado y se transmuta en mercancía y, tras varias metamorfosis, regresa a su territorio, la esfera productiva, con los elementos necesarios para el consumo, para seguir produciendo, para reproducirse:

“El primer P es el capital productivo, y su función es el proceso de producción como condición previa del proceso de circulación subsiguiente. En cambio, el P final no es el proceso de producción; es sólo la reaparición del capital industrial en su forma de capital productivo. Y lo es como resultado de la transformación, consumada en la última fase de la circulación, del valor capital en Ft + Mp, en los factores subjetivos y objetivos que constituyen en su unificación la forma de existencia del capital productivo. El capital, sea P o P', existe de nuevo al final, dispuesto en una forma en la cual tiene que volver a funcionar como capital productivo, tiene que volver a realizar el proceso de producción” [12].

Esta cita requiere ser leída con mucha atención. En primer lugar, porque Marx está describiendo el ciclo del producto, no la fase segunda del ciclo del capital; entre ambas hay una inversión de las posiciones de P y P´. En segundo lugar, porque si bien Marx separa conceptual el ciclo del capital y el del dinero, lo cual es correcto y necesario, al concretar el recorrido del primero tiende a solaparse y confundir se con el del dinero. Y es así porque la descripción concreta del ciclo del capital ha de tener siempre un origen, y éste ha de coincidir, por tanto, con el de alguna figura. O sea, inevitablemente se cae en la confusión del ciclo del capital con el de alguna de sus figuras; por razones que iremos viendo, la tendencia habitual leva a partir de la posición dinero, y así se confunde el ciclo del capital con el de la forma I. O sea, en la descripción del ciclo del capital se parte de su fase capital-dinero, y de este modo ambas representaciones se confunden. No en el concepto, pero sí en la representación simbólica; habremos de hilar fino para evitar falacias.

Efectivamente, si enfocamos el ciclo general del capital, y para ello nos situamos -de algún punto hay que partir- en la frontera entre la circulación y la producción, mirando adelante y atrás vemos que está entre la fase del capital-dinero y la fase de capital-producto. El capital llega a la esfera productiva, su segunda fase, después de un recorrido por la primera fase que ha tenido lugar en la circulación, en la cual el valor adelantado ha sufrido la transmutación D – M [Mp + Ft]. Ese capital mercancía productivo, formado por medios de producción y fuerza de trabajo, entra como entra en Fábrica y constituye el proceso productivo P – P´, que comienza con un valor igual al capital adelantado y culmina con un que incluye el plusvalor generado.

Para mayor precisión y claridad analítica, y sólo para esto, podríamos distinguir en la esfera del capital-producto tres momentos, en lugar de los dos habituales (el P constituyente y el P constituido), a saber, el momento P = Mp + Ft, , en que el capital productivo tiene aún el cuerpo de la mercancía, la forma de medios de producción y fuerza productiva, conservando el cuerpo pero no el alma de la mercancía; el momento genuinamente productivo, en que P simboliza la realización del metabolismo del consumo productivo, momento de indeterminación ontológica absoluta, donde los elementos han devenido un magma que incluso carece de valor real, como si debiéramos pensarlo con mero valor virtual, pues en ese estado no hay mercancías; y el momento final, del producto acabado, en que nuevos objetos con nuevos cuerpos aparecen cargados del valor de las mercancías consumidas más el plusvalor generado.

Pues bien, con esta distinción ad hoc comprendemos que, realizada la producción por consumo de los medios de producción y la fuerza de trabajo, tenemos P´, que suma el valor de P y el plusvalor, y que ha de regresar a la circulación para, convertido en , seguir su curso. Esa descripción vale tanto para el ciclo del capital como para el ciclo del capital-dinero, aunque conceptualmente se distingan.

Si en lugar de la fase del ciclo del capital tomamos ahora el ciclo del capital-producto, el punto de partida no es P, momento previo a la producción propiamente dicha, sino P´, el instante en que aparece el producto en el circuito. Producto que ha de recorrer la circulación, como ya sabemos, para regresar a la esfera productiva en forma de nuevos medios de consumo productivos. Por tanto, la fase productiva del ciclo del capital, … P – P´ …, que físicamente coincide con la interrupción de la circulación del ciclo del capital dinero, no debe confundirse con el ciclo del capital-producto, P´… P.

Si leemos la cita de Marx teniendo en cuenta que habla del ciclo, las cosas encajan bien. El primer P es el capital productivo, es decir, es P´, es producto con plusvalor, que ha de mutar a ; por eso su función es la de realizar “el proceso de producción como condición previa del proceso de circulación subsiguiente”. En cambio, el segundo P, el P final en este ciclo del producto, no representa ni tiene por objeto representar el proceso de producción, sino que “es sólo la reaparición del capital industrial en su forma de capital productivo”, en su forma de medios de producción y fuerza productiva; o sea, el P final en el ciclo del producto funciona como el primer P de la fase del capital. Por eso es irrelevante aquí simbolizar el origen con P o P'; lo realmente importante es que “existe de nuevo al final, dispuesto en una forma en la cual tiene que volver a funcionar como capital productivo, tiene que volver a realizar el proceso de producción” [13]. Lo relevante en el ciclo del capital-producto es que su objetivo, su función, es la reproducción, no la producción. Esa es su diferencia; si se quiere, su mérito; en ese ensimismamiento arraiga su atractivo. El capital necesita esa forma porque su existencia no se reduce a producir, ni a valorizar, ni siquiera a acumular, sino que ha de cuidar de ese otro flanco, su reproducción. Cada vez es más visible empíricamente esta necesidad del capital; por ello cada vez es más importante la perspectiva de este ciclo.

Digo, pues, que lo importante es que el capital bajo la forma producto produce para seguir produciendo; tiene una existencia ensimismada, no sale de la inmanencia; es mera “voluntad de voluntad” heideggeriana, sólo quiere querer, sólo produce producción. En el primer trayecto del capital productivo -que sí, que procede del capital-producto del ciclo anterior, pero que en este nuevo ciclo aparece como poder de producir, como conjunto de elementos que hacen posible el proceso de producción (de trabajo y de valorización)-es simbolizado con P [=Mp + Ft], que es la transubstanciación que sufre M [Mp + Ft] en la aduana para asumir el modo de ser exigido en esta esfera de la producción. Aquí P simboliza en magnitud de valor la suma de los valores de los elementos que intervienen en el proceso productivo (mercancías consumidas) y en substancia el proceso del consumo productivo, el proceso de producción en sentido estricto de nuevos objetos del trabajo cargados con el valor de las mercancías consumidas y del plusvalor que se genera en el ciclo. En cambio, en el segundo trayecto, P simboliza los objetos producidos y el valor de los mismos, incluido el plusvalor que han cargado en el proceso de producción. De ahí que hayamos de tener presente que P no tiene el mismo significado en sus posiciones inicial y final, en el primero y el segundo trayecto; de ahí que sea necesario ver la diferencia entre los ciclos y la complementariedad incluso bajo su contradictoriedad.

