LECTURA DE EL CAPITAL
LIBRO I




LA LEY DE LA ACUMULACIÓN DEL CAPITAL


Mostrada la acumulación como mecanismo intrínseco al capitalismo, es lógico que Marx se plantee, cosa que hace en el C-XXIII, los efectos de la misma, del crecimiento del capital, en la clase trabajadora. Intuitivamente, y es la idea defendida por el liberalismo utilitarista, la riqueza salpica a todos; es decir, es poderosamente convincente la imagen de que cuanta más pujanza del capital mejores condiciones generales de vida. Este tópico cala fácilmente en la conciencia de la gente, apoyado por la “experiencia” inmediata; llega a ser cosa de sentido común. Pero, si se mira con más detenimiento, se aprecia que la cosa es más complicada y exige muchas matizaciones; que la verdad empírica encierra y encubre otra realidad. Marx nos introduce en una reflexión técnica en sí farragosa, con el objetivo de esclarecerla; una vez más ha de remontarse a cuestiones ontológicas que permitan pensar el discurso de la economía política, que los economistas usan mecánicamente, no siempre con consciencia de lo que transporta. La sección se dedica a analizar diversos escenarios del capitalismo y a valorar, en cada caso, sus efectos sociales, particularmente en la clase trabajadora. Veamos algunos de estos escenarios.


1. Relación entre la demanda de fuerza de trabajo y la acumulación en el supuesto de que la composición del capital permanezca constante.

1.1. (Los tres conceptos). Es el supuesto más simple, que imagina una estructura técnica del capital, y por tanto su potencia productiva, como variables fijas, es decir, con valor constante; es un caso ideal posible, al menos pensable, que constituye un primer escenario donde analizar la relación entre acumulación y fuerza de trabajo, en este ejemplo consideradas variables móviles. En realidad, el supuesto fija como constante la composición orgánica del capital (o). Bien sabida es la importancia que tiene para Marx este concepto, por su especial relación con la evolución de la tasa de ganancia, base de las crisis del capital; pero aquí se trata de analizar sólo los efectos inmediatos de la acumulación en situaciones normales y en el escenario predefinido en las condiciones de vida de los trabajadores.

Pues bien, este concepto, significado por “o”, no es tan fácil de entender como parece a simple vista, pues en rigor no se deja reducir a la fórmula matemática con que habitualmente se expresa, o=c/v. La composición orgánica del capital es un concepto cualitativo, y se resiste a ser reducido a mera magnitud. Si se fuerza y se reduce a esa relación, se confundiría con la “composición de valor”, magnitud que también se expresa con c/v. En realidad, y con mayor rigor, la composición orgánica, o, se articula sobre otros dos conceptos, que Marx denomina “composición de valor” y “composición técnica” del capital, y que ayudan a pensar estas relaciones. Como los tres pueden representarse por c/v, conviene definir bien el significado de los signos en cada expresión.

Cuando usamos c/v como composición de valor del capital, lo hacemos considerando c y v valores, magnitudes de valor, y c/v una relación de valor; por tanto, no hay secretos, es una relación que atiende a la relación estructural cuantitativa entre las dos formas del capital en la producción, el constante y el variable; o sea, que describe el reparto del capital inicial, su proporción. El segundo concepto, que expresa la composición técnica del capital, también es transparente y fácilmente inteligible, pues no se fija en el valor, no es una relación de valor, entre valores, sino que aquí las variables c y v denotan los dos elementos materiales que intervienen en la producción, los medios de producción y la fuerza de trabajo, y la relación c/v denota aquí una proporción entre ambos. Una proporción cuantitativa, sí, pero física, no económica; describe que para poner en marcha y mover unos determinados medios de producción, una cierta cantidad de los mismos, se necesita una determinada cantidad de fuerza de trabajo. Es también, sin duda, una relación cuantitativa, pero que no mide la relación entre sus valores, sino su relación física o técnica: mide la y expresa la relación entre los medios puestos en funcionamiento y. O sea, mide la fuerza de trabajo necesaria para poner en marcha un determinado volumen de medios de producción; y, en particular, nos revela la creciente cantidad de medios de producción que pone en marcha la fuerza de trabajo, o sea, la creciente cantidad de valor (muerto) que "vivifica" la unidad de fuerza de trabajo. Compárese el valor que vivifica el asalariado de un ciclotaxis con el que mueve un piloto de un Airbus intercontinental.

Pues bien, articulando ambos conceptos, el de composición de valor y composición técnica, ambos designando relaciones cuantitativas, se obtiene lo que Marx llama composición orgánica del capital, cuya fórmula, o=c/v, compartida con las dos anteriores relaciones, se confundiría con ellas, pero no así su concepto. Éste se expresa por el sentido que da a sus variables; así, la o se define como la composición de valor en cuanto “se halla determinada por la composición técnica y refleja los cambios operados en ésta” [1]. En la definición conviene destacar la sutilidad con que pone en relación la composición orgánica con la composición técnica; ésta es puesta en la base de la determinación, y por tanto de la argumentación, pero no le otorga Marx esa función como privilegio en exclusiva, dejando la puerta abierta a compartirlo con otras determinaciones. Por otro lado, la definición también alude, con mucha discreción, a que la determinación está ligada a los cambios que se producen en la composición técnica, es decir, a los cambios en la masa de medios de producción que pone en marcha la unidad de fuerza de trabajo, lo que anuncia la presencia fuera de focos de la composición de valor. Tratemos de clarificarlo.

En primer lugar, vamos a destacar la primacía que Marx otorga a la composición técnica del capital, que pone en la base de la argumentación. Es fácil entender que el crecimiento de la composición técnica del capital, implícito en el crecimiento de la productividad, hace disminuir el tiempo de trabajo necesario y, en consecuencia, hace crecer el plustrabajo y la explotación. Ese crecimiento, dice Marx, es intrínseco al capitalismo, está en su ADN. En su desarrollo crece inexorablemente la cantidad de medios de producción que pone en movimiento una fuerza de trabajo dada, la unidad de fuerza de trabajo, y en ello consiste la “revolución capitalista”, cuya expresión conceptual es la ley que enuncia el crecimiento constante de la composición técnica del capital. Obviamente, estos cambios se revelan también en la estructura de valor del capital, en la relación entre su parte constante y su parte variable, o sea, entre el valor convertido en medios de producción (trabajo pasado, muerto) y la parte convertida en salario, en fuerza de trabajo. Por tanto, la composición técnica del capital determina la composición de valor; éste es el orden lógico de la determinación. Hasta aquí todo claro.

Pero Marx precisa que no todos los cambios en la composición de valor se derivan de los cambios en la composición técnica del capital. Por eso hila fino al fijar que la o expresa una abstracción de la relación entre c y v: es decir, expresa esta relación sólo en la medida en que en la misma intervienen los cambios de la relación entre las masas de los medios de producción y de la fuerza de trabajo utilizada, sólo en la medida en que se hace abstracción de los otros factores que también intervienen en la relación. Por tanto, los cambios entre las relaciones de valor de las figuras del capital que obedecen a otras determinaciones no quedan incluidos en el concepto o. Así, un cambio en c/v debido al aumento de la plusvalía relativa, por ejemplo, por abaratamiento de la fuerza de trabajo, no afecta a la o; tampoco la afecta si aumenta el valor de la energía o materias primas por causas contingentes [2]. O sea, una cosa es la relación de valor (c/v) y otra la o, que sólo se expresa en la fórmula o=c/v en cuanto los valores son determinados por la composición técnica.

El siguiente ejemplo ayuda a clarificar este concepto, al menos eso espero. En momentos de recesión o crisis puede ocurrir que c/v, pensada como composición de valor, aumente o disminuya drásticamente. Basta para ello que aumente el paro obrero, sin que varíe el valor de los medios de producción; o que caiga en picado el valor de éstos. Esas determinaciones contingentes de c y v afectan sin duda a la composición de valor, pero no a la composición orgánica del capital, pues esos cambios no proceden de variaciones en la composición técnica, por no haber variado la masa de medios de producción que mueve la unidad de fuerza de trabajo, cuyo concepto en Marx está razonablemente subsumido en el desarrollo de las fuerzas productivas. Para la ciencia económica lo relevante no son las contingencias, sino el ritmo normal de desarrollo; de ahí que Marx aísle, abstraiga, entre las múltiples determinaciones contingentes que afectan a la composición de valor, las que proceden de la composición técnica del capital, variable definida estructuralmente, que expresa el ritmo normal del desarrollo. Y de ahí que Marx haga del concepto de composición orgánica, que piensa precisamente esas determinaciones, el faro sobre el que apoyar la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, que es función de la tendencia constante de o al crecimiento. Las situaciones accidentales son excepcionales, y ajenas a toda ley [3]; éstas han de basarse en los ritmos generales, sin duda ideales.

Estas cuestiones pueden parecer sofisticadas o incluso esotéricas, pero en realidad son relevantes. A Marx le parece indudable que la composición técnica del capital tiene tendencia constante a crecer; esta tendencia es el fundamento de la revolución capitalista, que consigue movilizar más medios de producción con menor fuerza de trabajo, y así incrementa la productividad; es la fuente de su racionalidad técnica. Pero de aquí también se deriva que la composición de valor se vea constantemente impulsada al alza, que el capital se distribuya de manera creciente para el constante, o sea, en la compra de trabajo muerto, y decreciente para la fuerza de trabajo, en trabajo vivo. Ahora bien, la composición de valor también se ve afectada por factores coyunturales, que determinan que no haya proporcionalidad entre composición técnica y composición de valor. De ahí que sea necesario ese otro concepto de composición orgánica del capital, la o, que permite pensar que la relación de valor crece siempre a largo plazo, superando las coyunturas. Cree Marx que a largo plazo la o crece, pues al fin depende de la productividad; por tanto, aunque su variación no sea proporcional a la composición técnica, tenderá a crecer en función de ésta.

En resumen, los tres conceptos, todos ellos representables mediante la fórmula c/v, cada uno d ellos cuales expresa una relación particular, diferenciada, entre los medios de producción y la fuerza de trabajo, quedan fijados del siguiente modo. El concepto de composición técnica del capital, para Marx el fundamento en el orden lógico, describe una relación física entre masas, a saber, la masa de medios de producción que en cada caso pone en movimiento la unidad de masa de la fuerza de trabajo; relación cuantitativa clara, transparente, que empíricamente se constata que tiende a crecer con el tiempo, con el desarrollo de las fuerzas productivas, y que viene a indica al capitalista las inversiones en capital fijo que ha de realizar por unidad de fuerza de trabajo. El concepto de composición de valor del capital establece la relación entre los dos mismos elementos, pero pensados como valores, es decir, la relación entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo en un momento y una esfera de la producción fijados. Aquí no son tomados los elementos como masas físicas en una relación técnica, sino que la mirada se pone en el valor de los mismos en una relación económica. Por último, el concepto de composición orgánica del capital mantiene la mirada en los dos elementos, pero expresa una realidad distinta a la expresada por los dos conceptos anteriores. En el fondo, expresa la determinación del primero en el segundo, es decir, denota el efecto en la composición de valor producido por la composición técnica, la variación de la primera en función de los cambios en la segunda. E insiste Marx que se trata de la variación de los cambios en la composición de valor debidos sólo y exclusivamente a los cambios en la composición técnica, pues los cambios de la primera pueden deberse a otros factores, sin que la composición técnica varíe. Por tanto, la o es una relación de valor, sí, pero pensada desde una relación técnica; mide la relación de valor entre c y v pero sólo en tanto la composición de valor es determinada por la composición técnica, o sea, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Y de este modo la o, en su abstracción, es el referente adecuado que determina la tasa de ganancia, base de las crisis del capital.


1.2. (Acumulación y reproducción). Aclarados los tres conceptos, pasemos a ver el fondo del interés de Marx por estas cuestiones teóricas, que no es otro que los efectos del movimiento de la acumulación en la clase trabajadora. Y, como siempre, se trata de confrontar la crítica con la experiencia inmediata y positivista. De entrada parece lógico que en la reproducción ampliada, como ya hemos visto, el incremento del capital vaya acompañado siempre de cierto incremento de su parte variable, de la parte invertida en fuerza de trabajo:

“Si suponemos que, no alterándose las demás circunstancias, la composición del capital permanece invariable, es decir, que una determinada masa de medios de producción o de capital constante exige siempre, para ponerla en movimiento, la misma masa de fuerza de trabajo, es evidente que la demanda de trabajo y el fondo de subsistencia de los obreros crecerán en proporción al capital y con la misma rapidez con que éste aumente” [4].

En condiciones normales y en el supuesto analítico de no variación de o, como todos los años entran a trabajar más obreros que el año anterior, llega necesariamente el momento en que la demanda de trabajadores debida a la acumulación excede la oferta normal de fuerza de trabajo, con lo cual los salarios suben, y mejoran las condiciones de vida. Esto es teóricamente indudable; más aún, es una exigencia de la teoría. Pero enseguida Marx sale al paso de las ingenuas ilusiones que surgen en la abstracción analítica diciendo que sí, que tal vez sí, que suele ser así, aunque no siempre; y que, en todo caso, respetando la teoría, que nos lleva a aceptar la mejora en sus condiciones de vida, eso no afecta nada lo fundamental, no cambia nada la condición de obrero asalariado:

“Así como la reproducción simple reproduce constantemente el propio régimen del capital, de un lado capitalistas y de otro obreros asalariados, la reproducción en escala ampliada, o sea, la acumulación, reproduce el régimen del capital en una escala superior, crea en uno de los polos más capitalistas o capitalistas más poderosos y en el otro más obreros asalariados. La reproducción de la fuerza de trabajo, obligada, quiéralo o no, a someterse incesantemente al capital como medio de explotación, que no puede desprenderse de él y cuya esclavización al capital no desaparece más que en apariencia porque cambien los capitalistas individuales a quien se vende, constituye en realidad uno de los factores de la reproducción del capital. La acumulación del capital supone, por tanto, un aumento del proletariado” [5].