Como dice Marx, “la forma general del movimiento, P ... P, es la forma de la reproducción, y no muestra, como lo hace D ... D', la valorización como finalidad del proceso” [14]. No es la presa, sino la caza, el conatus de su movimiento. Claro, tras el proceso productivo se ha incorporado el plusvalor; pero si la expresamos como P … P´ no es porque veamos intuitivamente la acumulación, ni siquiera porque conceptualmente percibamos la necesidad de la misma. La verdad es que la constatación teórica y empírica no nos llega hasta que, en la circulación, sea visible en D … D´, lugar o momento en que se hace visible la realidad de , y con ello la verdad del valor capital, su valorización. El capital, pues, produce para reproducirse.

Marx señala al respecto que la economía clásica se olvida de la forma de reproducción del proceso, P … P, porque le parece excesivamente compleja, y sobre todo porque esconde la valorización como fin; prefiere quedarse con la representación que le ofrece la forma dinero, D … D´, más simple e intuitiva, que revela el movimiento del capital como mero proceso de acumulación o valorización. Cada forma parece luchar por su hegemonía, y la victoria se consigue mediante simulación y disimulación; pero Marx, que siempre quiere ver al capital bajo sus figuras y sus máscaras, que aspira a pensarlo como el conjunto estructurado y subsumido de las mismas, va poniendo las cosas en su sitio al revelar las funciones oscurecidas por el ruido de las contradicciones. No busca la simplificación, y no busca ocultar la dominación que siempre vive bajo la subsunción:

“Por eso facilita tanto a la economía clásica el prescindir de la determinada forma capitalista del proceso de producción y exponer la producción como tal como finalidad del proceso, de tal modo que se produzca lo más posible, y lo más barato posible, y se cambie el producto por otros de lo más variado posible, en parte para renovar la producción (D – M) y en parte para el consumo (d – m) [15].

Ya se ve, si se sigue la forma del dinero, aunque se sublime como forma propia del capital, se oculta lo que realmente conviene revelar. El proceso del capital se reduce con ello a un proceso de producción, “el proceso de producción tiene por finalidad la producción” [16]. Es lo que hace la economía clásica, que interpreta lo producido como medio para renovar la producción (D … M) y el consumo (d … m). Todo, pues, se mueve en función del consumo. Y, como dice Marx, dado que D y d aparecen como medios de circulación y con una existencia fugaz, se pueden “pasar por alto las peculiaridades del dinero, así como las del capital-dinero”, se pueden silenciar e invisibilizar sus límites y sus dependencias, y así se puede presentar el proceso del capital como algo simple, natural; “con la naturalidad del racionalismo superficial” [17]. Aquí como en otros momentos lo importante es lo que se oculta, nada menos que la finalidad última de la producción: la valorización queda enmascarada por la producción. La producción, la optimización de la producción, puede presentar como bien absoluto, incuestionable, presente en todas las sociedades, en todas las formas de vida humana; visto el capitalismo desde su potencia predictiva, no sólo resulta intachable, sino reverenciable. Cuando más brille la producción, más deslumbra, más oculta la función oculta del capital, que es su valorización y su reproducción. Y, en este juego de enmascaramiento, unas formas del capital son más eficientes que otras. El objetivo crítico no debiera ser establecer la jerarquía definitiva entre ellas, sino descifrar su funcionamiento oculto y hacer ver que, somo todo lo subsumido, de forma mediata obedece y sirve a la forma subsuntiva dominante, aquí la forma capital. Y esa crítica no debe respetar nada, ni el dinero, ni el producto, ni la humilde mercancía, que en su discreción no deja de jugar el juego del capital:

“También en el capital-mercancía se olvida a veces el beneficio, y no figura más que como mercancía cuando se habla del ciclo de producción como un todo; y sólo como capital-mercancía cuando se habla de los elementos del valor. La acumulación aparece, naturalmente, del mismo modo que la producción” [18].

Esa es la cuestión: ocultar la vida del plusvalor, borrar sus huellas, tal que el proceso y sus figuras sean aceptadas como naturales, como intrínsecas al trabajo humano, silenciando e invisibilizando su particular esencia capitalista.

Pasemos ya a la forma III, la del capital mercancía. Su fórmula, M' – D' – M ... P ... M', nos muestra que en este caso el ciclo está inaugurado por las dos fases del proceso de circulación. Y lo hacen en el mismo orden que en la forma II, del capital-producto. Tras ellas viene el proceso productivo, … P …, desglosable en P – P´, y el ciclo concluye con el resultado de este proceso, M´. En el caso de la fórmula II el ciclo acababa P, cumpliendo así su finalidad de hacer posible la reproducción. Pues bien, Marx hace una estrecha comparación entre el orden de los procesos de las formas II y III, señalando aspectos comunes y aspectos diferentes:

“Al igual que en la forma II el proceso concluye con P como mera reaparición del capital productivo, aquí concluye con M' como reaparición del capital mercancía; al igual que en la forma II el capital tiene que volver a empezar en su forma final P el proceso como proceso de producción, así aquí, con la reaparición del capital industrial en la forma de capital mercancía, el ciclo se tiene que volver a inaugurar con la fase de circulación M' – D' [19].

La cuestión es que si la II ha de acabar en P y la III en M´, ambas son incompletas, pues no acaban con , con el capital-dinero reproducido y valorizado; por tanto, exigen continuar. El único final completo, acabado, es en , y éste sólo lo tiene la forma dinero; de ahí su apariencia de hegemonía. Como ni la II ni la III culmina en D´, Marx las llama fórmulas “incompletas”. A diferencia de la I, ninguna acaba con el valor valorizado, que parece -sólo parece- ser el final natural del capital. Por eso ambas formas, la II y la III, han de ser continuadas, han de prolongarse, y así incluir la reproducción [20].

Pero esta superioridad de la forma I es sólo a primera vista, pues la forma III también tiene sus peculiaridades y privilegio. En primer lugar, como he dicho, porque sólo en este ciclo aparece el valor capital valorizado como punto de partida de la valorización:

M' en cuanto relación de capital es aquí el punto de partida, y actúa determinantemente como tal sobre el entero ciclo, incluyendo ya en su primera fase tanto el ciclo del valor capital cuanto el de la plusvalía, y la plusvalía -si no en cada ciclo, sí por término medio- se tiene que gastar en parte como renta, recorriendo la circulación m – d – m, y tiene en parte que funcionar como elemento de la acumulación del capital”. [21]

Como en el ciclo del producto se parte del segundo P, donde su valor es , incluye el plusvalor producido por P, pero es invisible; sabemos que es , pero lo simbolizamos por P. En cambio, cuando llega a la circulación para realizar las metamorfosis necesarias para la reproducción, allí ha de aparecer como , o sea, como mercancía con la carga de plusvalor. De ahí que la forma III tenga el privilegio de comenzar el ciclo como valor capital valorizado, mientras la I comienza con D, valor capital en busca de valorización, y la II comienza por P, valor capital en busca de su reproducción. Dice Marx,

“Lo que diferencia a la tercera forma de las dos primeras es que sólo en este ciclo aparece el valor capital valorizado -no el valor capital originario, todavía por valorizar- como punto de partida de su valorización. M' en cuanto relación de capital es aquí el punto de partida, y actúa determinantemente como tal sobre el entero ciclo, incluyendo ya en su primera fase tanto el ciclo del valor capital cuanto el de la plusvalía…” [22].

Esta particularidad, muy relevante, implica otra no menos importante, a saber, que ya desde el comienzo del ciclo aparece explicitada la necesidad de que el valor de se desglose en dos parte: el valor M, que en la metamorfosis M – D – M [=Mp + Ft] pasa a garantizar el consumo productivo necesario, a proveer la reproducción de los medios productivos consumidos; yel plusvalor m, que en parte se puede gastar como renta, “recorriendo la circulación m – d – m”, y en parte tiene que funcionar como elemento de la acumulación del capital, incorporado a M en su recorrido. Como dice Marx,

“En la forma M' ... M' está presupuesto el consumo de todo el producto-mercancía como condición del decurso normal del ciclo del capital mismo. El consumo individual del trabajador y el consumo individual de la parte no acumulada de la plusvalía abarcan todo el consumo individual” [23].

Lo cual tiene un efecto muy relevante y que se nos revela como función fundamental de la forma III, a saber, que el consumo en su totalidad, individual o productivo, y en la proporción entre ambos “entra como condición en el ciclo M' ”. Nótese que en esta forma M´… M´ se supone que se consume todo el producto-mercancía en un ciclo del capital, Por tanto, todo el consumo, individual o productivo, entra como condición en el ciclo. Pero el consumo productivo, que grosso modo incluye el del trabajador (pues el consumo individual del trabajador se destina en general y “dentro de ciertos límites” a reproducir la FT), se lleva a cabo “a través de cada capital individual”; en cambio, el consumo individual, “salvo en la medida necesaria para la existencia del capitalista”, se supone como “acto social”, no como “acto del capitalista individual”.


2.3. No acaban aquí las particularidades, similitudes y diferencias entre las tres figuras. Vistas las peculiaridades de cada forma, y su comparación, vamos a continuación a comentar la maraña de determinaciones y sobredeterminación entre las mismas. Aunque parezca extraño, las tres formas del capital aparecen enfrentadas entre sí, como los mayordomos de los tres palacios del Conde. Existe en competencia, en contraposición, luchando por la hegemonía y subordinación, articulándose en jerarquías móviles y muy interdependientes. Como ya he dicho, creo que la mejor manera de representarnos su baile es como una estructura de contradicciones, todas ellas subsumidas a la forma general, la forma capital; tres ciclos en tensión, que generan en conjunto el movimiento unitario que necesita el capital que los subsume. Y, como en toda subsunción, hay subordinación y resistencias tanto entre ellas como con la forma determinante de la estructura, que ejerce su inapelable sobredeterminación; es ésta la que fija la jerarquía móvil entre las formas.

La comparación entre las simbolizaciones de los tres circuitos de las tres formas del capital nos permite comprobar, intuitivamente, que en las formas del dinero y del producto “el movimiento total se presenta como movimiento del valor capital adelantado”, en forma dinero D o en forma medios productivos P, que aparecen en el principio del proceso. En cambio, en la forma de la mercancía, como acabamos de ver, el punto de partida es el capital-mercancía ya valorizado, en la forma . Tiene la forma de “capital que se mueve”; la forma de capital-mercancía es siempre viajera y travesti, lo sabemos. Este movimiento tiene lugar a lo largo de un tramo de la circulación; luego, como he dicho, “después de su transformación en dinero ese movimiento se ramifica en movimiento del capital y movimiento de la renta” [24].

Las consecuencias, que también hemos visto ya, pero en las que no hemos profundizado, es que en esta forma III queda incluida tanto la distribución del producto social total como la división particular del producto entre los capitalistas, así como en cada caso el reparto entre el fondo de consumo individual y el fondo de reproducción del capital [25]. Lo que equivale a decir que en esta forma III se decide nada más y nada menos que el reparto del producto social: P – M´ [= M + m] – M [= Mp + Ft] + m, siendo Mp el valor destinado a la reproducción, Ft al fondo de vida de los trabajadores y m al fondo de consumo del capitalista. Así, el ciclo del capital-mercancía, la figura más humilde y discreta, con frecuencia ocultada por la sobredimensionada función del dinero y el atractivo del poder de la producción, se nos revela en el análisis marxiano como un digno aspirante a la igualdad de trato por la igualdad de mérito; en definitiva, nos reclama algo más de atención.

Volvamos a la contratación de funciones entre las formas. En el caso de la forma I del capital-dinero, D ... D', donde D´= D + d, se aprecia que incluye la posibilidad de la reproducción ampliada: depende de la fracción de d que entre en el nuevo ciclo, fracción que no es aleatoria y gratuita, como puede parecer, sino fuertemente determinada, como en su momento veremos. En todo caso, d pone límites a la reproducción ampliada. En el caso de la forma II, del capital-producto, P ... P, es visible que P puede empezar el nuevo ciclo con un valor igual, mayor o menor que en el ciclo anterior. Pero de su magnitud no se deriva inexorablemente el carácter simple o ampliado de la reproducción, pues con un menor valor puede ser contra-intuitivamente reproducción ampliada: por ejemplo, “cuando, a consecuencia de un aumento de la productividad del trabajo, se abaratan elementos de la mercancía” Y, claro está, cuando si encarecen puede haber el efecto contrario, que con mayor magnitud resulte negativa. “Lo mismo es verdad de M' ... M'” [26]. También en esta forma queda indeterminado el carácter de la reproducción a pesar de suponer la existencia de plusvalor en el origen. Este hecho ayuda a que el dinero, la forma I, suela convertirse en el indicador preferido para medir la acumulación, silenciando que la indeterminación que acabamos de ver en las otras dos fórmulas es sólo eso, indeterminación en su expresión, pero que en ambos casos sus efectos están presentes.

He dicho que, para el análisis, podríamos suponer que las tres formas se enfrentan por la hegemonía dentro de la subsunción al capital; supuesto nada extravagante, pues al fin son tres formas del capital, tres modos de existencia del capital por los que ha de pasar en su reproducción. Y en esta lucha por la hegemonía subjetivamente la forma capital-dinero parece tener más puntos. Esta presunción de excelencia viene de que su fórmula muestra intuitivamente el cumplimiento de la finalidad del capital, la acumulación de plusvalor, D – M – D´. Esto no ocurre con las otras formas.