Para Marx la esencia del capitalismo no es la lucha de los pobres frente a los ricos; es confrontación es, como se diría hoy, “transversal”, absoluta y universalmente transversal, no especifica al capitalismo, no pone su diferencia. Marx piensa que el capitalismo ha venido para desarrollar las fuerzas productivas y que, por tanto, en abstracto viene cargado de medios de vida y esperanzas. Pero el capitalismo no puede saltar sobre su sombra y, para perseverar en el ser, ha de reproducir sus condiciones de producción, o sea, necesita reproducir la presencia de capitalistas y de obreros, sin las cuales desaparecería. Por tanto, su desarrollo, aunque mejore las condiciones generales de vida, no resuelve lo principal, no disuelve su contradicción, constitutiva de su esencia, consistente en la expropiación del plustrabajo, que actúa de límite a la emancipación de la dominación de clase.

La acumulación de capital puede mejorar la vida de los trabajadores, es obvio; y puede hacerlo, e incluso en concreto necesita hacerlo, en tanto que esta mejora no obstaculiza el desarrollo capitalista, sino que lo favorece. El capitalismo no necesita pauperizar al trabajador, aunque ocasionalmente así sea. El capitalismo necesita reproducirse, y para ello necesita reproducir la totalidad de las condiciones de producción, entre las que no se incluye un obrero miserable y famélico, pero sí se incluye la relación del trabajo asalariado, la desposesión de los medios de producción. Las mejoras en el nivel de vida de los trabajadores, por tanto, no cambian lo esencial de las relaciones capitalistas, no cambian la relación asalariada. Marx cita a Mandeville, lúcido y representante de la burguesía capitalista clásica, quien decía sin complejos a principios del XVIII:

“Allí donde la propiedad está suficientemente protegida, sería más fácil vivir sin dinero que sin pobres, pues ¿quién, si éstos no existiesen, ejecutaría los trabajos?... Y, si bien hay que proteger a los obreros de la muerte por hambre, no se les debe dar nada que valga la pena de ser ahorrado. Si de vez en cuando un individuo de la clase inferior, a fuerza de trabajo y de privaciones, se remonta sobre el nivel en que nació, nadie le debe poner obstáculos: es indudable que el plan más sabio para cualquier individuo o cualquier familia dentro de la sociedad es la vida frugal; pero todas las naciones ricas están interesadas en que la mayor parte de los pobres, sin permanecer en la ociosidad, gasten siempre todo lo que ganan... Los que se ganan la vida con su trabajo diario no tienen más estímulo que sus necesidades, que es prudente moderar, pero que sería insensato suprimir. Lo único que puede espolear el celo de un hombre trabajador es un salario prudencial. Si el jornal es demasiado pequeño puede, según su temperamento, desanimarle o moverle a desesperación; si es demasiado grande puede hacerle insolente y vago... De lo dicho se desprende que en un país libre, en el que no se consiente la esclavitud, la riqueza más segura está en una muchedumbre de trabajadores pobres y aplicados. Aparte de que son la cantera inagotable que nutre las filas del ejército y la marina, sin ellos no habría disfrute posible ni podrían explotarse los productos de un país. Para hacer feliz a la sociedad [que, naturalmente, está formada por los que no trabajan] y conseguir que el pueblo viva dichoso, aun en momentos de escasez, es necesario que la gran mayoría permanezca inculta y pobre. El conocimiento dilata y multiplica nuestros deseos, y cuantos menos deseos tenga un hombre, más fácil es satisfacer sus necesidades" [6].

Esas palabras no pueden salir hoy de la boca o la pluma de ningún liberal; lo que pone de relieve que al menos los liberales clásicos servían a una causa, aunque miserable: controlar a los pobres (al pueblo) para que hagan felices a los ricos (a la sociedad). Los liberales contemporáneos mantienen el mismo objetivo y las mismas consignas en el silencio y la oscuridad puestos por la igualdad formal y la libertad de elegir. Ante el cinismo del presente es fácil sentir cierta admiración por el menor mal, el de la “honesta” cruel sinceridad. Y es igualmente fácil sentirse empujado a denunciar con palabras gruesas la indignidad e inhumanidad que apenas logran enmascararse.

Todo ello es fácil, pero no es el camino de Marx, que echa mano de ironía para decir que este Mandeville, “hombre honrado y de inteligencia clara”, se preocupa por fantasmas, pues no llega a comprender que su deseo ya está garantizado por el mecanismo del proceso de acumulación. Le dice que no hace falta vender el alma al diablo pues ya uno de sus vicarios, el capitalismo, se encarga de la vida feliz. Mandeville no podía comprender que al aumentar el capital aumenta inevitablemente la masa de "trabajadores pobres y aplicados", es decir, de obreros asalariados; no entendía que el propio capital, en su acumulación, generaba la fuerza de trabajo que necesitaba para seguir explotando; no entendía que no era necesario que las almas de los capitalistas se condenaran al fuego eterno practicando el mal sobre los otros por perseguir la propia felicidad, que tal cosa ya la cumplía con eficiencia el capital, que en su destino reproductivo produce cuanto necesita, en especial trabajadores, “creciente fuerza de explotación al servicio del creciente capital”, obreros asalariados obligados a “eternizar su supeditación al propio producto de su trabajo, personificado en el capitalista [7]. Si Mandeville, “hombre honrado y de inteligencia clara”, lo hubiera comprendido seguramente habría podido dormir más tranquilo al no sentir su conciencia alterada por dos inquietudes: la preocupación por garantizar el statu quo de su clase y la mala conciencia de recurrir al mal para lograrlo.

Si no lo entendía Mandeville, se comprende que tampoco lo entendieran otros muchos, dice Marx. Así Sir F. M. Eden, autor de La situación de los pobres, o historia de la clase obrera de Inglaterra, quien con agudeza penetra en el secreto del mecanismo de acumulación capitalista al decir:

"Nuestra zona reclama trabajo para la satisfacción de las necesidades, por eso una parte de la sociedad, por lo menos, tiene que trabajar incansablemente... Sin embargo, algunos de los que no trabajan disponen de los frutos del trabajo de otros. Esto se lo tienen que agradecer los propietarios a la civilización y al orden, hijos de las instituciones burguesas, pues éstas han sancionado el que se puedan apropiar los frutos del trabajo sin trabajar. Las gentes de posición independiente deben su fortuna casi por entero al trabajo de otros, no a su propio talento, que no se distingue en nada del de los que trabajan; no es la posesión de tierra ni de dinero, sino el mando sobre el trabajo ("the command of labour") lo que distingue a los ricos de los pobres... Lo que atrae a los pobres no es una situación mísera o servil, sino un estado de fácil y liberal sumisión ("a state of easy and liberal dependence"), y a los propietarios la mayor influencia y autoridad posibles sobre los que trabajan para ellos...Todo el que conozca la naturaleza humana sabe que este estado de sumisión es necesario para comodidad de los propios obreros" [8].

Este tal Sir F. M. Eden, nos dice Marx, discípulo aventajado de Adam Smith, ve las causas fuera del sistema capitalista, transcendentes al mismo, lo que es una hábil forma de sacralizarlas. Aunque, bien mirado, si bien funda la condición de ricos y pobres en una determinación o tendencia natural, previamente ha advertido algo luminoso, a saber, que el bienestar de los ricos no se lo deben a sí mismos, a sus méritos, o a sus riquezas, han de agradecérselo a las “instituciones burguesas”. Incluso al final parece que también los obreros han de agradecer a estas instituciones su sumisión, necesaria para su comodidad. En cualquier caso, tampoco Sir F. Eden puede comprender que no tiene sentido buscar ángeles de la guarda cuando se cuenta con el favor del dios del capital, cuyo incremento extiende inexorablemente su “órbita de explotación e imperio”, el número de asalariados.

“Estos, al acumularse el producto excedente convirtiéndose incesantemente en nuevo capital acumulado, perciben una parte mayor de lo producido, bajo la forma de medios de pago, lo que les permite vivir un poco mejor, alimentar con un poco más de amplitud su fondo de consumo, dotándolo de ropas, muebles, etc., y formar un pequeño fondo de reserva en dinero. Pero, así como el hecho de que algunos esclavos anduviesen mejor vestidos y mejor alimentados, de que disfrutasen de un trato mejor y de un peculio más abundante, no destruía el régimen de la esclavitud ni hacía desaparecer la explotación del esclavo, el que algunos obreros individualmente vivan mejor no suprime tampoco la explotación del obrero asalariado. El hecho de que el trabajo suba de precio por efecto de la acumulación del capital sólo quiere decir que el volumen y el peso de las cadenas de oro que el obrero asalariado se ha forjado ya para sí mismo pueden tenerle sujeto sin mantenerse tan tirantes” [9].

Es destacable la firmeza argumentativa y retórica de Marx, enfrentado a las posiciones dominantes en los debates de su época, en la defensa de la necesidad de comprender lo que llama la “differentia specifica de la producción capitalista”, reiteradamente olvidada. Olvidan que, en el capitalismo, aunque parezca sorprendente, “nadie compra la fuerza de trabajo para satisfacer, con sus servicios o su producto, las necesidades personales del comprador”; menos aún las del vendedor, claro está. Nos hace recordar aquel pasaje de la República de Platón en que, tras construir “la ciudad en idea”, surge la duda de que en la misma los gobernantes y guardianes fueran felices. Entonces Sócrates responde algo así: no hemos construido la ciudad para que un tipo de hombres sea feliz en ella, sino para que lo sea toda la ciudad. Y tendríamos que añadir: la felicidad de la ciudad, al fin sin alma, no puede ser otra que su armonía, su equilibrio, su autarquía, su potencia para perseverar en el ser. Pues bien, podríamos decir que con el capital pasa algo parecido, su desarrollo y metamorfosis no pueden interpretarse como si su destino fuera hacer feliz a los capitalistas; su destino es reproducir de forma ampliada el capital, y por tanto reproducir cuanto necesita para esa perserveración en el ser. Esta es su esencia, su “differentia specifica”, cuyo reconocimiento implica superar la necesidad moralista de imaginar sujetos malos culpable, cuya figura permite la consolación, pues metamorfosea la lucha en redención.


1.3. (Bienestar vs. emancipación). Paradójicamente, no se comprende el capitalismo desde el subjetivismo, aunque esta forma de conciencia sea, de facto, una determinación suya, me atrevería a decir una creación a su medida. Pero no se comprende el capitalismo desde la visión ingenua, subjetivista y mistificadora, que interpreta las cosas desde la voluntad de los sujetos. La realidad, nos dice Marx, es otra. La verdadera realidad del capitalismo, su forma específica de ser, su determinación ontológica fundamental, es su inmanencia, como una substancia que lleva en su seno su fin y su motor; inmanencia que se concreta y exhibe fenoménicamente en que el capital sólo sirve al capital, no al capitalista, creación suya, modo de desarrollarse. El capital, como la substancia spinoziana, necesita sus modos para aparecer; la natura naturans sólo aparece como natura naturata, pero los modos o figuras de aparición de la substancia, finitos en tanto determinados, tienen raíces contingentes. Al capital no le importa quien detente el puesto de capitalista; el señor no canoniza a sus mayordomos simplemente necesita su función; no le importan sus nombres ni sus genealogías, paseando entronizado a hombros de ocasionales cofrades enloquecidos por el privilegio de ejercer de costaleros, en competencia fratricida por sacrificarse en el acto de servicio. El capitalista es simplemente una figura o posición privilegiada de esa procesión del capital, esa theoria, esa puesta en escena de imágenes representaciones de los modos de ser a través del cual el capital se reproduce; es una personificación del capital.

Salgamos de la metáfora, antes que nos asfixie. En el registro subjetivo, el capitalista actúa con la conciencia de comprar fuerza de trabajo para, previo paseo por la fábrica, conseguir productos que satisfagan sus necesidades y deseos personales; esa es su conciencia inmediata, empírica, ingenua, pues ignora que así juega un rol en otra partida, que así sirve al capital. Tan ingenua que no percibe algo insólito, a saber, que sus necesidades y deseos “personales” son universales en su clase, pues todo se reduce, en su función de capitalista, a valorizar su capital (a “tener beneficios”, dicho en lenguaje aséptico; a acumular plusvalor, en lenguaje marxiano). En registro objetivo, lo que realmente consigue el capitalista en su iniciativa empresarial es hacer crecer el capital, valorizarlo; sus necesidades, su egoísmo, su ambición, son las fuerzas exteriores que usa y gestiona el capital para ponerse en movimiento, para mantenerse en sus rotaciones. Esos dos registros están perfectamente combinados, y permiten dos lecturas del mismo proceso, subjetivista y objetivista, ofreciendo así consolaciones personalizadas.