Pero, en segundo lugar, la forma III gana importancia en cuanto induce a ver el proceso como movimiento del capital-mercancía, sin separación entre capital y renta, que aparecerá después, cuandose traspase a dinero:

“En las formas I y II el movimiento total se presenta como movimiento del valor capital adelantado. En la forma III el capital valorizado, en la forma del producto-mercancía completo, constituye el punto de partida y tiene la forma de capital que se mueve, la forma de capital mercancía. Sólo después de su transformación en dinero ese movimiento se ramifica en movimiento del capital y movimiento de la renta. La distribución del producto social total, al igual que la división particular del producto para cada capital-mercancía individual, por una parte en fondo de consumo individual, por otra parte en fondo de reproducción, queda incluida en esta forma en el ciclo del capital” [27].

Si en D está implícita la posibilidad de ampliación del ciclo; y en P … P la posibilidad de comenzar el nuevo ciclo (con un P del mismo valor e incluso más pequeño, siendo no obstante reproducción ampliada, y a la inversa, un P mayor y reproducción reducida); en M´, de modo análogo, está presupuesta la condición social del ciclo del capital. La, el capital en forma de mercancía debidamente valorizado, es un presupuesto de la producción en general, que ya está en el origen y reaparece al final como presupuesto del siguiente ciclo. Si por cualquier circunstancia no ha sido producida o reproducida, el ciclo se obstaculiza.

“En este ciclo M' existe como punto de partida, punto medio y punto final del movimiento, de modo que está siempre presente. Es condición permanente del proceso de reproducción” [28].

Es decir, si a primera vista el ciclo del capital-dinero aparece como el más efectista, y el del capital-productivo puede esgrimir a su favor ser el momento de producción del valor, también el ciclo del capital-mercancía tiene credenciales y avales potentes. Compararlos, incluso sin la voluntad de jerarquizarlos, sirve al menos para extraer una representación más real de sus relaciones complejas y dinámicas.

Fijémonos que, obviamente, pue son hablamos de las fases sino de los ciclos, los de las tres figurastienen en común “que la forma en la que el capital inaugura su proceso cíclico [y da nombre el ciclo] es también la forma en la que lo concluye” [29]; es decir, todos finalizan con la misma forma que comienzan, como no podía ser de otra; y así, y sólo así,están en condiciones de inaugurar el siguiente. Esas formas iniciales, sean D, P o, son de hecho las formas en las que el capital se anticipa: el capitalista tiene y pone de entrada el dinero, o los factores productivos (instalaciones, materias primas y fuerza de trabajo, o los almacenes repletos de mercancías. Si no tiene ninguna de estas formas del capital, o sea, si no tiene capital, no comienza nada, no ha lugar la producción capitalista.

En cuanto a las formas finales, D´, P, M´, no son formas transformadas inmediatamente de las iniciales D, P, M´, sino de otras formas “funcionales” que mediatizan el proceso. En la forma I:procede inmediatamente de M´, de la metamorfosis D´; en la II, P procede de D, según: D P; y en la III, es la transmutación de P, simbolizada P . Obviamente, estas son las determinaciones inmediatas de las tres figuras finales de los respectivos ciclos, pues cada una de ellas, a su vez, procede de transformaciones de figuras anteriores tal y como se representan en los ciclos.

Pero, de momento, consideremos sólo las transformaciones finales antes descritas, M´ – D´, D – P y P – M´. Si nos fijamos en las dos primeras, en ambos casos la transformación se hace por una regla simple de la circulación de mercancías, a saber, por “un cambio formal de posición de mercancía y dinero”. En cambio, en la forma III, el paso P no interviene el dinero, pues no tiene lugar en la circulación, sino que se trata de una transformación productiva.es una forma transformada inmediata del capital-productivo P. En palabras de Marx, para que no se nos escape la precisión:

“De modo que D' es en I una forma transformada de M'; el P final de II es uns forma transformada de D (y en I y II esa transformación se realiza por un simple hecho de la circulación de mercancías, a saber, por un cambio formal de posición de mercancía y dinero). En III, M' es una forma transformada de P, el capital productivo. Pero aquí, en III, ocurre, en primer lugar, que la transformación afecta no sólo a la forma funcional del capital, sino también a su magnitud de valor; y, segundo, que la transformación es resultado no de un cambio meramente formal de posición, propio del proceso de circulación, sino de la transformación real que han sufrido en el proceso de producción la forma de uso y el valor de los elementos mercancía del capital productivo” [30].

Todos los cambios son cambios entre las formas, transformaciones funcionales entre los distintos modos de ser y actuar del c apital; pero en los dos primeros se trata de un cambio formal de posición entre mercancía y dinero, propio de la circulación, mientras que en el tercero, que tiene lugar en la esfera productiva, la forma es una transformación de la forma P. En la forma II se trata, pues, de una transformación diferente. Por un lado, porque la transformación aquí afecta no sólo a la función, sino a la magnitud de valor; segundo, porque la trasformación no es resultado de un mero cambio formal de posición, como ocurre en las metamorfosis de la circulación, sino resultado de una transustanciación, de un cambio real en su naturaleza, que afecta tanto a la forma de uso como al valor de los de los elementos del capital productivo, de las mercancías productivas consumidas.

Esta peculiaridad de la forma III queda bien descrita en el final de la cita; y como es una diferencia importante quiero insistir en ello. Me interesa resaltar que aquí la transformación no afecte sólo a la “forma funcional”, su papel operativo en el ciclo, sino a la “magnitud del valor”; en el paso de la II a la III, del P a M´, tiene lugar la valorización. Como decíamos en la metáfora, es en la aduana donde tienen lugar los enigmas de las transubstanciaciones. Por otro lado, esta transformación no es una simple metamorfosis o mero cambio formal de posición entre el dinero y la mercancía, propio de la circulación, sino que consiste en un radical y real cambio de substancia sufrido por los elementos productivos, por las mercancías productivas consumidas en la producción; cambios de naturaleza que afectan a sus propiedades naturales, a sus valores de uso y a las formas de uso de los mismos, pero también a la magnitud del valor que transportan, a la cantidad de valor ahora sobrecargada por el plusvalor.


2.4. Si tenemos presente las tres fórmulas podremos comprobar que, en cada ciclo, la forma del inicio (D, P o) está pre-supuesta, como una exigencia lógica, por la forma que reaparece al final (D´, P o); al contrario, éstas están puestas por las metamorfosis de sus ciclos, son resultados y, por tanto, condicionados por el proceso. En este sentido, , en tanto que punto final del ciclo de un capital-mercancía industrial, presupone inmediatamente P; o, a la inversa, es puesta de forma inmediata por P. Podemos decir, por tanto, que M´ no pertenece a la circulación de ese capital industrial, ni deriva de la misma, sino que es puesta por la producción. Por su parte D´, como punto final de la forma I, que resulta de la transformación de M', en la metamorfosis M' – D´, no es puesta por el ciclo, sino que “presupone a D en manos del comprador” [31], presupone el dinero como existente fuera del ciclo D D´; dinero que es atraído al mercado para comprar , o sea, que entra en el ciclo por la venta de; y así se convierte en forma propia final del ciclo del dinero. Si nos fijamos ahora en la forma II, la figura P como punto final de la producción, como producto acabado, pre-supone los elementos Mp y Ft “como existentes fuera del ciclo”, que se incorporan al mismo como forma final en la metamorfosis D M. Ahora bien,

“prescindiendo del último extremo, ni el ciclo del capital-dinero individual presupone la existencia del capital dinero en general, ni el ciclo del capital productivo individual presupone la del capital productivo en general en su ciclo. En I, D puede ser el primer capital monetario, y, en II, P puede ser el primer capital productivo que aparece en la escena histórica” [32].

No ocurre lo mismo en la forma III, cuya formulación desarrollada sería: M' [=M +m] – D' [D + d] – (D – M [=Mp + Ft]) + (m – d – m) – (… P…M´) + (m – d – m). Formulación un tanto compleja y sincrética, pero que podemos comprender fácilmente en su descripción literaria. Partimos de M´, desglosable en sus dos componente, M y m, representando respectivamente el valor de las mercancías consumidas en la producción y que deben adquirirse para la reproducción simple, y el valor de la sobreproducción, que en el caso de la reproducción ampliada se derivará hacia el consumo privado del capitalista en su movimiento m – d – m, tal y como expresa el segundo sumando de la posición final. Por su parte el componente M de pasa a D, que a su vez se cambia por los elementos productivos necesarios, Mp y Ft , que se transmutan en producto P en el proceso productivo, el cual regresa a la circulación en forma de M´.

Esclarecida la fórmula, puede observarse que M está pre-supuesta dos veces fuera del ciclo. Una vez en el ciclo M´ – D´ – M [= Mp + Ft] y otra en m – d – m.En la primera, M es mercancía por su función, en la medida en que está en manos del vendedor; por su origen, en cambio, es capital-mercancía, en la medida en que es producto de un proceso productivo capitalista; y, en todo caso, es capital-mercancía en sí, en tanto perteneciente al capital del comerciante. Pero en nuestro plano de análisis lo destacable de M es que se trata de mercancía porque funciona como mercancía. Una mercancía especial, mercancía productiva, nominada para medio de producción; pero objetivamente es mercancía mientras no pase la aduana. En la segunda fórmula, que describe el recorrido de m, aparece a todas luces como mercancía, abierta a quien la quiera y pueda comprar.

En todo caso, nos dice Marx refiriéndose a Mp y Ft, mercancías nominadas medios de producción y en tránsito a producto, sean o no capital-mercancía (que lo son), lo indudable es que son mercancías, tan mercancías como. En conclusión,tiene mercancías como componentes o elementos constitutivos (Mp y Ft), y se tienen que sustituir en la circulación por mercancías de igual valor [33]. Además, para que no haya dudas,

“Además, sobre la base del modo de producción capitalista como modo dominante, toda mercancía en manos del vendedor tiene que ser capital-mercancía. Lo era ya antes y sigue siéndolo en manos del comerciante, o bien llega a serlo en ellas, si no lo era antes” [34].

Por tanto, Mp y Ft son mercancías, capital-mercancía, pero su unidad en P, su forma de existencia en tanto que constitutivos de P, es la figura de capital-productivo. No existen de la misma manera, no son lo mismo, en el mercado y en la fábrica; no tienen el mismo modo de ser separados que reunidos. Vemos así un nuevo quiebro de la ontología marxiana, poniendo el ser fuera de la cosa, en sus relaciones móviles, en sus determinaciones presentes o aplazadas.

En este juego del ser en el laberinto de la existencia resalta otra diferencia de la humilde M respecto al omnipresente dinero y al omnipotente producto. Consiste en que M es presupuesto de M, se presupone a sí misma. Es importante destacar que sólo en la forma III acaece este hecho de que M aparezca como presupuesto de M en el mismo ciclo; y no se debe al azar o a un poder exterior, sino que es así porque el punto de partida es el capital-mercancía. Efectivamente, el ciclo comienza con la transposición deen las mercancías Mp y Fp, que constituyen sus elementos de producción; esa transposición abarca todo el proceso de circulación: M [= Mp + Ft]. Se ve que M se encuentra en los dos extremos; el segundo extremo recibe su forma M desde fuera, desde el mercado; pero no es “último extremo del ciclo”, es sólo el extremo de “sus dos primeros estadios”, que abarcan la circulación. Para completarse ha de hacer otro movimiento, y devenir P, que inicia el proceso de producción sólo así, desde el producto, puede aparecer , final del ciclo; por tanto, la mercancía es resultado de la producción, no de la circulación.aparece, pues, con la misma forma que empezó. “Así que sólo como resultado suyo, no como resultado del proceso de circulación, aparece M' como final del ciclo y en la misma forma que el extremo inicial M'” [35].

No pasa lo mismo en D y en P … P. En estos casos “los extremos finales son resultado inmediato del proceso de circulación”. Aunque en el recorrido se pasa por los dos circuitos, el de la producción y el de la circulación, es éste el que de modo inmediato, mediante la transformación de en , hace que D finalice en D´; y es también la circulación la que de modo inmediato, proporcionando Mp y Ft, hace que P acabe en P, que el producto vuelva a estar en condiciones de producir:

“En estos dos casos, pues, D' o P están sólo al final presupuestos en manos ajenas. En la medida en que el ciclo discurre entre los extremos, ni D en un caso ni P en el otro -o sea, ni la existencia de D como dinero ajeno ni la de P como proceso de producción ajeno- aparecen como presupuesto de esos ciclos” [36].

Como puede constatarse, son muy distintos los mundos de las figuras del capital. En M´ – M´ sí que se presupone que M, en su forma de medios de producción y de fuerza de trabajo, pertenece a otro capitalista, está en manos de otro. El capitalista industrial encuentra M [=Mp + Ft] en el mercado, en la circulación, la adquiere con D y así la trasforma en capital productivo, la hace entrar en el ciclo del capital, tal que el proceso continúa y finaliza en , revelándonos que ésta presuponía mercancías en manos ajenas:

M' ... M', por el contrario, presupone a M [=Mp + Ft] como mercancías ajenas y en manos ajenas, de tal modo que entran en el ciclo a través del proceso de circulación que las lleva a él, y se transforman en capital productivo, como resultado de cuya función M' vuelve a ser forma final del ciclo” [37].

Y es por esto, porque el ciclo M´… M´ pre-supone otro capital industrial en forma M [= Mp + Ft], y porque Mp abarca otros capitales (máquinas, carbón, aceites…), que el ciclo de la mercancía induce a que se lo contemple no sólo como forma general del ciclo, esto es, “no sólo como una forma de movimiento común a todos los capitales industriales individuales”, sino también como forma del movimiento del conjunto, del capital global, “como forma de movimiento de la suma de los capitales individuales”.