La conciencia del capitalista sin duda es, existencialmente, verdadera conciencia; es un factum, es ni más ni menos que su modo de ser consciente. Además, si representacionalmente podemos decir que es falsa, no es porque sea errónea, porque represente mal la realidad, porque no haya adaequatio intellectus ad rem, sino porque reduce el film a unos fotogramas, porque es parcial y por tanto ciega. La conciencia del capitalista, podríamos decir, es en sí pero no para sí. Es real, tan real como la visión del sol tocando la montaña en el horizonte en la ilusión óptica; siente realmente sus necesidades e incluso sus pasiones, vive sus fines y objetivos y orienta a ellos su estrategia; pero no se conoce a sí misma, se piensa como origen y fin, como sujeto, y no se sabe parte de una estructura en la que está subsumida y a la que sirve:

“La producción de plusvalía, la obtención de lucro; tal es la ley absoluta de este sistema de producción. La fuerza de trabajo sólo encuentra salida en el mercado cuando sirve para hacer que los medios de producción funcionen como capitales; es decir, cuando reproduce su propio valor como nuevo capital y suministra, con el trabajo no retribuido, una fuente de capital adicional” [10].

En el capitalismo, tal y como lo piensa Marx, ni el capitalista ni el obrero marcan el destino del capital; al contrario, para servirse del mismo, para satisfacer por su mediación sus respectivas necesidades, han de implementarlo y ponerlo en marcha. La subjetividad capitalista (voluntad de posesión) es una determinación del capital, ante la cual el capitalista qua capitalista no tiene escapatoria. El capitalismo reproduce esa subjetividad, reproduce esa figura del capitalista, como exigencia de la reproducción del capital. Tampoco el obrero tiene escapatoria a su condición de obrero, pues “por muy favorables que sean para el obrero las condiciones en que vende su fuerza de trabajo, estas condiciones llevan siempre consigo la necesidad de volver a venderla constantemente y la reproducción constantemente ampliada de la riqueza como capital” [11]. El capital exige del capitalista, a cambio de satisfacer sus deseos, que mueva el capital, que no lo atesore ni saque de la circulación; el capital exige al obrero, a cambio de proporcionarle los medios de vida, que trabaje en su reproducción como capital, en su valorización, lo que implica que él mismo produzca y perpetúe su condición de proletarización; le impone un pacto de ventajas mutuas con líneas rojas, un salario suficiente a cambio de trabajo no pagado:

“Aun prescindiendo que alza de los salarios va acompañada de la baja en el precio del trabajo, etc., el aumento del salario sólo supone, en el mejor de los casos, la reducción cuantitativa del trabajo no retribuido que viene obligado a entregar el obrero. Pero esta reducción no puede jamás rebasar ni alcanzar siquiera el límite a partir del cual supondría una amenaza para el sistema” [12].

Entre salario y valorización hay un pacto diabólico. El salario, por un lado, puede subir como efecto de la acumulación; en este caso, “nada maravilloso”, es así sólo en tanto no dificulta el progreso de acumulación. El salario capitalista no es enemigo del capital, es su aliado, su creación, su mejor vasallo. Ya afirmaba Adam Smith que es posible el aumento de salario pues

"aunque la ganancia disminuya los capitales pueden seguir creciendo, y crecer incluso más rápidamente que antes... En general, los grandes capitales crecen, aun siendo la ganancia más pequeña, con más rapidez que los capitales pequeños con grandes ganancias [13].

Lo importante es tener en cuenta que el salario, incluso su aumento, “no estorba en lo más mínimo la expansión del imperio del capital”, pues se mueve en un entorno bien controlado que no cuestiona su dominio; el bienestar del trabajador es el precio que paga el capital por reproducirse en paz y seguridad, el bienestar no es emancipación. Al fin, si la acumulación se amortigua al subir el precio del trabajo, si “embota el aguijón de la ganancia”, en este caso “al disminuir, desaparece la causa de su disminución”, decrece la desproporción entre el capital y la fuerza de trabajo explotable. O sea, “el propio mecanismo del proceso de producción capitalista se encarga de vencer los obstáculos pasajeros que él mismo crea”.

“El precio del trabajo vuelve a descender al nivel que corresponde a las necesidades de explotación del capital, nivel que puede ser inferior, superior o igual al que se reputaba normal antes de producirse la subida de los salarios” [14]
.

Lo que interesa a Marx enfatizar es que entre salario y acumulación hay un vínculo complejo pero inexorable, en el cual las riendas del movimiento las lleva siempre el capital, cuyas convulsiones estremecen a la fuerza de trabajo. Lo dice con una rotundidez implacable, sin dejar brecha abierta, comentando los efectos del crecimiento del capital:

“Como se ve, en el primer caso no es el descenso operado en el crecimiento absoluto o proporcional de la fuerza de trabajo o de la población obrera el que hace que sobre capital, sino que, por el contrario, el incremento del capital hace que sea insuficiente la fuerza de trabajo explotable. Y, en el segundo caso, la insuficiencia del capital no se debe al descenso operado en el crecimiento absoluto o proporcional de la fuerza de trabajo o población obrera, sino que es, por el contrario, la disminución del capital la que crea un remanente de fuerza de trabajo explotable o, mejor dicho, la que hace excesivo su precio” [15].

Para decirlo en términos matemáticos, “la magnitud de la acumulación es la variable independiente, la magnitud del salario la variable dependiente, y no a la inversa”. Esta es la regla que se mantiene por encima de las puntuales alteraciones históricas.

Comentando la muy extendida experiencia de que en las fases de crisis del ciclo industrial el descenso en los precios de las mercancías se traduce en un alza del valor relativo del dinero, y a la inversa, la baja del valor relativo del dinero propia de las fases de prosperidad tiene por efecto el alza general de los precios de las mercancías, nos dice:

“La llamada escuela de la currency deduce de aquí que cuando rigen precios altos circula mucho dinero, y cuando rigen precios bajos circula poco. Su ignorancia y total desconocimiento de los hechos encuentran un digno paralelo en los economistas que interpretan aquellos fenómenos de la acumulación diciendo que en un caso faltan obreros y en el otro sobran. La ley de la producción capitalista sobre la que descansa esa pretendida "ley natural de la población" se reduce sencillamente a esto: la relación entre el capital, la acumulación y la cuota de salarios no es más que la relación entre el trabajo no retribuido, convertido en capital, y el trabajo remanente indispensable para los manejos del capital adicional. No es, por tanto, ni mucho menos, la relación entre dos magnitudes independientes la una de la otra: de una parte, la magnitud del capital y de otra la cifra de la población obrera; es más bien, en última instancia, pura y simplemente, la relación entre el trabajo no retribuido y el trabajo pagado de la misma población obrera” [16].

Si la masa del trabajo no retribuido, suministrado por la clase obrera y acumulado por la clase capitalista, crece tan de prisa que sólo puede convertirse en capital mediante una remuneración extraordinaria del trabajo pagado, los salarios suben y, siempre y cuando los demás factores no varíen, el trabajo no retribuido disminuye en la misma proporción. Pero, tan pronto como este descenso llega al punto en que la oferta del trabajo excedente de que el capital se nutre queda por debajo del nivel normal, se produce la reacción: se capitaliza una parte menor de la renta, la acumulación se amortigua y el movimiento de alza de los salarios retrocede.

La conclusión es clara: la lucha por el salario deja intacto el sistema, el sindicalismo tiene límites estructurales. El alza del precio del trabajo se mueve siempre dentro de límites que no sólo dejan intangibles las bases del sistema capitalista, sino que además garantizan su reproducción en una escala cada vez más alta. La ley de acumulación capitalista es la clave del proceso; no es una ley natural, transcendente, que dirija desde fuera la escena, pero es una determinación inmanente que actúa en el interior, efecto de la subsunción, que rige el juego de las contradicciones, que garantiza que el movimiento de salarios y precios, en definitiva, las variaciones en la tasa de explotación, no hagan peligrar seriamente el sistema.

“Y forzosamente tiene que ser así en un régimen de producción en que el obrero existe para las necesidades de explotación de los valores ya creados en vez de existir la riqueza material para las necesidades del desarrollo del obrero. Así corno en las religiones vemos al hombre esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista le vemos esclavizado por los productos de su propio brazo” [17].

2. Disminución relativa del capital variable conforme progresa la acumulación y la concentración del capital

Ahora pasamos al segundo escenario que Marx selecciona para su análisis. Sui en el primero se trataba de describir los movimientos en la relación entre la acumulación de capital y la demanda de fuerza de trabajo (y, en consecuencia, en el movimiento de los salarios), manteniendo constante la composición orgánica del capital, ahora se analiza el efecto negativo en el capital variable debido al progreso de la acumulación y la concentración del capital. Como en el caso anterior, el análisis de Marx tiene un objetivo particular bien especificado, el de ver cómo los distintos escenarios del crecimiento afectan a los salarios, a las clases trabajadoras. Aquí parte de una idea muy generalizada en la economía clásica de su época, que consideraba como ley universal que el alza de los salarios es efecto del “incremento constante de la acumulación y el grado de celeridad de su desarrollo”; se entendía que del aumento de productividad se deriva ineluctablemente el aumento del variable, la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores; y se consideraba, por tanto, que el crecimiento (acumulación) y productividad eran los dos fines que todos, incluidos los trabajadores, han de elegir por su propio bien. Marx no lo ve así.


2.1. (Crece el variable, pero crece menos). Es sorprendente constatar que, en la formulación general y sintética que acabamos de hacer, esa creencia en el efecto benigno del crecimiento y la productividad en los salarios parece describir nuestro tiempo; son creencias tan profundas que han devenido dogmáticas; han dejado de ser pensadas para pasar a ser presupuestos dogmatizados de cualquier pensamiento sobre la realidad económica de nuestras formaciones sociales. Por ambas razones, por la actualidad de esas creencias y por su funcionamiento dogmático, debemos afinar en lo posible el análisis y la crítica.

Efectivamente, ante la mirada popular o del economista la productividad del trabajo social se revela sin duda como la palanca más poderosa de la acumulación, del crecimiento del capital en sentido estricto, o sea, del desarrollo del capital fijo; y esa creencia se extiende sin solución de continuidad al desarrollo del capital variable. Pero ante la mirada crítica, si bien se mantiene esa tesis sobre la poderosa influencia de la productividad en la acumulación del capital, en el crecimiento del capital fijo, se toma distancia respecto al efecto de la productividad en los salarios; o sea, ante la mirada crítica no se revela como necesidad que la productividad sea motor del desarrollo del capital variable, que al fin es el que afecta a la población trabajadora en su vida. Marx reconoce como obvio que, haciendo abstracción de otros factores (como fertilidad del suelo, destreza de los trabajadores, etc.,), “el grado social de productividad del trabajo se refleja en el volumen relativo de medios de producción que el obrero convierte en producto durante cierto tiempo y con la misma tensión de la fuerza de trabajo” [18]. O sea, le parece obvio que la composición técnica, la masa de medios de producción con que un obrero opera, que pone en marcha, crece al crecer la productividad de su trabajo, y a la inversa; le parece obvia esa relación de efecto y condición recíprocos. Dice literalmente:

“Pero, sea condición o efecto, el volumen creciente de los medios de producción comparado con la fuerza de trabajo que absorben expresa siempre la productividad creciente del trabajo. Por consiguiente, el aumento de ésta se revela en la disminución de la masa del trabajo puesta en relación con la masa de medios de producción movidos por ella, o sea, en la disminución de magnitud del factor subjetivo del proceso de trabajo comparado con su factor objetivo. Este cambio operado en la composición técnica del capital, este incremento de la masa de medios de producción comparada con la masa de la fuerza de trabajo que la pone en movimiento, se refleja, a su vez, en su composición de valor, en el aumento del capital constante a costa del capital variable [19].

Argumento lógico, pues, para obtener una misma magnitud de la producción, el aumento de productividad supone una mayor composición técnica del capital, es decir, que sea menor la fuerza de trabajo en relación con el capital fijo, los medios de producción, que pone en marcha, manera de que crezca c/v. Y, como dice cita, ese cambio en la composición técnica tiene su reflejo en la composición de valor, a la que determina, tal que en términos relativos c crece y v disminuye, como exige el crecimiento de c/v. Es decir, aunque en términos absolutos la productividad tenga efectos positivos en el capital variable, lo cierto es que estructuralmente la productividad opera a favor del capital, no del obrero. Marx resalta que, a medida que se desarrolla la productividad, el reparto del capital invertido entre variable y constante va en perjuicio de aquél. Si crece la productividad, generalmente crecen ambos, el constante y el variable, en términos absolutos, pero en términos relativos decrece el variable, pues decrece c/v. La productividad, por tanto, no tiene en los trabajadores efectos positivos absolutos; aparte de lo ya comentado, que en modo alguno pone en cuestión la condición de proletario del trabajador, que el capital debe reproducir sí o sí.