El ciclo M´… M´, por tanto, debido a que su realización exige y presupone la de los otros capitales individuales, además de presentarse como forma general común a todos ellos se presenta como forma del conjunto, “como forma de movimiento del capital conjunto de la clase capitalista”. El ciclo de la mercancía se presenta, pues, como forma general del capital social, dentro de la cual “cada capital industrial individual aparece sólo como movimiento parcial que se entrelaza con los demás y es condicionado por ellos”. Mirado socialmente, M´… M´ se revela la forma de movimiento tanto del capital social cuanto del plusvalor o del plusproducto por él engendrado [38].

Es importante esta función del ciclo M´… M´, que permite un salto analítico hacia una mayor concreción superando el tratamiento particularizado del capital individual aislado, y dando así entrada a las relaciones entre los diversos capitales privados, viendo el capital como una totalidad social. Y ello sin simplificaciones que llevarían a nuevas y más perniciosas abstracciones, como la de olvidar las determinaciones particulares de cada ciclo, que no pueden reducirse a una fórmula general abstracta. Con todo, superar el enfoque analítico del capital individual es una necesidad del proceso de conocimiento del propio ciclo particular, que exige pensarlo en sus múltiples relaciones de subordinación y sobredeterminación. Dice Marx al respecto:

“El que el capital social sea igual a la suma de los capitales individuales (incluidos los capitales por acciones y también el capital del estado en la medida en que los gobiernos utilizan trabajo asalariado productivo en minas, ferrocarriles, etc., y funcionan como capitalistas industriales) y el que el movimiento conjunto del capital social seaigual a la suma algebraica de los movimientos de los capitales individuales no excluyen de ninguna manera el que ese movimiento, en cuanto movimiento de los capitales individuales aislados, ofrezca fenómenos diferentes del movimiento mismocuando se lo considera desde el punto de vista de una parte del movimiento global del capital social, o sea, en su conexión con los movimientos de las demás partes de ese capital, ni que resuelva al mismo tiempo problemas cuya resolución se tiene que presuponer al considerar el ciclo de un capital individual suelto, en vez de resultar de él” [39].

En el análisis del ciclo M´… M´ se nos revela como el ciclo que permite y exige ser representado como forma de movimiento de la suma de los capitales individuales, o sea, como forma de movimiento del capital conjunto de la clase de los capitalistas. ¿De dónde procede esta peculiaridad, este privilegio, que permite a la humilde mercancía disputar la primacía con la seguridad que ofrece la versátil forma dinero y con la robustez y esperanza que proporciona la forma producto? Lo plantea así, como lucha por la hegemonía, como confrontación de poder, no sólo a efectos didácticos, sino conforme al enfoque ontológico. No debemos olvidar que se trata de tres formas del capital, tres modos de ser del mismo; tres formas de existencia que asume sucesivamente, en cada caso para realizar unas funciones y superar unos obstáculos. Por tanto, cada una de estas formas es necesaria y se siente necesaria. Sí, podemos decir que “se siente” sin contagio de metafísicos animismos, como una forma de expresión en registro objetivo; no olvidemos que su alma, su conatus, su principio de movimiento, si no queremos verlo en su ser, en su determinación ontológica a perseverar en el ser, que decía Spinoza, o a su determinación ontológica a realizar su concepto, que decía Hegel, habremos de verlo en la voluntad subjetiva de su patrón. No tenemos otra escapatoria. Son los dos registros que podemos y debemos usar; como en su día argumenté, el materialismo marxiano no es la victoria de una de las partes, es la superación de las mismas integrándolas, pensando objetivismo (“materialismo mecanicista y determinista”) y subjetivismo (“idealismo del sujeto o del espíritu”) como dos fuerzas en lucha, que pugnan por imponer su imperio, ambas con afán de imponer su verdad, su mundo. Sólo se las vence sin caer en la otra situándose fuera, subsumiéndolas en una representación que las reconoce…, como partes, como momentos, y que las usa y jerarquiza adecuadamente en cada ocasión.


2.5. De lo que venimos viendo se puede apreciar que el capital usa sucesivamente las tres formas, y las afirma o niega en el curso del ciclo; podemos imaginar, si se nos permite una vez más tirar de prosopopeya, que se ría de las mismas cuando, gozando de su aquiescencia, aspiran a su coronación como la forma querida del capital, la de mayor confianza. Le interesa esa competición, que en conjunto es su fuerza, en la que cada una en su fase parece reinar y triunfar sobre las otras. Así el combate entre formas está subsumido al destino del capital, que las usa y sobredetermina, las pone límites, reparte tiempos y magnitudes de hegemonía. Cada forma ve su ciclo como el principal sostén del patrón; y por amor a éste, por considerar que expresa su esencia, su auténtico modo de ser, se esfuerza en resistir y perpetuarse. Y debido a que el valor viaja disperso, ocupando como un dios auténtico todos los lugares del camino, estando presente al mismo tiempo en todas sus formas o “personas”, éstas se ven siempre vivas, siempre presentes, incluso cuando se sienten debilitadas o subordinadas a las otras.

En esa lucha propia de los seres subsumidos, cuya voluntad de ser está oscuramente al servicio del ser del patrón que lo subsume, cada una se hace su propia autolegitimación. Lo hace en su lengua, exhibiendo su ajuar para que el juez tome nota y juzgue sus méritos. Ahora Marx hace de juez de los méritos de la mercancía. Sigamos escuchándole, y constatemos su reconocimiento y la alta relevancia que concede al hecho de que

“sea el único ciclo en el que el valor-capital inicialmente adelantado constituye sólo una parte del extremo que inaugura el movimiento, mientras que este movimiento se anuncia desde el primer momento como movimiento total del capital industrial, tanto de la parte del producto que repone el capital productivo cuanto de la parte del producto que constituye plusproducto y que, en promedio, se gasta parcialmente como renta y sirve parcialmente como elemento de acumulación” [40].

Es decir, tiene relevancia que el ciclo de la mercancía parta de , que incluye M + m, o sea, el valor adelantado y el plusvalor generado; la parte M irá directa a la reproducción y en cuanto a m ya se decidirá si toda, parte o nada se desvía al consumo individual del capitalista.Esto es así y no puede ser de otra manera, debido a que “el plusvalor está incluido en el ciclo como renta”, o sea, como “consumo individual”. Como dice Marx, el consumo individual está incluido en la mercancía del punto de partida como artículo de uso; y por eso, por tener un uso, es mercancía, por eso es producido por un capitalista, y por eso es capital-mercancía, “con independencia de que su forma de uso lo determine para el consumo productivo o para el consumo individual, o para ambos” [41]. En consecuencia, ya encierra esa necesidad de presencia de los otros capitales en el ciclo del capital individual.

Así podemos ver bien esta diferencia del ciclo de la mercancía respecto a los otros de la forma dinero y producto. Es manifiesto que D apunta a como fin del proceso a la valorización del valor capital adelantado; también es intuitivo que P P (P´) apunta como objetivo final a la acumulación del capital productivo, es decir, a crear las condiciones para que el capital siga produciendo, a producir un capital apto (en magnitudes, proporciones y diversidad) para la reproducción. Pues bien, M no tiene por objetivo ni la valorización ni la reproducción, sino que desde el origen se presenta como figura de la producción de mercancías, como se manifiesta en que ya en el origen exhiba desde el primero momento que contiene las mercancías M + m necesarias tanto para el consumo productivo como para el consumo individual. Efectivamente, ambos tipos de consumo son ramificaciones de su movimiento, están ya incluidas en el mismo. Además, como ya hemos visto, este ciclo M´… M´ apunta más allá del ciclo individual, apunta al ciclo social conjunto del capital. No obstante,

“como M' puede existir en una forma de uso que no pueda ya entrar de nuevo en cualquier proceso de producción, queda indicado desde el principio que los diversos elementos del valor de M', expresos en partes del producto, han de ocupar posiciones distintas según que M' ... M' valga como forma del movimiento del capital social conjunto o como movimiento independiente propio de un capital industrial individual. En todas esas peculiaridades suyas este ciclo apunta a más allá de sí mismo considerado como ciclo suelto de un capital meramente individual” [42].

Como se ve, la argumentación de Marx persigue un objetivo, el de mostrar que el ciclo de la forma mercancía es el que mejor transparenta y describe la realidad capitalista, en el sentido de la subsunción de los capitales individuales en el capital social global. Y uso el término “subsunción” expresamente, parea significar que no se trata simplemente de reconocer una forma común en los ciclos de los capitales particulares, o de dar cuenta de sus relaciones exteriores, sino de expresar la existencia de una unidad interna, contradictoria, con subordinaciones y jerarquías entre los elementos subsumidos y resistencias y sobredeterminaciones entre ellos y la forma subsuntiva, implícitas en el concepto de subsunción. Lucha, pues, entre las formas del capital y de sus ciclos y subsunción de todas ellas en el capital y de sus ciclos en el ciclo del capital.

En el ciclo de la forma mercancía, M' ... M', nos dice Marx, el movimiento de es el movimiento de una capital-mercancía, en tanto producido en un proceso capitalista; de hecho, es el producto total producido de modo capitalista en el ciclo anterior al que inicia. Pues bien, este se presenta al mismo tiempo “como presupuesto del ciclo independiente del capital individual” y “como condicionado, a su vez, por éste”. “Presupuesto”, por lo antes dicho, porque exceptuando la abstracción de un inicio en dinero exterior, los elementos productivos requeridos para el ciclo -acabamos de verlo- proceden de M´, de la producción anterior.“Condicionado” por el propio ciclo, en cuanto éste requiere de esos medios en la composición adecuada.Y es esta conexión, expresada en , entre el ciclo individual y el ciclo social lo que le lleva a Marx a afirmar que

“si esta figura se concibe en su peculiaridad, no es posible ya satisfacerse con el hecho de que las metamorfosis M' – D' y D M son, por una parte, secciones funcionalmente determinadas de la metamorfosis del capital y, por otra, miembros de la circulación general de mercancías” [43].

Es decir, ya no basta el reconocimiento de que el ciclo del capital y la circulación general de mercancías compartan circuito, en concreto, de que las dos metamorfosis de los dos recorridos de la circulación formen también parte del ciclo del capital industrial; no basta reconocer que el capital individual transita por ambas rutas. Además, hay que reconocer -las peculiaridades de lo exigen- en entrelazamiento de los capitales, tanto en los recorridos de sus valores de reproducción como en los que cada uno separa para el consumo privado del propietario de los mismos.

“Es necesario poner de manifiesto los entrelazamientos de las metamorfosis de un capital individual con las de otros capitales individuales y con la parte del producto total destinada al consumo individual” [44].

Es necesario, al menos, para un análisis concreto final del capital; de momento, entregados al análisis abstracto del movimiento de un capital individual, esa forma III no es tan necesaria. “Por eso en el análisis del ciclo del capital industrial individual nos basamos preferentemente en las dos primeras formas” [45].

Marx nos ofrece aquí un ejemplo interesante, que ayuda a clarificar los conceptos que pone en escena. Para ilustrar el ciclo M'… M' como forma de un capital individual aislado recurre a una explotación agraria, en la cual se cuenta de cosecha a cosecha. representa el inicio del nuevo ciclo, el valor en el mercado del producto de la cosecha en el anterior; del mismo ha de salir lo necesario para la puesta en marcha del ciclo. Por tanto, desde en la representación de la forma II encontramos que se parte de P, o sea, de la sementera, mientras en la representación que nos ofrece la forma III se parte de la cosecha: “o, como dicen los fisiócratas, en la II se parte de les avances (anticipos), y en la III de les reprises (reembolsos)” [46].

Lo que Marx quiere subrayar es que el valor capital-mercancía se mueve de modo diferente en la forma mercancía, donde siempre aparece como parte del valor capital-mercancía general, y en las otras dos formas, donde aparece como valor capital-mercancía individual:

“el movimiento del valor capital aparece en III desde el primer momento sólo como parte del movimiento de la masa general de productos, mientras que en I y en II el movimiento de M' constituye sólo un momento del movimiento de un capital aislado” [47].

Esa es la peculiaridad de la forma III, que expresa de manera contundente el ciclo del capital individual subordinado al de los otros capitales, presuponiendo la presencia de éstos en el mercado. Debido a ello, debido a que las mercancías en el mercado, en principio ajenas al movimiento del ciclo que nos ocupa, “constituyen el presupuesto constante del proceso de producción y reproducción”, se genera una ilusión, a saber, que todo procede de allí, que todos los elementos del ciclo están allí y se producen allí, en el mercado:

“Por eso, si se atiende sólo a esa figura, todos los elementos del proceso de producción parecen proceder de la circulación de mercancías y constar sólo de mercancías. Esa concepción unilateral pasa por alto los elementos del proceso de producción que son independientes de los elementos mercancías” [48].

En fin, para cerrar este capítulo Marx nos regala una nueva y fina observación, también a partir de la forma M'… M'. En esta figura, está en el origen, es el punto de partida; como M´ = P en valor, hemos de decir que todo el valor producto, el valor total, está en el origen. Pues bien, Marx nos dice que, en este caso, y haciendo abstracción del comercio exterior, “sólo puede haber reproducción a escala ampliada con productividad”, lo cual es muy comprensible. Ahora bien, nos dice más, nos dice que esa productividad, será constante “si los elementos materiales del capital productivo adicional están ya contenidos en la parte del plusproducto que hay que capitalizar” [49]. Lo cual también parece obvio, dado que en la circulación no hay generación de valor y todo el que llegue a la reproducción ha de estar contenido en el origen. El ciclo de la mercancía evidencia que “en la medida en que la producción de un año es presupuesto de la del siguiente”, la producción ha de producir inmediatamente plusproducto en una forma que lo capacita para funcionar como capital adicional. “El aumento de productividad no puede aumentar más que la materia del capital, sin elevar su valor; pero ya con eso forma material adicional para la valorización” [50]. Y cierra el capítulo con la siguiente referencia a los fisiócratas, muy elocuente:

M'… M' está en la base del Tableau Économique de Quesnay, y revela mucho y fino tacto el que Quesnay eligiera, en contraposición a D … D' (la forma aisladamente aferrada por el sistema mercantilista) esa forma, y no P … P” [51].