Por otro lado, y concretando un poco más el análisis, los cambios en la composición económica o de valor del capital, la disminución del capital constante con respecto al capital variable, sólo indican aproximadamente los cambios que se operan en la composición física de sus elementos materiales, de los medios de producción con la fuerza de trabajo; en otras palabras, la composición de valor sólo reproduce aproximadamente la composición técnica. ¿Por qué “aproximadamente”, si hasta ahora hemos afirmado una relación de determinación entre ambos conceptos sin condicionante alguno? Porque en el nivel de abstracción en el que hemos planteado la relación entre esas dos variables, la composición de valor y la composición técnica del capital, dejábamos fuera una tercera variable que ahora, en nivel de análisis un poco más concreto, hemos de dar entrada y fijar sus efectos. Esa variable “olvidada” representa, precisamente, el cambio de valor relativo de los medios de producción de producción empleados, consumidos en el proceso productivo. Es decir, hablábamos del cambio de productividad y decíamos que implicaba un cambio en la relación de valor c/v, estructuralmente favorable al capital fijo y desfavorable al capital variable; y explicábamos que esos cambios provenían del efecto o determinación de los cambios producidos en la relación física c/v, la composición técnica de capital. Nuestro argumento era que al cambiar las cantidades físicas en c/v como composición técnica cambiaban sus valores en c/v como composición de valor. Lo cual es correcto en ese nivel de abstracción, pero que debe corregirse en un nivel más concreto al dar entrada a esa tercera variable mencionada. Ocurre que, en el mismo proceso, mientras se realiza esa determinación entre los dos conceptos de c/v, tiene lugar otra operación, consistente en que c pierde valor relativo. No pierde valor absoluto, pues el crecimiento de su valor al crecer su magnitud física es superior al decrecimiento directo del mismo derivado del incremento de la productividad que actúa de supuesto en este escenario de análisis; disminución de valor comprensible en cuanto la productividad determina que sea menor el tiempo de su producción. Por eso decimos que, al crecer la productividad, si bien crece el volumen de los medios de producción empleados, al mismo tiempo disminuye el valor relativo de éstos comparado con su volumen. Hemos de introducir esta matización, tenerla presente, a la hora de cuantificar el efecto de la productividad en la composición técnica y en la composición de valor, tal que el efecto será de magnitud diferente en ambas. Marx lo describe así, refiriéndose al efecto de la productividad en los dos tipos de composición, por mediación de su efecto en c:

“Es decir, que su valor aumenta en términos absolutos, pero no en proporción a su volumen. Por tanto, el aumento de la diferencia entre el capital constante y el variable es mucho más pequeño que el de la diferencia entre la masa de los medios de producción en que se invierte aquél y la masa de la fuerza de trabajo a que se destina éste. La primera diferencia crece con la segunda, pero en grado menor. Por lo demás, aunque el proceso de la acumulación disminuya la magnitud relativa del capital variable, no excluye con ello, ni mucho menos, el aumento de su magnitud absoluta” [20].

O sea, Marx exige a la economía clásica que el análisis sea más fino y exhaustivo, que vaya pasando del análisis abstracto, sin duda necesario, a niveles de mayor concreción, pues en ese proceso no sólo los conceptos se acercan más a la cosa sino que, con frecuencia, se revelan aspectos que la abstracción oculta o difumina, en especial los efectos negativos en el variable, en los salarios. Para ilustrar este hecho y visibilizarlo a cualquier mirada recurre al siguiente ejemplo, que realmente clarificar y visualiza la idea:

“Supongamos que un capital se descomponga inicialmente en un 50% de capital constante y un 50% de capital variable, y más tarde en un 80 y un 20% respectivamente. Si, durante este tiempo, el capital primitivo, que cifraremos en 6.000 libras esterlinas, crece hasta 18.000, la parte de capital variable crecerá también, como es lógico, en 1/5. De 3.000 libras esterlinas, habrá pasado a 3.600. Pero, allí donde antes habría bastado un incremento de capital del 20% para potenciar en un 20% la demanda de trabajo, ahora hace falta, para conseguir el mismo resultado triplicar el capital inicial” [21].

Obviamente, en la segunda posición el variable ha crecido en términos absolutos; pero ya no es un 50% del capital, como en la primera posición. En valor relativo ha perdido. Por tanto, es cierto que la productividad beneficia a todos, pero no a todos por igual. Como todo el proceso de acumulación capitalista se hace en base al plusvalor, al trabajo acumulado, la paradoja que Marx subraya es que, en el ejemplo citado, para que el variable crezca de 3.000 a 3.600, un 20%, el constante, el capital acumulado, ha de crecer de 3.000 a 14.400, nada menos que el 300%. Y esa proporción crecerá y crecerá negativamente para los salarios con el crecimiento de la productividad y la acumulación de la que depende. Las conclusiones son tan claras que cuesta enmascararlas. Y la consecuencia derivada es simplemente inquietante: en la primera posición, si se dobla la inversión total se dobla el variable, y por tanto el número de trabajadores, mientras en la segunda si se dobla el capital invertido sólo se consigue un 20% más de trabajadores. Y la perspectiva es que, cuanto más crezca la productividad, más desproporcionada será la distribución del capital en fijo y variable. Con lo cual la productividad se nos revela indefectiblemente como la condición y el efecto del incremento del plusvalor y de la acumulación:

“Todos los métodos de potenciación de la fuerza social productiva del trabajo que brotan sobre esta base son, a la par, métodos de producción redoblada de plusvalía o producto excedente, que es, a su vez, el elemento constitutivo de la acumulación. Son, por tanto, al mismo tiempo, métodos de producción de capital con capital, o métodos encaminados a acelerar la acumulación de éste” [22].

Subrayo condición y efecto, ya que es producto de lo que produce; ella misma posibilita y determina la acumulación, hace posible el incremento del capital invertido, sitúa el volumen de producción en otra escala, cosa que conlleva como efecto colateral el perfeccionamiento de los métodos de producción que potencian la productividad:

“La reversión constante de plusvalía a capital adopta la forma de un aumento de volumen del capital invertido en el proceso de producción. A su vez, este aumento funciona como base para ampliar la escala de la producción y los métodos a ésta inherentes de reforzamiento de la fuerza productiva del trabajo y de producción acelerada de plusvalía” [23].

Y de esta manera el incremento de la productividad, condición de posibilidad de la acumulación, deviene también su efecto, lo que permite comprenderla como instrumento de reproducción del capital, únicamente destinada a su valorización. Beneficie o no a “todos”, ese no es su destino, no es su función inmediata y principal (si acaso efecto derivado y subordinado al fin principal), que consiste en la valorización. Iniciado el proceso, todo tiende a la aceleración de la acumulación; Marx dice que la acumulación exige la mayor productividad y ésta impulsa la acumulación, en un bucle sólido y progresivamente acelerado:

“Por tanto, con la acumulación de capital se desarrolla el régimen específicamente capitalista de producción, y el régimen específicamente capitalista de producción impulsa la acumulación de capital” [24].

Pero, claro está, este estímulo recíproco provoca el cambio en la composición técnica del capital, en la relación entre capital constante y el capital variable como variables físicas, c/v, tendiendo siempre a crecer. La productividad tiene por único fin la acumulación y toda acumulación sirve de medio a una nueva acumulación; no tiene otro destino que sí misma, que su reproducción ampliada; y, de paso, en ese proceso inflexible necesita, como conditio sine qua non, reproducir, dominar y subordinar cuantos elementos intervienen en el proceso, en especial el variable, el capital de los salarios.


2.2. (Acumulación, concentración y centralización). Derivada de esta tendencia a la acumulación es la concentración. Ambos conceptos no deben confundirse, por muy relacionados que estén, por muy unidos que se nos presenten. La acumulación es en definitiva una magnitud económica, refiere a cantidad; como proceso es una determinación intrínseca, inmanente. La concentración es una relación cualitativa y exterior, que refiere a la organización de los capitales particulares y a las relaciones de propiedad.

Pero acumulación y concentración aparecen fenoménicamente muy unidas. Marx distingue dos formas de concentración, y ambas son efectos de la acumulación, exigidas y producidas por ésta como instrumentos de su propia reproducción. Conviene subrayar este hecho: todas las figuras y formas del capital, todas sus creaciones, son mecanismos destinados a su reproducción ampliada, a la acumulación, y esto la confiere un estatus de privilegio, de hegemonía sobre las otras relaciones. Veámoslo en detalle.

De entrada, la acumulación posibilita y genera la concentración; sólo creando y acumulando capital puede éste concentrarse. Ahora bien, la concentración es a su vez un factor de la acumulación, una condición de su posibilidad y de su buen ritmo; por eso aparece en escena:

“Al aumentar la masa de la riqueza que funciona como capital, aumenta su concentración en manos de los capitalistas individuales, y, por tanto, la base para la producción en gran escala y para los métodos específicamente capitalistas de producción” [25].

O sea, de entrada no se puede concentrar lo que no se produce; la concentración hace referencia a su origen, a la acumulación de la propiedad, al crecimiento de la propiedad individual y, mediatamente, social. El capital social crece siempre de la mano del crecimiento de los muchos capitales individuales, pues cuantitativamente no es otra cosa que su suma. El crecimiento del capital social es un proceso complejo y convulso, donde la concentración derivada de la acumulación aparece afectada y “amenazada” por la disgregación y fragmentación mediante el mecanismo de la herencia. Esta fragmentación, no obstante, no afecta al capital social, que sigue aumentando. Más aún, esa disgregación en capitales individuales es la forma de avanzar la acumulación y la concentración, pues el enfrentamiento entre los mismos es la lógica del capital. Los capitales individuales actúan de motores de nuevas acumulaciones y renuevan la concentración. Leamos el siguiente texto:

“Dos puntos caracterizan esta clase de concentración, basada directamente en la acumulación o más bien idéntica a ella. El primero es que la concentración creciente de los medios sociales de producción en manos de capitalistas individuales se halla, suponiendo que las demás circunstancias no varíen, limitada por el grado de desarrollo de la riqueza social. El segundo, que la parte del capital social adscrita a cada esfera concreta de producción se distribuye entre muchos capitalistas, enfrentados como productores de mercancías independientes los unos de los otros y en competencia mutua. Por consiguiente, la acumulación y la concentración que ésta lleva aparejada, no sólo se dispersan en muchos puntos, sino que, además, el incremento de los capitales en funciones aparece contrarrestado por la formación de nuevos capitales y el desdoblamiento de los capitales antiguos. Por donde, si, de una parte, la acumulación actúa como un proceso de concentración creciente de los medios de producción y del poder de mando sobre el trabajo, de otra parte, funciona también como resorte de repulsión de muchos capitales individuales entre sí [26].

Marx enfatiza así la relación dialéctica entre acumulación y concentración, generándose mutuamente, enfrentándose y negándose, determinándose incansablemente y reconstituyendo siempre su unidad. Si en un primer momento los procesos de acumulación y concentración parecían identificarse, en el siguiente resalta la fragmentación y dispersión engendrada desde la misma acumulación, como su momento negativo. Esas luchas entre capitales individuales no impiden la concentración, sino al contrario, manifiestan la lógica de la misma. En esa lucha se despliega y optimiza su poder creador, se acelera la acumulación.

Ese enfrentamiento, ese momento de negación de la identidad, es la antesala de la negación de la negación, de una nueva forma de concentración, derivada de la lucha entre los capitales individuales. Bajo la repulsión presente en la lucha entre los mismos se revela la atracción de fondo entre ellos, manifestando una segunda forma de concentración:

“Esta dispersión del capital global de la sociedad en muchos capitales individuales y esta repulsión de sus partes integrantes entre sí aparecen contrarrestadas por su movimiento de atracción. No se trata ya de una simple concentración, idéntica a la acumulación, de los medios de producción y del poder de mando sobre el trabajo. Se trata de la concentración de los capitales ya existentes, de la acumulación de su autonomía individual, de la expropiación de unos capitalistas por otros, de la aglutinación de muchos capitales pequeños para formar unos cuantos capitales grandes. Este proceso se distingue del primero en que sólo presupone una distinta distribución de los capitales ya existentes y en funciones; en que, por tanto, su radio de acción no está limitado por el incremento absoluto de la riqueza social o por las fronteras absolutas de la acumulación” [27].

Nótese que la primera concentración estaba identificada a la generación de capitales; ahora, nos dice Marx, la concentración se realiza a partir de los capitales ya existentes. La lucha y el enfrentamiento está en la base de ambos, pero antes esa confrontación se enfocaba desde sus efectos en la producción y ahora por sus efectos en la distribución de la propiedad. No supone incremento del capital social, no hay acumulación (generación nueva de valor); sólo nueva distribución de su propiedad, al pasar los capitales individuales a menos manos.

Creo que así queda revelada la diferencia entre ambos conceptos: acumulación hace referencia a creación de valor; concentración refiere a relaciones de propiedad. En su origen se identifican, pues es materialmente lo mismo. Pero se necesita autonomizar el concepto de concentración para que pueda designar también la distribución social y estructural del valor, su reparto por ramas de producción y entre capitalistas y sociedades individualizadas. La concentración se independiza de la acumulación, muestra su movimiento propio y se revela como arma importante de la acumulación.

Pero la reflexión no acaba aquí; necesitamos individualizar otro concepto. Efectivamente, el capital objetivado en capitales se enfrenta y mueve por su propia lógica; se combina, se articula, se funde y divide…Y así aparece la necesidad de un tercer concepto, que entra en juego y debe ser bien individualizado para no confundirlo con la concentración: el concepto de centralización:

“El capital adquiere aquí, en una mano, grandes proporciones porque allí se desperdiga en muchas manos. Se trata de una verdadera centralización, que no debe confundirse con la acumulación y la concentración” [28].

Es fácil confundir concentración y centralización, pues si bien uno refiere a la propiedad y el otro al control-gestión, la frecuente identidad de ambas ayuda a la confusión. La concentración designa grosso modo el proceso de fusión de los capitales individuales en pocas manos; la centralización, en cambio, designa vulgarmente la relación estratégica entre los capitales particulares, su articulación en trust, sociedades anónimas, etc., su unidad de gestión. Ambos son sin duda efectos de la acumulación, que los hace posibles y necesarios, pues constituyen sendos mecanismos de su reproducción ampliada, en suma, de la valorización del capital. Y ambos son alternativas diferenciadas y a veces enfrentadas en ese desarrollo

Son como dos rostros de la unificación necesaria del capital, dos alternativas del enfrentamiento inevitable de los capitales individuales, de su inexorable competencia, de su lucha a muerte. Marx no tiene dudas: “los capitales más grandes desalojan necesariamente a los más pequeños”, por ser más competitivos, por tener mayor productividad. Si recordamos que para desarrollarse el régimen capitalista de producción se requiere un volumen mínimo del capital individual, y que la productividad es en gran medida función de la cantidad de medios de producción, comprendemos que los capitales menores sólo pueden disputarse un lugar allí donde la gran industria aún no haya sentado su colonización, lugares de dura concurrencia (como hoy el mundo de internet). Marx decía, al menos para el capitalismo industrial burgués, que esa lucha de titanes era favorable a los grandes:

“Y termina siempre con la derrota de los muchos capitalistas pequeños, cuyos capitales son engullidos por el vencedor, o desaparecen” [29].

Ese destino trágico de los capitales individuales pequeños encuentra una salvación milagrosa en la centralización. Se trata de unas figura del capitalismo, necesaria para el capital, pero sólo posible por el desarrollo de otros mecanismos y relaciones, como el crédito. Ante el horizonte trágico puesto en escena, en la lucha por la acumulación, por la competencia y la concentración, aparecen otras armas, como la figura del crédito, que se revela como una nueva potencia del capital. Marx, fiel a su idea de que el capitalismo produce, para sobrevivir, todo aquello que necesita, incluidos nuevos métodos, nuevas relaciones, nuevas figuras, pone el crédito como uno de esos nuevos mecanismos que nace tímido, en silencio, como si no viniera a perturbar el orden, para afirmarse progresivamente como una máquina temible y determinante:

“Aparte de esto, la producción capitalista crea una nueva potencia: el crédito, que en sus comienzos se desliza e insinúa recatadamente, como tímido auxiliar de la acumulación, atrayendo y aglutinando en manos de capitalistas individuales o asociados, por medio de una red de hilillos invisibles, el dinero diseminado en grandes o pequeñas masas por la superficie de la sociedad, hasta que pronto se revela como un arma nueva y temible en el campo de batalla de la competencia y acaba por convertirse en un gigantesco mecanismo social de centralización de capitales” [30].

Los capitales individuales encuentran en el crédito un arma de resistencia en su particular lucha por la acumulación frente a los otros capitales. De hecho, en ese escenario de guerra de los capitales, en ese horizonte oscuro de la concentración, el crédito es una estrategia que desactiva el conflicto al abrir la vía alternativa de la centralización de capitales. Hoy, nos dice Marx, “la fuerza mutua de atracción de los capitales individuales y la tendencia a la centralización son más potentes que nunca”. Veamos esto con detenimiento.

Marx considera que los progresos de la acumulación aumentan la “materia centralizable”; esta materia centralizable la constituyen los capitales individuales. Es decir, la expansión de la producción capitalista crea los medios técnicos de esas gigantescas empresas industriales, crea una poderosa concentración; al mismo tiempo, la viabilidad de esa deriva fuerza la aparición de la centralización del capital, que si bien potencia la concentración es una metamorfosis de la misma.

Concentración y centralización son dos conceptos, indisolublemente ligados, pero bien diferenciados, cuyo destino es servir a la acumulación. Antes vimos que la concentración no suponía incremento de la acumulación, del capital social; lo mismo ocurre con la centralización. Aunque la expansión e intensidad de la centralización dependen, “hasta cierto punto”, del nivel de la riqueza capitalista y de la superioridad del mecanismo económico, “los progresos de la centralización no obedecen, ni mucho menos, al incremento positivo de magnitud del capital social”. La centralización puede efectuarse sin incrementar la masa del capital social, “cambiando simplemente la distribución de los capitales ya existentes”; la centralización sólo exige un cambio “en la agrupación cuantitativa de las partes que integran el capital social”, un cambio en la distribución de los capitales individuales: “Si el capital aumenta en proporciones gigantescas en una sola mano, es porque muchas manos se ven privadas de los suyos” [31].

Claro, concentración y centralización parecen confundirse, pues la primera permite la segunda. De ahí que Marx pueda decir:

“Dentro de una determinada rama industrial, la centralización alcanzaría su límite máximo cuando todos los capitales invertidos en ella se aglutinasen en manos de un solo capitalista. Dentro de una sociedad dada, este límite sólo se alcanzaría a partir del momento en que todo el capital social existente se reuniese en una sola mano, bien en la de un capitalista individual, bien en la de una única sociedad capitalista” [32].

Pero también aquí conviene distinguir el concepto de centralización, para que pueda incluir significados exteriores a esa centralización que permite un capital concentrado. Marx distingue esos dos momentos, que podemos llamar de la identidad y de la negación. El momento de la identidad, al decirnos que al crecer las proporciones de los establecimientos industriales surge la posibilidad de la centralización, de una organización más colectiva del trabajo, lo que aporta un nuevo impulso productivo; la concentración fortalece la tendencia a sustituir procesos de producción explotados aislada y cotidianamente por “procesos de producción combinados social y científicamente organizados”. La concentración, pues, posibilita y exige la centralización; ésta es el rostro técnico, que alude a la posesión efectiva, al control-gestión. Y aquella el rostro social, que expresa la propiedad jurídica.

El momento de la negación, al decirnos que la concentración por acumulación “es un proceso harto lento”, mientras que la centralización, que sólo necesita “modificar la agrupación meramente cuantitativa de las partes que integran el capital social”, es más rápida y eficaz. Como dice Marx,

“Aún no existirían ferrocarriles si para ello hubiera habido que aguardar a que la acumulación permitiese a unos cuantos capitalistas individuales acometer la construcción de vías férreas. La centralización lo consiguió en un abrir y cerrar de ojos, gracias a las sociedades anónimas” [33].

La concentración es lenta y costosa, pues al fin afecta a la propiedad particular del capital; la centralización permite mantener esa propiedad jurídica, si bien separada de la posesión efectiva, del control-gestión directo del capital. Lo relevante es ver que en el proceso lo que cuenta es la lógica del capital, no la subjetividad de los capitalistas individuales. Como concentración y centralización son dos instrumentos de la acumulación, están subordinados a ella; se combinan en tanto cumplan ese fin de valorizar el capital. La función de la centralización es reforzar y acelerar los efectos de la acumulación, sea potenciando la concentración, sea sustituyéndola hasta que avance a nuevos niveles. Al fin, a efectos del capital, es indiferente que diversos capitales individuales se concentren en una mano o que se fusionen en una figura empresarial de gestión unificada. Lo importante es que cumplan con eficiencia esa misión del capital.

Si esos procesos son ciegos a la subjetividad del capitalista, y lo son, con mayor motivo son insensibles a la vida de los trabajadores. De hecho, tanto la concentración como la centralización, vistas como estrategias de la acumulación, actúan técnicamente de manera similar: amplían y aceleran los cambios en la composición técnica del capital, con los efectos que ya hemos visto en el variable, y por tanto en la existencia de las clases trabajadoras. El aumento en la composición técnica del capital se refleja en la composición de valor, ya que lleva a “aumentar el capital constante a costa del variable” y reducir la demanda relativa de trabajo.

“Las masas de capital fundidas y unificadas de la noche a la mañana por obra de la centralización se reproducen e incrementan como las otras, sólo que más de prisa, convirtiéndose así en nuevas y potentes palancas de acumulación social” [34].

Y el consecuente descenso absoluto de la demanda de trabajo, derivado del movimiento centralizador, determina que los nuevos capitales formados en el transcurso de la acumulación atraigan “a un número cada vez menor de obreros, en proporción a su magnitud”. Los capitales antiguos, a su vez, van repeliendo a un número cada vez mayor de los obreros a los que antes daban trabajo. Este es el efecto social más relevante, la aparición en escena del ejército de reserva. Con ello Marx nos advierte de que la vida del capital cabalga sobe la vida social, que sus movimientos y piruetas por perseverar en el ser, en su ser, es decir, perseverar en la valorización como único fin, deciden nuestra existencia y consiguen que su destino arrastre el nuestro. La crítica filosófica, esa mirada que aspira a ver lo que la ciencia económica oculta, el otro lado del espejo, es siempre una mirada hecha desde el compromiso con la descripción y denuncia de los dispositivos sociales y conceptuales con los cuales el capital subordina al trabajo.


3. Producción progresiva de una sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva.

La idea que intenta fijar e ilustrar Marx mediante el análisis de los dispositivos, estrategias y efectos de la acumulación es muy simple: no debemos fiarnos de las intuiciones ni de las descripciones fenoménicas que con tanta minuciosidad hace la ciencia económica, pues bajo el énfasis de unas relaciones y efectos sin duda reales esconde o deja pasar otros igualmente reales y con efectos más relevantes para las clases trabajadoras. En concreto, trata de mostrarnos que la acumulación del capital no es, como podría parecer a simple vista, un simple movimiento cuantitativo que beneficia a todos, sino que implica y se constituye sobre un constante cambio cualitativo de la composición del capital que tiene efectos contradictorios, y en general nocivos, en los productores. Además, insiste, ese cambio no es contingente u ocasional, sino que tiene una tendencia general, un eje de desarrollo, un sentido que proviene de la inmanencia del capital; al fin, viene a decirnos, la acumulación es la manifestación fenoménica más vulgar y grosera del crecimiento tendencialmente constante de la composición orgánica del capital; crecimiento que tiene otras manifestaciones, que aparecen en el análisis más detenido, como es los comentados movimientos de la composición de valor y de la composición técnica del capital, que nos ponen en relación con las determinaciones esenciales e intrínsecas del mismo. De este modo podemos apreciar que esa tendencia de o a crecer, que pasa necesariamente por el incesante aumento del capital constante a costa del capital variable, es la vida misma del capital; y, sobre todo, podemos tomar consciencia de que el capital no puede vivir si no es degradando relativamente el valor del trabajo, disminuyendo su presencia relativa en el reparto de la producción. Por eso enfatiza Marx que la producción capitalista, la productividad de la fuerza de trabajo y la o=c/v, avanzan al ritmo de la acumulación y del incremento de la riqueza social, mientras que los salarios, el fondo de vida de los trabajadores, avanza a ritmo más lento, siempre acumulando retraso.

Más aún, ese avance de la productividad y de la composición orgánica del capital, que en abstracto siguen el ritmo de la acumulación, en un análisis más concreto, con un grado menos de abstracción, se nos revela de ritmo más acelerado que el de la acumulación misma; va a un ritmo mucho mayor, y este plus de velocidad lo pone la centralización, un dispositivo exterior que genera el capital para su propio desarrollo. La cosa es sencilla, nos dice Marx:

“al progresar la acumulación, cambia la proporción entre el capital constante y el variable; si originariamente era de 1:1, ahora se convierte en 2:1, 3:1, 4:1, 5:1, 7:1, etc., por donde, como el capital crece, en vez de invertirse en fuerza de trabajo 1/2 de su valor total sólo se van invirtiendo, progresivamente, 1/3, 1/4, 1/5, 1/6, 1/8, etc., invirtiéndose en cambio 2/3, 3/4, 4/5, 5/6, 7/8, etc., en medios de producción” [35].

La descripción es correcta, pero suena un poco a tautológica; si la composición del capital va cambiando de posición en posición, entonces es obvio que el razonamiento contenido en la anterior cita es impecable; pero a nosotros nos interesa conocer la necesidad de los cambios de composición en las sucesivas posiciones, o sea, en otras palabras, el crecimiento de la composición orgánica del capital. La posibilidad empírica nos parece obvia, en la medida en que el capitalista puede ir acumulando el plusvalor de un ciclo al siguiente; pero la posibilidad no pone la necesidad. Queremos saber cómo es eso empíricamente posible. Pues bien, Marx nos contesta que se debe a que la demanda de trabajo no depende sólo del volumen del capital total, sino solamente del capital variable, la parte que se dedica a contratar fuerza de trabajo, y ésta disminuye progresivamente a medida que aumenta el capital total, en vez de crecer en proporción a éste. Es la forma propia y específica del crecimiento del capital, que pasa por el crecimiento de la productividad, la cual impone el cambio en la composición técnica, en la cantidad de bienes de producción que mueve la unidad de fuerza de trabajo. Esta determinación intrínseca al movimiento del capital nos lleva a reconocer que la demanda de trabajo (que se expresa en el capital variable v) crece en términos absolutos cuando lo hace la magnitud del capital total (decrece el paro cuando hay crecimiento), pero no crece proporcionalmente a ella, como ya hemos visto, sino “en proporción constantemente decreciente”; y este decrecimiento relativo, ahora sí, lo hace en proporción geométrica, incluso exponencial, con el crecimiento de c/v. Claro que al crecer el capital total crece el variable, pero cuanto más crece aquél en menor proporción crece éste. Cada vez es más difícil que el crecimiento absorba nuevos obreros; cada vez es más difícil incluso mantener los ya existentes; cada vez se necesita, para ello “una acumulación cada vez más acelerada del capital total”. Pero esa creciente aceleración es, precisamente, la que hace que la potencia de absorción de nuevos trabajadores tienda a cero. Es un círculo infernal que no ofrece puertas ni ventanas [36]. Y en el mantenimiento y expansión de ese círculo, obviamente, juegan un papel nada despreciable la concentración y la centralización del capital, que mitiga, neutraliza o ausenta las luchas fratricidas entre los capitales privados. La centralización en particular es un mecanismo en parte exterior a la producción, que funciona para la reproducción del capital y su defensa frente a su fraccionamiento.