Ese “mucho y fino tacto” que Marx admira en Quesnay es un buen reconocimiento al papel de la mercancía; no en vano Marx comenzó su Libro I por la mercancía, aunque no estaba en sus muchos proyectos anteriores del texto,Y es que al fin Marx entendió que si las tres formas eran otras tantas figuras o modos de ser que adoptaba el capital para ser y reproducirse, todas ellas necesarias, establecer entre ellas una jerarquía absoluta y definitiva, era propio de otra ontología más esencialista y dogmática que la que él buscaba. La falsa necesidad de jerarquizarlas, y la ideológica convicción en que podría hacerse, forma parte de la ideología de la ciencia económica. Por eso tiende a pensarlas como distintos modos del ser del capital o momentos de la verdad del capital. Jerarquizarlas, coronar una u otra, es un efecto más del fetichismo del capital, que se deja amar en todas las figuras hasta el enfrentamiento entre ellas; es su forma de ejercer la subsunción, que es la forma propia de la dominación en la esfera económica y social.




Leídos los tres capítulos, recorridos los tres ciclos de las tres formas del capital, tengo la sensación de que debería reescribir estas lecturas, pues tiene recorrido de mejora. Creo honestamente haber conseguido el fin principal, el de hacer más inteligible y claro este discurso marxiano sobre las metamorfosis, un auténtico laberinto de su ontología; pero no estoy satisfecho de la exposición, de haber ordenado los análisis conforme a las razones que se han desprendido del mismo. Excesivas repeticiones, reproduciendo las redundancias del texto marxiano, y un orden de argumentación excesivamente pegado al ordo inveniendi, a la positividad sintáctica del texto, a pesar del desorden de éste. Al releerlo percibo un recurso excesivo a la paráfrasis, cuando no a la mera transcripción. Sin duda el género literario escogido, la lectura, requiere un alto grado de lealtad; pero no hasta el punto de olvidar la máxima clásica que nos recuerda Spinoza, según la cual “quia alia est via et ordo inveniendi, alia docendi”. Pues además de la lealtad al maestro, que nos obliga a seguir sus dispositivos de investigación, debemos lealtad al alumno, que parece reclamar un ordo expositionis que prime la claridad y la distinción del more geometrico.

Aunque, bien pensado, conviene recordar la petición del padre Mersenne a Descartes, con motivo de sus Objecciones a las Meditaciones Metafísicas de éste. Tras exponer sus siete cuestiones, acaba el escrito con una petición, muy en línea con el carácter austero y humil del monje filósofo:

“Estas son, señor, las cuestiones a las que deseamos que aportéis mayores luces, a fin de que la lectura de vuestras muy sutiles -y, según estimamos, también muy verdaderas- meditaciones redunde en provecho de todos. Sería muy útil, por ello, que, al final de vuestras soluciones, después de haber establecido algunas definiciones, postulados y axiomas, dispusierais todo según el método de los geómetras, en el que tan versado os halláis, a fin de que, ordenadamente y como de una ojeada, vuestros lectores encontrasen satisfacción y vos infundierais en su espíritu el conocimiento de la divinidad” [52].

La respuesta amable de Descartes no merece desperdicio. Sólo recojo el principio, aunque confieso que de tanto en tanto releo el resto para desintoxicarme de uno de los virus filosóficos más tóxicos de nuestro tiempo, el de la obsesión de hablar del método, y del método para decidir el método, que ahoga el pensamiento. Dice Descartes en su respuesta a Mersenne:

“Por lo que concierne al consejo que me dais de que disponga mis razones según el método de los geómetras, a fin de que los lectores puedan comprenderlas de una ojeada, os diré ahora en qué manera he pretendido ya seguir ese método, y cómo intentaré practicarlo a continuación” [53].

Que es tanto como contestar, fuera del protocolo, “¡Eso es lo que he hecho!”. Al fin, el orden de las razones, que es el que siguen los geómetras, los físicos, los filósofos y cuantos usan el pensamiento racional “consiste en que las cosas propuestas en primer lugar deben ser conocidas sin el auxilio de las siguientes, y las siguientes deben estar dispuestas de tal modo que se demuestren sólo desde las anteriores” [54].Ese es el único método. Otra cosa es “la manera de demostrar”, que puede ser analítica y sintética….

La historia acaba con la decisión desganada de Descartes de exponer sintéticamente lo que había expuesto analítica; le bastaron cinco páginas para exponer un texto que ocupaba ciento veinticinco. Y estaba convencido de que, siguiendo ambos el orden de las razones, que confusamente se llamaba el orden de los geómetras, había cumplido con su amigo, pero no había satisfecho su demanda: pensaba que la verdad se ve mejor siguiendo el camino del laberinto, aunque sea un trabajo arduo seguir sus recovecos, que desde la atalaya del “entendimiento divino”, que decía D. Hume, se ve completo y ordenado, majestuoso en su orden descendente, pero sólo en su superficie, sin descifrar el agitado interior oculto que lo engendra.

En conclusión, expreso mi voluntad de reescribirlo y aplazo la decisión hasta que cerremos este laberinto marxiano de las metamorfosis leyendo el capítulo IV, sobre “las tres figuras del proceso cíclico”. Como sugiere el título, un nuevo asalto de Marx al ser del capital, ahora volviendo a unificar las tres figuras en un tratamiento más concreto. Cuando acabemos su recorrido comprobaremos si hemos corregido las carencias que ahora manifiesto, si en ese asalto final logramos una representación de conjunto satisfactoria. Será ése el momento adecuado para decidir sobre la necesidad de rehacer lo hecho. Al fin la bondad del orden de exposición se decide al final, si tras recorrer en sus detalles el orden de la investigación se consigue esa representación adecuada de la génesis. La verdad no se alcanza paso a paso, de intuición en intuición, como inmensa escalera que con solidez absoluta nos acerca a lo alto; ya lo advirtió Spinoza en su Tratado sobre la reforma del entendimiento, precisamente en abierta confrontación con Descartes. Y así se despende de la ontología de Marx, en la que el ser de hoy sólo decidirse mañana, cuando abramos la caja y comprobemos que sí, que el gato de Schrödinger está muerto. Aunque nos quede la sospecha de si su muerte ha llegado con la apertura de la caja, lo cual nos impulsa a seguir pensando.


J.M.Bermudo (2014)


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