Todo parece confabulado en contra del variable: la acumulación, la centralización, la composición orgánica, la productividad…, todos disparan al pianista. Pero lo más significativo y dramático es que el descenso relativo de v se da en el contexto de un “crecimiento absoluto constante de la población obrera más rápido que el del capital variable o el de los medios de ocupación que éste suministra” [37]. Repartir un v relativamente descendente entre una población obrera creciente en términos absolutos dibuja un futuro negro y tormentoso de la misma. Y es así porque el crecimiento de población, que no es constante, no es relativo a la acumulación capitalista, sino que obedece a otras causas; y ese crecimiento, en función de la intensidad y extensión de la acumulación, produce una población obrera excesiva para las necesidades medías de explotación del capital, es decir, una población obrera remanente o sobrante. Esta es la cuestión socialmente esencial, tanto más importante cuanto que no es coyuntural, accidental o corregible. La dinámica acumulativa del capital global de la sociedad provoca cambios en las diversas ramas de la producción, y su efecto final es la tendencia a marginalizar una parte importante de la clase trabajadora:

“En algunas de éstas [ramas] cambia la composición del capital sin que crezca su magnitud absoluta, por efecto de la simple concentración; en otras, el aumento absoluto de capital va unido a la disminución absoluta del capital variable o de la fuerza de trabajo absorbida por él; en otras, el capital crece sobre su base técnica actual, asimilándose fuerza obrera sobrante en proporción a su crecimiento, o bien se opera en él un cambio orgánico que hace que el capital variable se reduzca. El crecimiento del capital variable, y, por tanto, el de la cifra de obreros en activo, va unido en todas las esferas de producción a violentas fluctuaciones y a la formación transitoria de una población sobrante, ya revista ésta la forma ostensible de repulsión de obreros que trabajan o la forma menos patente, pero no por ello menos eficaz, que consiste en hacer más difícil la absorción de la población obrera sobrante por los canales de desagüe acostumbrados” [38].

Yo creo que esta es la conclusión más firme y trágica que Marx extrae del análisis del capitalismo; creo que es la demostración de la intuición que ha guiado su pensamiento y que justifica su ira anticapitalista y su desesperada esperanza en el socialismo. Ese ejército de reserva no sólo es efecto, sino instrumento necesario de la acumulación capitalista; no es efecto derivado, no es anomalía, no es siquiera el peaje a pagar por la expansión del capital, sino que es un resultado necesario e intrínseco; su relación con la concentración y la centralización es obvia [39]. Y, lo más preocupante –o tal vez el mayor factor para alimentar la esperanza- es que el proceso crece en magnitud y en aceleración:

“Con la magnitud del capital social ya en funciones y el grado de su crecimiento, con la extensión de la escala de producción y la masa de los obreros en activo, con el desarrollo de la fuerza productiva de su trabajo, con el flujo mayor y más pletórico de todos los manantiales de riqueza, aumenta también la escala en que la mayor atracción de obreros por el capital va unida a una mayor repulsión de los mismos, aumenta la celeridad de los cambios operados en la composición orgánica del capital y de su forma técnica y se agranda el cerco de las órbitas de producción afectadas simultánea o sucesivamente por estos cambios. Por tanto, al producir la acumulación del capital, la población obrera produce también, en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo [40].

Esta es la “ley de la población”, que Marx considera una “ley de población peculiar del régimen de producción capitalista”; peculiar o propia porque pertenece al capitalismo y rige en un momento histórico del mismo. Al fin, comenta Marx, leyes abstractas de población sólo existen para los animales y las plantas; en el mundo humano, que el hombre crea y recrea, todas son leyes históricas.

Pues bien, esta ley de la población, que pone la sobrepoblación obrera como producto necesario de la acumulación o del incremento de la riqueza, que opera perversamente como palanca de la acumulación del capital, funciona como “una de las condiciones de vida del régimen capitalista de producción”. Esa ley instaura o genera un “ejército industrial de reserva”, que lejos de ser un residuo marginal y prescindible es todo lo contrario, es “un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y mantuviese a sus expensas” [41]. Y, mirándolo detenidamente, tal vez sea así, nace, se cría y se alimenta a expensas del capital, en otras palabras, nace, se cría y se alimenta a expensas del plustrabajo acumulado.

Aquí lo terrible es que aquello que aparece y se vive como un mal social se nos revela como un dispositivo, un requisito optimizador del capital. De este modo, ese “ejército de reserva” se nos aparece como la cínica y obscena puesta en escena del material humano –“recursos humanos”- a disposición del capital,

“dispuesto siempre para ser explotado a medida que lo reclamen sus necesidades variables de explotación e independiente, además, de los límites que pueda oponer el aumento real de población” [42].

Funciona del mismo modo que un almacén de reserva inagotable de materias primas, o como un sistema de producción de bienes de equipo programado para posibilitar la renovación constante del sistema industrial. Dado que el destino inexorable del capitalismo es su reproducción, que le condena constantemente a generar sus condiciones de reproducción ampliada, el ejército de reserva es cuestión de sobrevivencia del capital, es un asunto de “defensa personal”; el ejército de reserva es su estrategia para garantizar la fuerza de trabajo, y para conseguirla “adecuadamente”, o sea, a buen precio.

Cuando Marx enfatiza la tendencia al crecimiento creciente del capital, su fuerza de expansión, lo hace sin duda porque lo considera una característica intrínseca al capitalismo, pero también y de paso para resaltar que sus dramáticos efectos sociales irán indefectiblemente en aumento. Todos los factores parecen operar a su favor condicionándose recíprocamente: la acumulación, la productividad del trabajo, la riqueza absoluta, (“de que el capital no es más que una parte elástica”), el crédito (que “pone al alcance de la producción, como capitales adicionales, en un abrir y cerrar de ojos, una parte extraordinaria de esta riqueza”), las condiciones técnicas del propio proceso de producción (la maquinaria, los medios de transporte, etc., aplicados en gran escala, permiten transformar rapidísimamente el producto excedente en nuevos medios de producción). Todo, pues, revierte en contra del “variable”, categoría que no logra invisibilizar su referido, los obreros: el movimiento de conjunto exige, pues, el creciente aumento del ejército de reserva:

“La masa de riqueza social que al progresar la acumulación desborda y es susceptible de convertirse en nuevo capital, se abalanza con frenesí a las viejas ramas de producción cuyo mercado se dilata de pronto, o a ramas de nueva explotación, como los ferrocarriles, etc., cuya necesidad brota del desarrollo de las antiguas. En todos estos casos, tiene que haber grandes masas de hombres disponibles, para poder lanzarlas de pronto a los puntos decisivos, sin que la escala de producción en las otras órbitas sufra quebranto. Es la sobrepoblación la que brinda a la industria esas masas humanas” [43].

Marx valora también los efectos en el variable de los ciclos económicos, que conforme a inferencia empírica en la industria moderna suelen ser “decenales”, con escasas variaciones en su torno; busca la relación de esos ciclos con el ejército de reserva, mostrando cómo éste funciona como un almacén elástico:

“un ciclo decenal de períodos de animación medía, producción a todo vapor, crisis y estancamiento, descansa en la constante formación, absorción más o menos intensa y reanimación del ejército industrial de reserva o sobrepoblación obrera” [44].

A su vez, las alternativas del ciclo industrial se encargan de reclutar la sobrepoblación, actuando como uno de sus agentes de reproducción más activos. Esta marcha cíclica, según Marx, no existió en ninguna economía precapitalista, ni siquiera en la infancia del capitalismo; ocurre en el capitalismo porque el avance de éste depende totalmente del ritmo de crecimiento de c/v. En un crecimiento lento la acumulación hace crecer la demanda de trabajo; pueden darse desajustes “naturales”, pero con efectos y características diferentes a la de los ciclos. El problema de las crisis surge de la aceleración de c/v, de la velocidad de rotación del capital. Marx establece una relación casi mecánica, abstracta, cuando dice:

“La expansión súbita e intermitente de la escala de producción es la premisa de su súbita contracción; ésta provoca, a su vez, una nueva expansión, que no puede prosperar sin material humano disponible, sin un aumento del censo obrero, independiente del crecimiento absoluto de la población. Esto se consigue mediante un simple proceso, consistente en dejar "disponibles" a una parte de los obreros, con ayuda de métodos que disminuyen la cifra de obreros que trabajan en proporción con la nueva producción incrementada” [45].

Es un proceso tan determinado que Marx lo considera una determinación del capitalismo, una característica esencial, identificadora: “Toda la dinámica de la industria moderna brota, por tanto, de la constante transformación de una parte del censo obrero en brazos parados u ocupados sólo a medias”. Tanto es así que califica de superficial la economía política en cuanto interpreta “las expansiones y contracciones del crédito” como causas determinantes del ciclo, cuando en realidad “no son más que un síntoma” del mismo.

Enfatiza hasta tal punto la objetividad de estos procesos, en coherencia con su voluntad de liberar el discurso científico de moralidad o subjetivismo, que recurre a imágenes exquisitamente mecánicas, que sólo debieran interpretarse como ilustrativas de esa lucha por liberar la teoría social de humanismo, Se aprecia cuando dice:

“Del mismo modo que los cuerpos celestes, al ser lanzados en una dirección, repiten siempre el mismo movimiento, la producción social, una vez proyectada en esa línea alternativa de expansiones y contracciones, se mantiene ya siempre dentro de ella. Los efectos se convierten a su vez en causas y las alternativas de todo este proceso, que reproduce constantemente sus propias condiciones, revisten la forma de la periodicidad” [46].

Resulta sorprendente la lucidez con la que Marx plantea la función del ejército de reserva como una necesidad estratégica del capitalismo, especialmente aplicada a los momentos de crisis. El siguiente texto, parafraseando a H. Merivale (antiguo profesor de economía política en Oxford y más tarde funcionario del ministerio colonial inglés) no tiene desperdicio, referido al ejército de reserva como condición de vida de la industria moderna:

“Supongamos –dice–, supongamos que, con ocasión de una crisis, la nación hiciese un esfuerzo ímprobo para deshacerse, por medio de la emigración, de unos cuantos cientos de miles de brazos sobrantes: ¿cuál sería la consecuencia de esto? Que, en cuanto volviese a presentarse la demanda de trabajo, se produciría un déficit. Por muy rápida que sea la reproducción humana, siempre hará falta el intervalo de una generación para reponer los obreros adultos. Ahora bien; las ganancias de nuestros fabricantes dependen primordialmente de la posibilidad de aprovechar los momentos propicios en que se reaviva la demanda, resarciéndose con ellos de las épocas de paralización. Esta posibilidad sólo se la garantiza el mando sobre la maquinaria y el trabajo manual. Han de contar con brazos disponibles, con medios para cargar o descargar la tensión de sus actividades en la medida en, que sea necesario, con arreglo a las exigencias del mercado, de otro modo, no podrán bajo ningún concepto afirmar en la batida de la concurrencia la supremacía sobre la que descansa la riqueza de este país" [47].

El “capitalismo impaciente” [48] contemporáneo, ciego e inmediatista, prefiere prescindir de buena parte del ejército de reserva (inmigrantes y emigrantes), que mañana necesitará. Tal vez sea porque ahora, con los derechos sociales, resulta oneroso mantener todo ese ejército; y porque hoy es más fácil el traslado inmediato de unos países a otros. De todas formas, la idea básica es la misma: aquí o allí, en campamentos de verano o de invierno, en el capitalismo global el ejército de reserva ha de estar disponible y dispuesto.


4. Volumen del variable y volumen de obreros

El análisis de Marx, lo hemos visto, visibiliza los efectos de la acumulación en el v; y, en consecuencia, se infiere el efecto en los obreros, tanto en la vida de cada uno como en el número de ellos. Pero se trata de una inferencia muy intuitiva, pues la relación entre el v y el número de obrero es más compleja. Sólo por intereses analíticos pueden equipararse estas dos magnitudes, ya que, con más precisión, el número de obreros de una fábrica o rama de la producción puede permanecer más o menos estacionario, incluso puede disminuir, y en cambio el v aumentar. En consecuencia, el reparto de v entre los obreros varía. De ahí que sea necesaria la reflexión y el análisis más concreto sobre los efectos del movimiento de v en la población activa. Marx fija como punto de partida que, para un plusvalor constante, el capitalista prefiere extraerlo de pocos obreros y no de muchos:

“Todo capitalista se halla absolutamente interesado en estrujar una determinada cantidad de trabajo a un número más reducido de obreros, aunque pudiera obtenerla con el mismo costo, e incluso más barata, de un número mayor. En el segundo caso, la inversión de capital constante crece en proporción a la masa del trabajo puesto en movimiento; en el primer caso, crece mucho más lentamente. Cuanto mayor es la escala de la producción, más decisivo se hace este móvil. Su empuje crece con la acumulación del capital” [49].

Ya se sabe, el capitalismo tiene recursos para conseguir con el mismo desembolso de capital variable una mayor cantidad de trabajo; le basta con una mayor explotación, extensiva o intensiva, de las fuerzas de trabajo individuales. En general prefiere menos obreros y más productivos que más obreros menos productivos. Y lo prefiere no sólo por comodidades en la gestión sino por razones estrictamente económica, de eficacia en la extracción de plusvalor: lo eficaz es tener menos obreros porque, aunque les pagara el mismo v que a la plantilla ampliada, necesita incrementar menos el c. Ya lo sabemos, la tasa de plusvalía (p/v) será la misma, pero la tasa de ganancia (p/c+v) es menor.

De modo semejante, el capitalista tiene mecanismos para, con el mismo capital variable, comprar más o menos fuerza de trabajo: le basta “ir sustituyendo los obreros hábiles por otros menos hábiles, la mano de obra madura y especializada por otra incipiente y más moldeable, los hombres por mujeres, los obreros adultos por jóvenes o por niños” [50]. Jugará con estas variables, pero siempre con el mismo criterio: maximizar la valorización. Nada que objetar a la racionalidad económica si no tuviera efectos sociales nefastos, pero los tiene; y podemos afirmar de forma general que acentúa aún más los efectos negativos de la acumulación en los salarios antes vistos y comentados:

“Por tanto, de una parte, conforme progresa la acumulación, a mayor capital variable se pone en juego más trabajo, sin necesidad de adquirir más obreros; de otra parte, el mismo volumen de capital variable hace que la misma fuerza de trabajo despliegue mayor trabajo y, finalmente, moviliza una cantidad mayor de fuerzas de trabajo inferiores, eliminando las más perfectas. Gracias a esto, la formación de una sobrepoblación relativa o la desmovilización de obreros avanza todavía con mayor rapidez que la transformación técnica del proceso de producción, acelerada ya de suyo con los progresos de la acumulación y el correspondiente descenso proporcional del capital variable respecto al constante. A medida que ganan en volumen y en eficacia del rendimiento, los medios de producción van dejando un margen cada vez menor como medios de ocupación de obreros; y esta proporción decreciente todavía tiende a modificarse en el sentido de que conforme crece la fuerza productiva del trabajo, el capital hace crecer su oferta de trabajo más rápidamente que su demanda de obreros. El exceso de trabajo de los obreros en activo engrosa las filas de su reserva, al paso que la presión reforzada que ésta ejerce sobre aquéllos, por el peso de la concurrencia, obliga a los obreros que trabajan a trabajar todavía más y a someterse a las imposiciones del capital. La existencia de un sector de la clase obrera condenado a ociosidad forzosa por el exceso de trabajo impuesto a la otra parte, se convierte en fuente de riqueza del capitalista individual y acelera al mismo tiempo la formación del ejército industrial de reserva, en una escala proporcionada a los progresos de la acumulación social” [51].

La fina crítica de Marx revela que el ejército de reserva se ve negativamente afectado precisamente por la composición técnica del capital y, en general, por la mayor productividad de los trabajadores activos. Esa es su condición trágica, pues con su mayor productividad el obrero se gana un lugar virtual en el ejército de ociosos; cuando más eficientes son, más aumentan las posibilidades de ocupar ese lugar marginal.

Eso respecto al paro obrero, veamos ahora el efecto en los salarios. Marx afina mucho en este punto y remarca que, en líneas generales, “el movimiento general de los salarios se regula exclusivamente por las expansiones y contracciones del ejército industrial de reserva”, siguiendo por tanto el de las alternativas periódicas del ciclo industrial. O sea, el movimiento de los salarios no depende de “las oscilaciones de la cifra absoluta de la población obrera”, sino de “la proporción oscilante en que la clase obrera se divide en ejército en activo y ejército de reserva” [52]. La población no es una variable que afecte directamente a los salarios; en cambio, la población inactiva, en paro, expulsada de la producción, los afecta de modo inmediato. De hecho, la parte de la población que constituye el ejército de reserva es la variable relevante para los salarios. Para ser más precisos, los salarios están fuertemente afectados por la relación población en paro/población con trabajo [53].

De este modo Marx rompe con la tendencia de la economía clásica a pensar la población como algo natural, como una variable externa a la producción. Con ironía nos dice que, en la moderna industria con su ciclo decenal y sus fases periódicas, “sería en verdad una bonita ley aquella que regulase la demanda y oferta de trabajo” supeditando “los movimientos del capital a los movimientos absolutos del censo de población” [54]. Lamentablemente no es así, y la “ley de la población” en el capitalismo está regulada por las “expansiones y contracciones del capital”.

En todo caso, Marx desmonta los dos dogmas de los economistas, de inspiración malthusiana, según los cuales, de un lado, “la acumulación del capital hace subir los salarios”, y, de otro, “los salarios altos estimulan el más rápido crecimiento de la población obrera”. Y a la inversa, cuando el mercado se satura por el aumento de población, cuando la acumulación de capital “resulta insuficiente en relación a la oferta de trabajo”, en ese límite se invierte la tendencia, los salarios bajan y “la medalla presenta su reverso”: al bajar los jornales la población obrera se ve diezmada hasta que, de nuevo, el capital excede la oferta de trabajo. Esa visión malthusiana presenta como natural, con sus efectos fetichizantes, lo que es un efecto histórico; presenta como heroica dialéctica de sobrevivencia la que se da entre el movimiento natural de la población y el movimiento de la sociedad en su lucha por la vida, cuando en realidad ambos movimientos son interiores a la producción, subsumidos en ella y orientados a servir al capital. La sobrepoblación, viene a decir Marx, no es exterior al orden económico, una variable autónoma cuyos excesos deban ser controlado por fuerzas cósmicas que ejecutan la justicia poética (la guerra, el hambre, la peste…). Esa sobrepoblación, y sus efectos en los salarios, es humana, demasiado humana (o sea, inhumana):

“La sobrepoblación relativa es, por tanto, el fondo sobre el cual se mueve la ley de la oferta y la demanda de trabajo. Gracias a ella, el radio de acción de esta ley se encierra dentro de los límites que convienen en absoluto a la codicia y al despotismo del capital” [55].

Estamos en un punto importante. A Marx le interesa enfatizar que la sobrepoblación es una exigencia interna del capitalismo, y que la misma juega a favor de la acumulación. Nos recuerda al efecto lo que pasaba con la implantación de “nuevas máquinas” o ampliación de las antiguas. Para ello una parte del variable se convertía en constante, en “inmovilizado”, y de paso pasaba a situación de “disponible”, al paro, a una parte de los obreros. La economía clásica, los apologetas del capitalismo, contaban la historia al revés, decían que así una parte del capital pasaba a estar disponible para los obreros. Marx, en cambio, resalta que en esa operación quedan disponibles tanto los obreros “desalojados por las máquinas” como “sus sustitutos y el contingente adicional que, normalmente, hubiera sido absorbido por la expansión habitual de la industria sobre su antigua base”.

“Todos quedan "disponibles" y a merced de cualquier nuevo capital que sienta la tentación de entrar en funciones. Ya atraiga a éstos o a otros cualesquiera, el resultado en cuanto a la demanda general de trabajo será nulo, siempre y cuando que este nuevo capital se limite a retirar del mercado exactamente el mismo número de obreros que las máquinas han lanzado a él. Sí da empleo a menos, aumenta el censo de los supernumerarios: si coloca a más, la demanda general de trabajo sólo aumentará en aquello en que la cifra de obreros colocados rebase la de los "disponibles". El impulso que los nuevos capitales ávidos de inversión habrían dado a la demanda general de trabajo, en otras condiciones, queda, por lo menos, neutralizado en la medida en que los obreros lanzados al arroyo por las máquinas bastan para cubrir sus necesidades. Es decir, que el mecanismo de la producción capitalista cuida de que el incremento absoluto del capital no vaya acompañado por el alza correspondiente en cuanto a la demanda general de trabajo” [56].

Para Marx esta es una ley inevitable, constitutiva de la acumulación capitalista: la demanda de fuerza de trabajo coincide con el crecimiento del capital, no con el crecimiento demográfico de la clase obrera. El capital controla y dirige ambos frentes, el del mercado de trabajo y el de la reproducción demográfica de la clase obrera:

“Cuando su acumulación hace que aumente, en un frente, la demanda de trabajo, aumenta también, en el otro frente, la oferta de obreros, al dejarlos "disponibles", al mismo tiempo que la presión ejercida por los obreros parados sobre los que trabajan obliga a éstos a rendir más trabajo, haciendo, por tanto, hasta cierto punto, que la oferta de trabajo sea independiente de la oferta de obreros. El juego de la ley de la oferta y la demanda de trabajo, erigida sobre esta base, viene a rematar el despotismo del capital” [57].

La perspectiva que marca es la siguiente, que en nuestros días se revela aún viva, provocando nuestras consciencias:

“Por eso, tan pronto como los obreros desentrañan el misterio de que, a medida que trabajan más, producen más riqueza ajena y hacen que crezca la potencia productiva de su trabajo, consiguiendo incluso que su función como instrumentos de valoración del capital sea cada vez más precaria para ellos mismos; tan pronto como se dan cuenta de que el grado de intensidad de la competencia entablada entre ellos mismos depende completamente de la presión ejercida por la sobrepoblación relativa; tan pronto como, observando esto, procuran implantar, por medio de los sindicatos, etc., un plan de cooperación entre los obreros en activo y los parados, para anular o por lo menos atenuar los desastrosos efectos que aquella ley natural de la producción capitalista acarrea para su clase, el capital y su sifocante, el economista, se ponen furiosos, clamando contra la violación de la ley "eterna" y casi "sagrada" de la oferta y la demanda. Toda inteligencia entre los obreros desocupados y los obreros que trabajan estorba, en efecto, el '"libre" juego de esa ley. Por otra parte, en cuanto en las colonias, por ejemplo, surgen circunstancias que estorban la formación de un ejército industrial de reserva e impiden, por tanto, la supeditación absoluta de la clase obrera a la clase capitalista, el capital, y con él su Sancho Panza abarrotado de lugares comunes, se rebelan contra la "sagrada" ley de la oferta y la demanda y procuran corregirla un poco, acudiendo a recursos violentos” [58].

Nótese que Marx dice “tan pronto como los obreros desentrañan ese misterio”. Hoy parece un misterio impenetrable, opaco; hoy que tal vez estas reflexiones de Marx se revelan augurales sigue sin desvelarse el misterio; y eso que hoy, como nunca, el capital ha de programar el control demográfico como una exigencia interna a la producción, incluyendo la biopolítica en las Escuelas de Negocios.


5. Diversas modalidades de la sobrepoblación relativa. La ley general de la acumulación capitalista.

Conviene profundizar un poco más en el concepto de sobrepoblación. Para Marx las poblaciones naturales en el capitalismo, con las condiciones de vida que éste puede y necesita crear, tenderán a crecer; este es un hecho demográfico natural, aunque afectado y condicionado por la economía. Para el capitalismo la población natural es algo exterior, como la naturaleza; pero necesita la población como necesita la naturaleza y, por tanto, en su desarrollo, acabará preocupándose de la una y de la otra; acabará necesitando garantizar su adecuada reproducción…. En los orígenes, la población natural era vista como algo exterior; dado que el capitalismo necesita fuerza de trabajo, tomaba esa población, o parte de ella, como una materia prima originada en el exterior. Con el tiempo tomará conciencia de la necesidad de asumir la tarea de reproducción de esa materia prima de forma adecuada, tomará su control y su cuidado, se hará cargo de la vida (biopolítica). Para la ciencia económica el concepto de población designa la población trabajadora; la “población” como categoría económica expresa de forma inmediata la población incorporada a la producción, lo que se llama “población activa”, y que incluye tanto a los trabajadores realmente activos como a los que soportan el paro en la reserva.

Pues bien, en este sentido, la “sobrepoblación relativa” es la condición de todos los obreros cuando no tienen trabajo o tienen sólo una ocupación parcial. Esta sobrepoblación relativa refiere más bien a lo estructural, no a la coyuntural, no a lo regido por los ciclos de expansión y contracción. En rigor, como hemos dicho, es una “sobreproducción” necesaria; el ejército de reserva no es ontológicamente exterior a la producción, pues su ser está determinado por la producción, funciona para la producción, tiene sus efectos en ella, a su modo la hace cualitativamente posible. El ejército de reserva habita los márgenes, la frontera, pero éstos forman parte del territorio. Su presencia es la ausencia, la ejerce desde la exterioridad: en el fondo está en el límite entre lo interior y lo exterior.

La sobrepoblación se presenta bajo tres formas constantes: la flotante, la latente y la intermitente; cada una tiene una forma de ser y de existir. Como idea general, Marx considera que la ocupación obrera “tiende a crecer”; pero también dice que ese crecimiento es siempre “en proporción decreciente a la escala de producción”. O sea, combate la apreciación errónea de que a mayor crecimiento económico menor desocupación; habrá más ocupación en términos absolutos y, a la vez, más desocupación relativa. La sobrepoblación, por tanto, existe en forma flotante, puesto que crece al aumentar la industria. ¿Qué salida tienen los obreros desplazados? Unos emigran, “en pos del capital emigrante”. Los otros…., soportan la situación en espera. El diagnóstico de Marx es escalofriante:

“El hecho de que el incremento natural de la masa obrera no sacie las necesidades de acumulación del capital, y a pesar de ello las rebase, es una contradicción inherente al propio proceso capitalista. El capital necesita grandes masas de obreros de edad temprana y masas menores de edad viril. Esta contradicción no es más escandalosa que la que supone quejarse de falta de brazos en un momento en que andan tirados por la calle miles de hombres porque la división del trabajo los encadena a una determinada rama industrial. Además, el capital consume la fuerza de trabajo con tanta rapidez, que un obrero de edad media es ya, en la mayoría de los casos, un hombre más o menos caduco. Se le arroja al montón de los supernumerarios o se le rebaja de categoría. Los obreros de la gran industria son precisamente los que acusan las cifras de vida más corta” [59].

Sí, Marx hablaba de su hoy, nuestro ayer; pero nos estaba ofreciendo sus palabras para nuestro hoy, su mañana. ¿Acaso lo que ya pasaba no sigue pasando? Pues sigamos leyendo. Comenta los cálculos del Dr. Lee, funcionario de Sanidad de Manchester, quien estimaba en 38 años la duración media de la vida, en la clase pudiente, en dicha ciudad; mientras en la clase obrera era solamente de 17. En Liverpool, de 35 años y 15 respectivamente. Por tanto, la clase privilegiada tiene una licencia de vida (have a lease of life) que supera el doble de la que disfrutan sus conciudadanos menos pudientes. Esta situación exige una reproducción intensa de los obreros, aunque duren poco; se necesita el “relevo rápido de las generaciones obreras”. De ahí la proliferación de matrimonios prematuros; y de ahí la absorción de la población rural por el proletariado urbano.

A la sobrepoblación flotante hay que añadir la latente, relacionada con ella. El flujo de aquella en el proletariado industrial presupone la existencia en la agricultura de una sobrepoblación latente constante, “cuyo volumen sólo se pone de manifiesto cuando por excepción se abren de par en par las compuertas de desagüe”. De ahí, dice Marx, que el obrero agrícola se vea constantemente reducido al salario mínimo y viva siempre con un pie en el “pantano del pauperismo”. La economía precapitalista, pues, garantiza una sobrepoblación latente, dispuesta a ser absorbida.

En fin, la tercera categoría de sobrepoblación era la intermitente, que forma parte del ejército obrero en activo, pero con una base de trabajo muy irregular. Garantiza al capital un nicho inagotable de fuerza de trabajo disponible. Entre estos obreros el nivel de vida desciende por debajo del nivel normal medio de la clase obrera, deviniendo un instrumento dócil de explotación del capital. “Sus características son: máxima jornada de trabajo y salario mínimo”, dice Marx sin aclararnos si hablaba de su presente o del nuestro.

Paradójicamente, el volumen de esta sobrepoblación aumenta “a medida que la extensión y la intensidad de la acumulación crecen, dejando “sobrantes” a creciente número de obreros. Tiende a ser un elemento constante de la clase obrera, que se reproduce a sí mismo y se eterniza, y cuya proporción relativa crece con la misma producción.

“De hecho, no sólo la masa de los nacimientos y defunciones, sino también la magnitud numérica de las familias se halla en razón inversa a la cuantía del salario, es decir, de la masa de medios de vida de que disponen las diversas categorías de obreros. Esta ley de la sociedad capitalista sonaría a disparatada entre salvajes, e incluso entre los habitantes civilizados de las colonias. Es una ley que recuerda la reproducción en masa de especies animales individualmente débiles y perseguidas” [60].

Junto a esas figuras de la sobrepoblación aparecen como sus despojos los encuadrados en el pauperismo. Marx distingue varias categorías en este submundo del trabajo, “dejando a un lado a los vagabundos, los criminales, las prostitutas, en una palabra, al proletariado harapiento, el “lumpen-proletariado”. En sentido estricto incluye en el pauperismo a categoría como los desocupados ocasionalmente, pero capacitados para el trabajo, los huérfanos y los hijos de pobres, todos ellos

“candidatos al ejército industrial de reserva”; los degradados, despojos, incapaces para el trabajo, “seres condenados a perecer por la inmovilidad a que les condena la división del trabajo, obreros que sobreviven a la edad normal de su clase y, finalmente, las víctimas de la industria, cuyo número crece con las máquinas peligrosas, las minas, las fábricas químicas, etc., de los mutilados, los enfermos, las viudas, etc.” [61].

El pauperismo, dice Marx, es “el asilo de inválidos del ejército obrero en activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva”. Su existencia no es ocasional ni superable; va implícita en la existencia de la sobrepoblación relativa, forma parte de las condiciones de vida de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza:

“Figura entre los faux frais de la producción capitalista, aunque el capital se las arregle, en gran parte, para sacudirlos de sus hombros y echarlos sobre las espaldas de la clase obrera y de la pequeña clase media” [62].

El diagnóstico es inapelable, y no deja puerta a la esperanza de un capitalismo humano, pues la historia de la clase obrera está ligada a sangre y fuego a la del capital:

Cuanto mayores son la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y la intensidad de su crecimiento y mayores también, por tanto, la magnitud absoluta del proletariado y la capacidad productiva de su trabajo, tanto mayor es el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud relativa del ejército industrial de reserva crece, por consiguiente, a medida que crecen las potencias de la riqueza. Y cuanto mayor es este ejército de reserva en proporción al ejército obrero en activo, más se extiende la masa de la sobrepoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo. Y finalmente, cuanto más crecen la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, más crece también el pauperismo oficial. Tal es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista” [63].

Una ley, advierte Marx, modificable por las circunstancias; pero una ley, no un accidente o una anomalía. Una ley que obliga a reírse de quienes ingenuamente predican a los obreros “adaptar su número a las necesidades de explotación del capital”. El mecanismo de la producción y la acumulación capitalista no les deja esa autonomía, ya se encarga por sí mismo de regularla en función de sus necesidades. Una ley que habla con voz propia:

“La primera palabra de ella es la creación de una sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva, la última palabra, la miseria de capas cada vez más extensas del ejército obrero en activo y el peso muerto del pauperismo(C., p-387)”.

Esa es su voz, que dice cruelmente que, gracias a los progresos hechos por la productividad del trabajo social, el capitalismo pone en juego una masa creciente de medios de producción con un desgaste cada vez menor de fuerza humana; una ley que, dentro del régimen capitalista, se trueca en esta otra:

“la de que cuanto mayor es la fuerza productiva del trabajo y mayor, por tanto, la presión ejercida por el obrero sobre los instrumentos que maneja, más precaria es su condición de vida: la venta de la propia fuerza para incrementar la riqueza de otro o alimentar el incremento del capital” (C., p-388).

Una ley que interpela nuestro presente, en que el crecimiento es visto como remedio a la sobrepoblación, pues en definitiva enuncia que:

“el rápido desarrollo de los medios de producción y de la productividad del trabajo, así como de la población productiva, se trueca, capitalistamente, en lo contrario: en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de explotación del capital” [64].

Marx acaba con esta descripción efectista de la ley general de acumulación, que reproducimos en extenso, pues constituye una buena síntesis de su pensamiento al respecto:

Veíamos en la sección cuarta, al estudiar la producción de la plusvalía relativa, que, dentro del sistema capitalista, todos los métodos encaminados a intensificar la fuerza productiva social del trabajo se realizan a expensas del obrero individual: todos los medios enderezados al desarrollo de la producción se truecan en medios de explotación y esclavización del productor, mutilan el obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el contenido de éste, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como potencia independiente; corrompen las condiciones bajo las cuales trabaja; le someten, durante la ejecución de su trabajo, al despotismo más odioso y más mezquino; convierten todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres y sus hijos bajo la rueda trituradora del capital. Pero, todos los métodos de producción de plusvalía son, al mismo tiempo, métodos de acumulación y todos los progresos de la acumulación se convierten, a su vez, en medios de desarrollo de aquellos métodos. De donde se sigue que, a medida que se acumula el capital, tiene necesariamente que empeorar la situación del obrero, cualquiera que sea su retribución, ya sea ésta alta o baja. Finalmente, la ley que mantiene siempre la sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con que Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral” [65].

Y, para añadir emotividad e ironía, recoge unas referencias historiográficas de autores con notable intuición, aunque no con buenos conceptos, que describieron antes este lazo de sangre entre clase obrera y capital y el carácter radicalmente antagónico de la acumulación capitalista:

“El fraile veneciano Ortes, uno de los grandes escritores de economía del siglo XVIII, resume así el antagonismo de la producción capitalista como ley natural absoluta de la riqueza social: “El bien y el mal económicos, dentro de una nación, se equilibran siempre (il bene ed il male economico in una nazione sempre all'istessa misura); lo que para unos es abundancia de bienes es para otros, siempre, carencia de los mismos (la copia dei beni in alcuni sempre eguale alla mancanza di essi in altri). Para que algunos posean grandes riquezas, tienen que verse muchos otros desposeídos totalmente hasta de lo más necesario. La riqueza de un país corresponde siempre a su población, y su miseria a su riqueza. La laboriosidad de unos impone la ociosidad de otros. Los pobres y ociosos son un fruto necesario de los ricos y trabajadores” [66].

Y remata así su reflexión, -que he querido recoger extensivamente porque cuenta nuestra realidad del siglo XXI y lo hace de forma tan impactante que siento pudor en parafrasearla-, al hilo del texto del fraile veneciano:

“Unos diez años después de Ortes, un reverendo sacerdote protestante inglés, Townsend, glorificaba toscamente la pobreza como condición necesaria de la riqueza. “El deber legal de trabajar lleva consigo muchas fatigas, muchas violencias y mucho estrépito; en cambio, el hambre no sólo ejerce una presión pacífica, silenciosa e incesante, sino que, además, provoca la tensión más potente, como el móvil más natural que impulsa al hombre a trabajar y a ser industrioso”. El ideal está, por tanto, “en hacer permanente el hambre entre la clase obrera”, y de ello se encarga, según Townsend, el principio de la población, especialmente activo entre los pobres. “Parece ser una ley natural que los pobres sean hasta cierto punto poco precavidos (improvident) [poco precavidos, puesto que no vienen al mundo, como los ricos, con una cuchara de oro en la boca], para que así haya siempre gente (that there always may be some) que desempeñe los oficios más serviles, más sucios y más viles de la comunidad. De este modo, se enriquece considerablemente el fondo de la felicidad humana (the fund of human happiness), las personas más delicadas (the more delicate) se ven libres de molestias y pueden entregarse a tareas más elevadas, etc.... La ley de la beneficencia tiende a destruir la armonía y la belleza, la simetría y el orden de este sistema creado por Dios y la naturaleza [67].

Realmente no es necesario añadir comentario alguno. Lo que Marx ha puesto de relieve es que el sueño poético de estos dignos hombres es prosa y realidad cotidiana, es la ley del capital; lo que ha desvelado en su texto es que la producción capitalista no es la realización de estos sueños sino que estos son dispositivos producidos por el capital e instrumentos en su defensa. A Marx no le gustaba imaginar el futuro, para no distraerse en la transformación de su presente; y habremos de concluir que no es culpable de haber descrito como cronista contemporáneo nuestro mundo; no se lo imaginó, sólo supo leer en el suyo lo que había bajo las determinaciones históricas; y al leer lo universal, al descubrir la esencia del capital, vio esa larga noche prolongada.


J.M.Bermudo (2014)


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[1] K. Marx, El Capital, 369. (Citamos, como siempre, sobre la edición de Pedro Scaron, en Siglo XXI)

[2] Hay marxistas que consideran que o queda mejor expresado en la fórmula o= c/v+p.

[3] Como las contingencias acaban neutralizándose en el proceso, o viene a ser el perfil de la composición de valor en plazos largo, la tendencia constante de la misma.

[4] C., 369.

[5] C., 370.

[6] C., 370

[7] C., 370.

[8] C., 371.

[9] C., 371.

[10] C., 370.

[11] C., 371-2.

[12] C., 372.

[13] C., 372. La cita de A. Smith, Wealth of Nations, II, 189 [t. I, 217s.].

[14] C., 372.

[15] C., 372.

[16] C., 372-3.

[17] C., 373.

[18] C., 374.

[19] C., 374.

[20] C., 374.

[21] C., 375.

[22] C., 375.

[23] C., 375.

[24] C., 375.

[25] C., 376.

[26] C., 376.

[27] C., 376.

[28] C., 376.

[29] C., 377.

[30] C., 377.

[31] C., 377..

[32] C., 377.

[33] C., 378.

[34] C., 378.

[35] C., 379.

[36] Si ayer crear 100 puestos de trabajo costaba 100 millones de euros, hoy costaría 500 millones y mañana 1.000 (figuradamente).

[37] C., 379.

[38] C., 379.

[39] Pensamos hoy en la “concentración” y centralización en el sistema financiero y sus efectos laborales.

[40] C., 379.

[41] C., 380.

[42] C., 380.

[43] C., 380.

[44] C., 380.

[45] C., 381.

[46] C., 381.

[47] C., 380.

[48] Tomo el término de la tesis de doctorado en curso de Rubén Llop.

[49] C., 382.

[50] C., 382.

[51] C., 382.

[52] C., 382.

[53] No confundir con la forma actual de expresar la tasa de paro, que se hace respecto a la población activa (los que trabajan más los que buscan trabajo..

[54] C., 383.

[55] C., 384.

[56] C., 384.

[57] C., 385.

[58] C., 384.

[59] C., 386.

[60] C., 387.

[61] C., 387.

[62] C., 387.

[63] C., 387.

[64] C., 388.

[65] C., 388.

[66] C., 388.

[67] C., 389